Aún no hemos arrinconado al SARS-COV-2 causante de la covid-19, pero vamos camino de adaptarnos, aceleradamente, aceptando que el virus quedará entre nosotros, con altibajos asumibles, bastantes años. De hecho, sobrepasado el punto de equilibrio, a favor de la economía, ya se ha permitido que nos invadiera esta nueva ola que sufrimos, totalmente previsible. Es el camino trazado en occidente, gracias a las vacunas, reforzadas por las terceras dosis, a partir de septiembre, y que serán necesarias sobre todo en personas mayores y con factores de riesgo. La estrategia se beneficiará de los medicamentos emergentes, cuya compra conjunta ya se ha iniciado en la UE. Queda latente el riesgo de posibles nuevas variantes o incluso nuevas cepas que cambien las reglas de juego, y las consecuencias de la escasa vacunación en las regiones más pobres del planeta, confiando en nuestra capacidad reactiva.

Mientras nos normalizamos, los estudios científicos continúan mostrando que otros coronavirus, sea entre murciélagos o en otras especies, mutan continuamente y pueden recombinarse entre sí; y sabemos a ciencia cierta que alguna de estas recombinaciones puede protagonizar el próximo gran ataque a la humanidad. Encontramos evidencias, tanto a partir de la amplia variedad de coronavirus que se va conociendo en la naturaleza como en ensayos de laboratorio que, a partir de esta amplia variedad, permiten generar, aceleradamente, virus más contagiosos y virulentos, anticipando lo peor que puede ocurrir.

Podemos esperar la irrupción de nuevas variantes que escapen parcialmente a las vacunas, como ya ha ocurrido con la de Astrazeneca que mostró (New England Journal of Medicine, 20-mayo) muy escasa o nula efectividad contra la variante sudafricana). Más difícil es que escapen totalmente, pues vemos que las mismas mutaciones relevantes se van repitiendo en las diferentes variantes (a pesar de emerger independientemente unas de otras, en zonas distantes geográficamente, lo que sugiere que el abanico de mutaciones funcionales es limitado. Por otro lado, las vacunas generan una cobertura inmunitaria amplia, frente a partes víricas bastante invariables que siguen siendo diana, parcialmente efectiva. Más probable y preocupante es la pérdida parcial de protección en personas más sensibles, personas mayores o inmunodeprimidas, o con factores de riesgo. Deben tener prioridad para las próximas dosis de refuerzo.

Además de las variantes que vamos conociendo, una preocupación de fondo son las recombinaciones entre diferentes coronavirus, aunque en los SARS no sea un proceso tan frecuente como en otros virus ARN. Edward Holmes, biólogo evolutivo y virólogo de la universidad de Sidney, junto con Andrew Rambaut de la Universidad de Edinburgo, han revisado y prepublicado (julio-2021) las evidencias sobre el origen del SARS-COV-2, reafirmando que el salto a humanos se produjo desde una especie animal, intermedia y aún no conocida, que lo habría tomado del reservorio existente en los «murciélagos de herradura» (género Rhinolophus). En el caso del primer SARS-COV, el que apareció en 2002 (ya extinguido), sabemos que la especie intermedia fue la civeta, un mamífero carnívoro, pero en el caso del SARS-COV-2 no lo sabemos (¿pangolín?). Su conocimiento ayudaría a conocer los mecanismos que facilitan el salto entre especies.

Las regiones más pobres del planeta sin apenas vacunas son y serán amplios reservorios humanos del virus, y posibles fábricas de nuevas variantes. Paralelamente, las interacciones entre coronavirus coexistentes en diferentes especies de murciélagos pueden generar una nueva cepa; es decir, virus con propiedades biológicas, incluyendo las de infección y virulencia, muy diferentes de lo que supone una mera variante. En medio de la pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2, un hipotético SARS-CoV-3 podría estar ya agazapado en la naturaleza, a la espera de un último salto que lo habilite para atacar a la humanidad.

Podemos esperar la irrupción de nuevas variantes que escapen parcialmente a las vacunas

Y es que el SARS-COV-2 no afecta solo a humanos sino a una amplia variedad de especies animales, incluyendo (que sepamos) murciélagos, gatos, perros, hurones, hámsters, ratones, nutrias, venados y primates no humanos. También leones y tigres de zoológicos, y podría encontrarse en poblaciones salvajes. La transmisión desde humanos a animales ha sido documentada en granjas de visones, en perros y en gatos. Así, son bastantes las posibilidades de que en la naturaleza se den recombinaciones que puedan facilitar el salto a humanos de nuevos coronavirus, y desencadenar otra pandemia. En múltiples regiones del planeta se da la tormenta perfecta, en la frontera entre la salud animal y humana, como en el suroeste de China, de acuerdo con los estudios de Carlos Zambrana de EcoHealth Alliance: muchas especies de murciélagos, cada una con sus virus característicos; alta densidad de población humana; y contactos continuados entre personas y animales que incluyen cazar y comerse los murciélagos.

Un estudio del grupo de Stephan Baric (Universidad de Carolina del Norte) publicado hace 6 años (Nature Medicine 2015), cuando ya se consideraba extinguido el virus causante del llamado Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) aparecido en 2002, es bastante sugerente. Mostró el potencial de causar enfermedad a partir de un virus denominado SHC014-CoV (similar al causante del SARS en 2002, llamado SARS-COV o SARS-COV-1), que estaba (y está) circulando en China, en los «murciélagos de herradura». Mediante tecnologías de genética inversa (transcripción inversa) ampliamente disponibles en un laboratorio de Biología Molecular, generaron (en condiciones muy controladas) lo que se denomina un virus «quimérico», combinando «SARS-CoV adaptado a ratón» con SHCO14-COV de murciélago, que se demostró capaz de infectar células humanas. Un virus quimera se define como «un nuevo virus creado por la unión de fragmentos de ácido nucleico (ARN en este caso) pertenecientes a dos o más virus u organismos diferentes, en donde al menos alguno(s) de los fragmentos contiene(n) los genes necesarios para que pueda multiplicarse». El virus quimera que generaron contenía la proteína SPIKE del coronavirus de murciélago SHC014-COV, insertado en lo que es la estructura básica del SARS. Gracias a esta SPIKE de murciélago el virus SARS-CoV de ratón adquirió la capacidad de unirse al receptor ACE2 que tenemos los humanos, y así entrar en nuestras células. Demostraron que este nuevo virus «quimera» podía replicarse de manera eficiente en células de las vías respiratorias humanas cultivadas in vitro, hasta alcanzar concentraciones suficientemente elevadas como para causar una transmisión epidémica. Además, en experimentos in vivo en ratones «humanizados», es decir, conteniendo células humanas en sus vías respiratorias, demostraron la replicación del virus quimérico en el pulmón, y que producía una enfermedad en estos ratones que no respondía a los anticuerpos disponibles contra el SARS-COV. Este experimento de laboratorio, que acorta los tiempos de las recombinaciones ‘naturales’, ilustra cómo puede producirse el salto a humanos, a partir de los coronavirus que circulan actualmente en las poblaciones de murciélagos. También avisaba entonces (año 2015) del riesgo potencial de reaparición del sídrome respiratorio que había afectado a 30 países, con 800 muertos y cuyo causante, el SARS-COV, ya se había extinguido.

Aunque lo publicado por Baric puede propiciar especulaciones diversas, nada indica que los primeros casos de covid-19 tuvieran alguna conexión con el Instituto de virología de Wuhan, ni que este instituto estuviera trabajando con un progenitor del SARS-CoV-2 antes de la pandemia.

La evidencia epidemiológica sitúa el origen del SARS-COV-2 en los mercados de Wuhan y, con abundante evidencia, su origen es zoonótico (pasó de un animal a humanos). Lo más probable es que evolucionara entre mutaciones y recombinaciones habidas, de modo natural a lo largo de años, entre la amplia variedad de coronavirus de murciélagos. Incluso es posible que el ancestro, presuntamente en los animales comercializados en Wuhan, haya desaparecido. Entre los muchos coronavirus secuenciados, el más similar al SARS-COV-2 es el RaTG13 (96.2% de homología) que se encontró en 2013 en China y se identificó (junto a otros 8 nuevos coronavirus) por el referido grupo de Edward Holmes, cuando seis mineros entraron en una mina de cobre para limpiar heces de murciélago y tres de ellos murieron por infectarse; pero hay otros coronavirus que contienen algunas regiones relevantes de su genoma que son más próximas al SARS-COV-2. Junto a la enorme capacidad de mutación de estos virus, preocupa el que pueden incorporar varias mutaciones a la vez, mediante recombinación.

Andreu Palou es catedrático de Bioquímica y Biología Molecular. Grupo de Nutrigenómica, Biomarcadores y Evaluación de riesgos de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), miembro del CIBEROBN y IDISBA.