La zancadilla de ciertos hoteleros a los fijos discontinuos a quienes recortan sus derechos, así como la oposición al aumento de la competencia de los restauradores que ocupan las aceras palmesanas, demuestran la candidez de la izquierda al elegir interlocutores. Los sindicatos fueron más suicidas que dialogantes, salvo para quien disculpe esta actitud en las gallinas que negocian con el zorro.
Si se admite solo a efectos dialécticos que los empresarios turísticos mantienen un mínimo apego a su actividad, el cierre apresurado de la campaña que iba a prorrogarse por encima de las cumbres invernales solo demuestra que la temporada no ha sido tan maravillosa como se presume. En cuanto a su ampliación, es igual de utópica que cada año desde los sesenta.
Una vez demostrado que los hoteleros son más astutos que los políticos y los sindicatos, aceptemos a efectos teóricos que los empresarios aciertan al proponer el amontonamiento de clientes en un mínimo de establecimientos, con la sobrecarga laboral de sus empleados. En tal caso, con cuatro meses escasos de desempeño privado y ocho a cargo del Estado, se viene pavimentando la vía hotelera al socialismo. Quien dice cuatro meses dice tres, o dos. No es una actividad subvencionada, sino funcionarial.
Quién paga estos disparates. Una vez que los empresarios se desentienden de sus trabajadores, los ahorradores no solo desembolsan los sueldos, cargan además con una inflación en espiral por las ayudas. Un negocio redondo.
