Diario de Mallorca

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Ramón Aguiló Exalcalde de Palma, ingeniero industrial y articulista

«Aquí siempre ha existido un temor a decir la verdad dando nombres y apellidos»

«Palma está más guapa que cuando era alcalde, pero no la siento tan mía como antes»

Ramón Aguiló posa ayer con su nuevo libro. B. Ramon

Ramón Aguiló (Palma, 1950) vierte sus reflexiones cultas, afiladas y rotundas sobre la política —y los políticos— de las islas y del Estado en La curvatura de la política, una recopilación de artículos publicados en Diario de Mallorca entre 2013 y 2019. Es el tercer libro en el que el histórico primer alcalde de la democracia de Palma (1979-1991) recopila sus análisis después de Crónicas de la debacle y Escrito sin red, título este último que encabeza su sección semanal de opinión en este periódico.

¿Qué es escribir sin red?

Tiene que ver con no estar sujeto a ninguna entidad, ideología o tendencia política que condicione mi mirada. Tenía la vocación de escribir en un lugar, Balears, donde tradicionalmente ha existido un temor a hablar y a decir la verdad poniendo nombres y apellidos. Aquí todos nos conocemos y todos tenemos familia, y enemistarse con el poder puede suponer un problema para el que escribe y también para sus familiares. El poder reacciona a menudo de forma agresiva contra aquellos que lo ponen en cuestión y señalan sus abusos. Y hay mucha gente que no está dispuesta a sufrir esas represalias. Mi intención era escribir sin crearme una red. Es decir, sin tener miedo a las represalias, solo con la voluntad de expresar un pensamiento libre. Y en ese sentido me parecía que había un vacío por cubrir en el ámbito del periodismo mallorquín.

¿Ha sido víctima de esas represalias por alguno de esos escritos?

No, nunca.

¿Aspira a influir en la opinión pública o se conforma con expresarse?

Cuando escribo pienso en que me dirijo a una persona que pueda tener una sintonía existencial, ideas y referencias culturales parecidas a las mías. No tengo la pretensión de convencer a nadie de nada. Durante una etapa de mi vida estuve dedicado activamente a la política, hasta que en 2000 di por acabada mi implicación cuando pensé que no podía ser partícipe de un sistema político con el que estoy en desacuerdo: por la profesionalización de la política, porque se ha convertido en una herramienta exclusivamente de los partidos, y porque no soy nacionalista. Durante estos años en mis artículos he proyectado unas ideas que, con todas sus limitaciones, ha supuesto una labor política sin estar en un partido. Y en un periódico como Diario de Mallorca, que para mucha gente es una referencia.

Cuando le leo no sé si es usted de izquierdas o de derechas. ¿Cómo le tengo que etiquetar?

Las etiquetas son limitaciones. Hay cosas con las que puedo estar de acuerdo con Pablo Iglesias, y otras con Pablo Casado. Rechazo estar limitado por los márgenes de una ideología o un partido político. Yo vengo de la izquierda, participé en la refundación del partido socialista en Mallorca cuando Franco aún estaba vivo. Me siento de izquierdas, pero no de esta izquierda reaccionaria anclada en sus actuales ideas, que se remite a sus discursos fundacionales del marxismo y que es incapaz de salir de los dogmas que han mantenido históricamente. E impide que el país avance. No tiene nada que ver conmigo, que además me siento heredero de la tradición liberal europea.

¿Se siente hoy todavía más distante del PSOE que en aquel 2000 en que abandonó la militancia?

Sí. Con los dirigentes que ha tenido últimamente, tanto Zapatero como Sánchez, es un partido que se mueve estrictamente por el poder. Y quienes están dentro son cargos públicos o personas que quieren ser cargos públicos. Es la profesionalización de la política, y no tiene nada que ver ni con mi trayectoria, ni con mi manera de ver las cosas.

El nacionalismo siempre está en su punto de mira.

Para el nacionalismo lo importante es la tribu, no el individuo. No puedo estar de acuerdo con eso porque tengo la herencia de la ilustración que defiende los derechos individuales de las personas. Rechazo recortar mis posibilidades como individuo en base a una idea impuesta a la que me tengo que sujetar. Con el nacionalismo el individuo no es nada y el Estado lo es todo, como en la Alemania nazi o la Italia de Mussolini.

¿El nacionalismo español no es un problema?

No. ¿Quiénes son los que profesan el nacionalismo español? Los de Vox. No tengo nada que ver con ellos, pero no me parece que sean un enemigo para el Estado. No me puedo imaginar unas Balears independientes porque de inmediato nos convertiríamos en una colonia de Francia o Alemania. Aquí no hay masa crítica para pensar que podamos ser una nación. Y no veo que el nacionalismo español, que puede encarnar Vox, pueda ser un peligro al menos a corto plazo. Dicen que quieren cambiar cosas de la Constitución, pero al menos la acatan. En cambio, los nacionalistas catalanes están en contra de las leyes.

En sus artículos es generoso en críticas, pero no tanto en elogios. ¿Por qué político de Balears siente más respeto?

Una persona que me parece muy digna de respeto, aunque no estoy de acuerdo con muchas cosas que dice, es la delegada del Gobierno [Aina Calvo]. Poca gente más.

¿Esta nueva normalidad es tan diferente de la vieja?

Absolutamente. A nivel personal la pandemia ha sido una vivencia dramática. Un compañero regidor en el ayuntamiento de Palma, Miquel Dolç, murió solo, una situación muy penosa. También han muerto otros amigos. Pero no es solo por la pérdida de personas a las que has querido, también me ha condicionado a nivel social. Desde hace un año y medio he tenido muy pocas oportunidades para mantener las relaciones de amistad que había tenido siempre. Mi abuelo paterno murió por la crisis pandémica de 1918 [la llamada gripe española], cuando mi padre tenía dos años. Para mí ha sido volver a una situación vivida. Y no es solo lo que ha pasado, sino lo que todavía puede pasar.

Cuando camina por Palma, ¿le gusta la ciudad que ve?

En el libro hay dos artículos dedicados a Palma. Mi sensación cuando paseo es de extrañeza. Por un lado tiene que ver con la edad. Tengo 71 años, lo que significa que pertenezco a una generación que ya no empuja. Por otro lado, porque la ciudad de mi infancia y de mi adolescencia ya no existe, los comercios que me configuraron como ciudadano desaparecieron. La ciudad está más guapa que cuando era alcalde, pero es extraña. No la siento tan mía como antes.

Para muchos palmesanos, Ramón Aguiló sigue siendo el mejor alcalde de Palma. ¿Significa algo para usted?

Mucho. Me siento muy reconocido por las personas que puedan pensar así. Y en cierta manera algo así justifica a una persona. Incluso puede justificar una vida.

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