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Tribuna

El coronavirus esquiva la inmunidad y podría volver a colapsar el sistema sanitario

El coronavirus esquiva la inmunidad y podría volver a colapsar el sistema sanitario

Lo que más trasciende de la reciente información científica, más allá de que esta sexta ola sea ya imparable, es que el coronavirus ha ‘descubierto’ cómo escapar a nuestra respuesta inmunitaria, tanto la generada por las vacunas como la adquirida al pasar la covid-19. Beta y Gamma ya lo insinuaban, pero ómicron lo pone en evidencia. Hace dos semanas señalábamos (DM, 2 de diciembre) la esperanza —el deseo, más bien— de que ómicron, «siendo más contagiosa, cause una covid-19 menos grave, lo que no está fuera de la lógica biológica». Pudiera ser, pero aún no está claro. Lo que sí confirman los primeros datos sólidos, epidemiológicos y de laboratorio, es la temible capacidad infecciosa de ómicron, y certifican que escapa a la inmunidad, más que cualquier variante anterior. La dosis de refuerzo, que algunos reclamamos que debía iniciarse ya a principios de setiembre y aún no ha llegado a muchas personas mayores, resulta ya imprescindible.

Un primer estudio en Sudáfrica aporta los primeros datos significativos, al corresponder a condiciones reales en una población grande. Se revisaron 211.000 casos positivos, detectados entre el 15 de noviembre y el 7 de diciembre, incluyendo 78.000 que eran ómicron. Los datos muestran un 29% menos de hospitalización que el causado por otras variantes; también constatan la pérdida substancial de efectividad de las vacunas: dos dosis de Pfizer-BioNTech proporcionan ‘sólo’ un 33% de protección contra la infección y, posiblemente, la cifra real es inferior, pues entre los no vacunados bastantes habrían pasado la enfermedad. Los datos de eficacia neutralizante en el laboratorio sugieren una protección aun menor (15-20%). Sin embargo, la protección que ofrece la vacuna contra la hospitalización causada por ómicron alcanza al 70% de los infectados, inferior al 90% alcanzado frente a delta, pero es muy buena protección. Junto a lo anterior, otros estudios (en Israel) muestran que la tercera dosis multiplica por diez la protección contra la infección y por 17 la protección contra la hospitalización.

La conclusión es que dos dosis dejan en el aire al 30% de la población, pero con la tercera dosis estamos bien protegidos. Tres dosis de ARNm se ha convertido en la pauta correcta de vacunación, al menos durante los próximos meses. Esperemos que llegue a tiempo y frene muchas hospitalizaciones.

Si tenemos un número muy alto de personas infectadas al mismo tiempo, con la muy alta tasa de multiplicación y transmisión que estamos viendo, el virus encontrará a todas las personas inmunológicamente debilitadas, a buena parte de las que todavía no han recibido su dosis de refuerzo, a las que en su momento recibieron la vacuna menos eficaz —Astrazeneca, promovida por la comunidad de Madrid, en oposición a lo recomendado por el gobierno— o a las que no han sido vacunadas. Son más de diez millones en España y no en todos los casos la gravedad de la infección será menor.

Con tantos casos esperables, una reducción de ‘sólo’ el 29% de hospitalizaciones (referido en Sudáfrica) apunta claramente a un deterioro de la capacidad asistencial. Que la proporción de casos graves sea mucho menor entre los infectados en esta oleada que en las anteriores es un alivio, pero no despeja la mayor preocupación del momento: el esperable pico de hospitalizaciones que casi garantiza el colapso sanitario, a menos que se tomen medidas adicionales, las clásicas.

Aunque los datos de ómicron en Sudáfrica sugerirían una enfermedad menos grave, no sabemos en qué grado se traducirán a Europa. La extrapolación no es simple, porque la edad promedio de la población sudafricana es de 27,6 años, mucho menor que en Europa (42,5 años) o en España (44,9 años), y sabemos que la gravedad de la covid-19 aumenta mucho con la edad. También sabemos que el porcentaje de personas que han pasado la covid-19 en Sudáfrica triplica la cifra europea, contribuyendo a la menor gravedad observada en Sudáfrica.

Por el contrario, podemos contraponer los datos de laboratorio (15-diciembre en Hong-Kong, aún no revisados por pares) que muestran que, comparado con delta, ómicron se multiplica 70 veces más que delta en los bronquios (facilitando la transmisión) pero diez veces menos que delta en los pulmones y, aunque esto ocurre en las primeras 24h (las diferencias son menores después), son resultados que apoyan una mayor transmisibilidad y cierta menor gravedad.

Integrándolo todo, creemos que en Europa ómicron generará una gravedad algo menor que las variantes anteriores, pero no tan menor. En España, el éxito de la vacunación constituye un muro (todavía) frente a la gravedad, pero no basta. El desafío es enorme y urge el refuerzo a los sanitarios, cuya operatividad se verá mermada por los contagios.

Estos días la revista Nature destacaba un estudio del Centro de Investigación del Cáncer de Seattle (Washington) que desvelaría la evolución del SARS-CoV-2, posiblemente análoga a la del coronavirus estacional ‘229E’, que causa resfriado común y que nos afecta repetidamente a lo largo de nuestras vidas. No estaba claro si estas reinfecciones resultan de la pérdida de efectividad inmunológica, o si se deben a cambios (mutaciones) en el virus que le permiten esquivar la inmunidad.

Para averiguarlo, los investigadores analizaron muestras de sangre antiguas —incluso de décadas— de personas que se habían infectado con el coronavirus-229E, examinando si tenían anticuerpos contra las versiones del virus que habían predominado, algunas años antes y otras años después de la fecha correspondiente a cada muestra de sangre. Los resultados fueron sugerentes: la sangre de la década de 1980 contenía altos niveles de anticuerpos neutralizantes del coronavirus-229E de 1984, pero poca capacidad para neutralizar las versiones de los años 90; y casi inoperantes contra el 229E de los años 2000 y 2010. Lo mismo ocurrió para las muestras de sangre de la década de 1990: las muestras tenían anticuerpos frente a las variantes más o menos contemporáneas, pero no frente a las aparecidas años después.

En suma, el coronavirus-229E habría estado evolucionando para evadir la inmunidad y, muy posiblemente, es lo que hace (y hará) el virus causante de la covid-19. Según los investigadores, variantes como ómicron y delta acumulan mutaciones que disipan la potencia de los anticuerpos generados contra versiones anteriores del SARS-CoV-2, y es probable que las fuerzas (la presión de selección natural) que impulsan este ‘cambio antigénico’ se hagan más fuertes a medida que la mayor parte del planeta adquiera inmunidad contra el virus mediante la infección, la vacunación o ambas cosas. El rápido aumento visto en Sudáfrica, Inglaterra, Dinamarca, Países Bajos y, ahora en España, demuestra que el virus ya ha aprendido a esquivar la inmunidad humana.

Cuando un virus se propaga en un nuevo huésped en el que no hay inmunidad, es poca la ventaja que obtiene evadiéndola; lo que prima en esta fase del progreso del virus es la mejora en transmisibilidad. Es lo que ha pasado con los primeros cambios (D614G) e incluso con las variantes alfa y delta. Pero las variantes beta (Sudáfrica) y gamma (Brasil) ya incorporaron mutaciones de resistencia a anticuerpos generados contra el virus de Wuhan. Y ómicron emerge y prevalecerá gracias a que en Europa, con casi el 70% de vacunados, ya prima también la capacidad de infectar a personas ‘inmunes’ a variantes anteriores. No sabemos cuándo el SARS-CoV-2 se consolidará como una epidemia estacional, pero siempre será una situación movediza, como la gripe o peor. O quizás quedará reducido, como el E229, a causar sólo otro resfriado común. Con permiso de la emergencia de nuevas variantes.

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