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Cuando Rusia estuvo a punto de invadir Mallorca

Se fortificó el puerto de Palma, se desplazaron contingentes a la bahía de Alcúdia para repeler la inminente invasión y se creó la Milicia Urbana

Cuando Rusia estuvo a punto de invadir Mallorca

En las postrimerías del siglo XVIII, el denominado «siglo de las luces», la política europea pivotaba sobre dos ejes: la entente ruso-británica se contraponía a la «alianza de familia» entre los Borbones de Francia y España. En Gran Bretaña, primera potencia mundial, al disponer de una flota de guerra muy superior a cualquier otra, reinaba Jorge III, abuelo de la reina Victoria (antepasada directa de Felipe VI); Catalina La Grande, era la Zarina de todas las Rusias, después de haberse desembarazado sin miramientos del pusilánime Pedro III; en Francia ceñía la corona Luis XVI, a quien apenas le quedaban nueve años antes de que la Revolución se lo llevase por delante cortándole la cabeza en la guillotina y con ella la de la dinastía borbónica, que ya no volvió, nunca mejor dicho, a levantar cabeza. En España era Carlos III, el «rey ilustrado», nieto de Felipe V, el primer Borbón, quien reinaba tras la muerte de Fernando VI. Había abandonado el reino de las Dos Sicilias para encaramarse a la cúspide del decadente y cada vez más débil imperio español, al que en las Américas se le preparaba la emancipación de las colonias, que se independizaron en los primeros compases del siglo XIX. Inglaterra, poseedora de las flotas mercante y de guerra más potentes del planeta, estaba interesada en ocupar las islas Malvinas, que dos siglos más tarde, serán protagonistas de la Guerra de las Malvinas, que precipitará, con la derrota, la caída de la dictadura sangrienta de los militares argentinos. Menorca era en 1770 de soberanía británica debido al Tratado de Utrech con el que se puso fin a la Guerra de Sucesión en las Españas, la «primera guerra europea», según apreciación del decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UIB, el historiador Miguel Deyá.

Ese era el cuadro geopolítico europeo que al iniciarse la antepenúltima década del siglo XVIII iba a conducir a que casi se consumara la invasión de Mallorca por los Ejércitos rusos. Los británicos, que mantenían sólida alianza con Catalina, en contraposición a los «pactos de familia» establecidos entre las dos ramas de los Borbones, la francesa y la española. Gran Bretaña no disimulaba su interés por ocupar las Malvinas para garantizarse el control del Atlántico sur. La maniobra envolvente pasaba por situar a España en posición muy difícil para, con posterioridad, establecer una negociación ventajosa hacia sus intereses. La zarina Catalina, a su vez, no cejaba en el secular empeño ruso de tener acceso a las «aguas calientes», al Mediterráneo. Británicos y rusos tenían intereses comunes, de ahí que se elaboraran planes para proceder a invadir y ocupar Mallorca.

Catalina La Grande, zarina de todas las Rusias.

Catalina La Grande, zarina de todas las Rusias.

Inminente desembarco

El profesor de Historia Moderna de la UIB, especialista en el siglo XVIII español, Eduardo Pascual, ha estudiado a fondo ese episodio en su ensayo La defensa territorial ante la guerra hispano-británica por las Malvinas. La Milicia Urbana en Mallorca (1770-1771), sus repercusiones en Mallorca. Comenta que los planes para proceder a la ocupación de la isla se elaboraron concienzudamente, que tanto ingleses como rusos lo llegaron a tener todo preparado para proceder al desembarco y posterior invasión. Tanto fue así que las autoridades mallorquinas, a lo largo de 1770, procedieron a fortificar el puerto de Palma y a desplazar la Milicia Urbana, que se acababa de crear, al norte de la isla, Alcúdia y Pollença, para tratar de repeler lo que se consideraba inminente desembarco por parte de la flota ruso-británica. Esta se hallaba fondeada en Menorca, en el puerto de Maó. El espionaje español informaba al rey Carlos III de la disposición de las fuerzas que se aprestaban para proceder a la invasión: navíos de guerra rusos y un contingente de infantería que alcanzaba los 4.000 hombres. Se trataba de una fuerza de choque importante, a la que sería peliagudo repeler cuando desembarcara en la bahía de Alcúdia, porque, además, se contaba con que navíos de guerra británicos hostigarían insistentemente las defensas del puerto de Palma a fin de impedir que se desplazasen tropas al norte de la isla.

La situación era peliaguda. Tanto en Palma como en Alcúdia y Pollença, al igual que en el resto de la isla, se era consciente de que en cualquier momento podía desencadenarse la invasión. Los preparativos defensivos se aceleraron a lo largo de 1770. Palma se fortificó al tenerse noticias de la masiva llegada de barcos y fuerzas de desembarco a Menorca. La guerra contra Inglaterra por las Malvinas y Rusia en el norte de la Alta California (Estados Unidos todavía no era la potencia hegemónica que llegó a ser y es después de su Guerra Civil, la de Secesión de 1861-1865), reverberaba directamente en el Mediterráneo occidental, en Mallorca. Carlos III, al tanto de lo que se estaba jugando, además de crear la citada Milicia Urbana, que entró en servicio en las postrimerías de 1770, jugó con habilidad la baza diplomática, al saber a ciencia cierta que si estallaban las hostilidades en el Mediterráneo a España le podía ir muy mal.

La ocupación de las Malvinas

En ese contexto internacional hay que enmarcar la decisión del Almirantazgo inglés de proceder a la ocupación de las Malvinas a fin de disponer de una base desde la que dominar el cono sur atlántico e interrumpir el comercio español en la zona. De hecho, recalca el profesor Pascual, entre 1765 y 1766 se estableció una colonia británica en Port Egmont, que violaba los derechos de la Corona de España sobre las islas cedidas por Francia años antes, en 1766.

Queda reseñado que la situación tendía a complicarse rápidamente en el Mediterráneo, por lo que desde Madrid, para incrementar al máximo las defensas de Mallorca, se optó por enviar desde Barcelona dos batallones de los Regimientos de Guadalajara y de los suizos de Reding dotados de ocho cañones de grueso calibre. Los baluartes del puerto de Palma fueron reparados y tres conventos y varias casas anexas a las murallas se derribaron siguiendo las reglas de las fortificaciones. El espionaje remitía noticias alarmantes. Menorca era un punto logístico al que no cesaban de llegar tropas y buques. Se estableció que hasta cuatro regimientos de contingentes rusos estaban acantonados en el puerto de Maó, cifra que otras fuentes reducían a cuatro batallones en los que se encuadraban 2.400 militares bien pertrechados y entrenados para acometer desembarcos.

Gracias a la Crónica del pavor de Guillermo Terrasa se conocen los pormenores de lo sucedido. Su crónica indica que en 1770 la invasión se dio por hecha, lo que, además de los preparativos defensivos, puso en marcha la acción diplomática de uno de los pocos Borbones, Carlos III, con vitola de estadista, capaz de entender tanto el acelerado e irreversible proceso de la decadencia española como las funestas consecuencias que tendría una guerra con la potencia hegemónica que era ya Inglaterra. Así que tras varias rondas negociadoras, en enero de 1771, se llegó a un acuerdo que estableció la soberanía británica sobre las Malvinas, objetivo principal, conjurándose la amenaza de que Mallorca fuera invadida.

Los afanes expansionistas de Rusia, tanto en tiempos de los zares de la dinastía de los Románov, como después con la Unión Soviética, y ahora con Vladímir Putin han sido una constante en la geopolítica de Europa. Disponer de un amplio perímetro defensivo de estados vasallos es objetivo a lo que se ve irrenunciable. Mallorca, dos siglos atrás, pudo ser uno de esos territorios. Con la colaboración inglesa.

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