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Lletra menuda

La diversificación del factor humano

La guerra es la más inhumana de las actividades conocidas pero se libra cuando unos humanos imponen su fuerza sobre otros. Sus efectos devastadores tienen la contrapartida muy desigual de provocar reacciones de comprensión y solidaridad con el débil. Es la única vertiente de humanidad, en sentido positivo, que se puede hallar entre las ruinas del desastre.

Ocho días después de que los tanques y aviones de Putin comenzaran a entrar en Ucrania, nada es igual. El mundo ha reaccionado con una respuesta que no abarca solo a la desperezada Unión Europea o las principales cancillerias occidentales. La respuesta y la capacidad de reacción está también a pie de calle porque la gente, por fortuna, sigue teniendo alma y corazón.

Todo es distinto desde que el expansionista presidente ruso ha puesto su aplastante pie invasor en Ucrania. También en la cosmopolita Mallorca que hasta ayer se vanagloriaba de ser polo de atracción para potentados turistas rusos.

La guerra nos ha pillado en estas condiciones. No es extraño por tanto que una de las primeras reacciones de impacto se produjera en Port Adriano. El marinero ucraniano que intentó hundir el yate de su patrón ruso ya está combatiendo en su país. El Gobierno tiene puesta la vista sobre las embarcaciones de oligarcas rusos fondeadas en estas islas que el año pasado recibieron 6.200 turistas del país y que ya tiene preparadas 162 plazas de acogida para unos refugiados que han comenzado a aterrizar en Son Sant Joan.

Las redes de solidaridad comienzan a estar entretegidas con eficacia. Las manifestaciones en la calle son expresión clara de la indignación social, pero el mero testimonio no basta y hay que comenzar a plasmar el sentido práctico. La recogida de alimentos se ha puesto en marcha. Desde las asociaciones de ucranianos residentes en Mallorca a entidades escolares o las grandes ONG, el operativo está en marcha.

No hay nada más antideportivo que la guerra. Las federaciones han bloqueado la participación de equipos rusos en las competiciones internacionales. Alba Torrens vuelve a Mallorca porque su equipo, el Ekaterimburgo, no puede dar en la canasta de la paz. Tampoco pueden beneficiarse de la brisa de los valores deportivos los regatistas rusos y bielorrusos que pensaban participar en el Torneo Princesa Sofía de vela, en la bahía de Palma. Lo mismo ocurre con la cultura y el espectáculo. El Ballet de Moscú deberá reconvertirse en nombre y bandera para poder actuar en el Auditorium. Sus bailarines ucranianos son ahora soldados. Es la guerra.

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