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Boulevard | Formentor es un paraíso privado, mallorquines abstenerse

En contra de las mentiras oficiales, las víctimas de los botellones saben que continúan celebrándose a buen ritmo y durante toda la noche en los enclaves costeros habituales de Palma

El «ticket de consumición» en un restaurante de Formentor debe enviarse a un correo de la DGT, como primer paso hacia las multas que incluirán publicidad de una pizzería, y los mallorquines no pueden acceder a una península que sostienen con sus impuestos.

Mallorca nunca dejará de sorprendernos. Años atrás me pidieron opinión sobre la carretera de la playa de Formentor al Faro, saturada en verano. Nunca me opondré a que conductores como su seguro servidor volvamos de una excursión sin bajar del coche y con el rabo entre las piernas, pero la prohibición entraba en la gama de medidas disuasorias con un mínimo de sensibilidad. Y así funcionó.

Ahora bien, el cierre actual absoluto de la península de Formentor desde el mismo Port de Pollença es uno de los atropellos más consumados a una raza exangüe, la mallorquina. Admito sin reservas que ese enclave está poblado por seres superiores, y que nadie tiene derecho a enturbiar su descanso. Sin embargo, el perjuicio del tráfico a los potentados no será mayor que en otras zonas de la isla que nadie reserva a los residentes, por lo que debería explicarse una medida más irracional que el toque de queda.

La clausura de Formentor es peor que un simple cierre. Puede sortearse de diez de la mañana a siete de la tarde sin más que acreditar una consumición en alguno de los tres restaurantes abiertos en la Playa, incluido el que gestiona el hotel a pie de agua. ¿Y quién comprueba que se ha comido en los sitios citados? Nada menos que la Dirección General de Tráfico, sin duda en un primer paso hacia las multas que incluirán la publicidad de una pizzería, o de uniformes con más logos que el traje de un piloto de Fórmula Uno.

Les adjuntamos el documento, con el «¡Atención!» que rezuma españolía, donde se especifica que «para solicitar el permiso» debe remitirse un correo electrónico a «formentor@dgt.es». Sí, nuestra Dirección General de Tráfico de toda la vida revisando el consumo en restaurantes, según acabo de confirmar enviando un mail a ese destino. Recibo a vuelta de correo un jubiloso «les informamos que su acceso a Formentor Playa ha quedado AUTORIZADO, un saludo». Y entre los firmantes de la comunicación: la Jefatura Provincial de Tráfico, el Ministerio del Interior -no es raro que sea incapaz de localizar a los yihadistas de Mallorca- y la DGT. A saber qué conexión guardan las elevadísimas instancias citadas con una operación comercial.

A diferencia de su seguro servidor, la mayoría de vehículos ignoran por completo las medidas coercitivas, las casas de alquiler de coches tendrán que cargar las multas a las tarjetas de crédito de sus clientes. El precio del parking diario asciende a veinte euros. Los restaurantes no son baratos. Sumando combustible, cien euros per cápita no es una factura desdeñable. A ese precio, te puedes pasar una semana en un hotel de viaje de estudios.

De paso, la playa de Formentor ha empezado la temporada veraniega sin hamacas ni sombrillas, la polémica jurídica por la concesión de los servicios es un preludio del futuro que le aguarda al enclave.

Por matizar y tamizar la información oficial, el sábado antepasado se celebró sin ninguna interrupción de la autoridad el botellón oficial en la costa palmesana. Al igual que sucede con Formentor, me gustaría que me explicaran los privilegios de las empresas de Son Castelló frente a los humildes ciudadanos. Y por lo menos, tengan la vergüenza de no presumir de campañas baldías.

Mi buen amigo me reprocha algún dardo lanzado contra los jueces locales, al grito de «tendrías que haber vivido los tiempos de Manuel Martínez Gargallo». Antes de desempeñar su profesión en Mallorca, donde congenió con Camilo José Cela, este magistrado madrileño condenó a muerte a Miguel Hernández, pena conmutada por treinta años de prisión. Solo en este consejo de guerra impuso 17 penas capitales de entre las más de treinta que pueblan de sangre su biografía. Más de veinte fueron ejecutadas, lo cual le valió la amistad ya citada y otras con Miguel Mihura, Jardiel Poncela o Edgar Neville. Y es que era un juez especialmente guasón, que pobló la prensa conservadora de piezas humorísticas. Su jubilación como magistrado de la Audiencia Provincial de Palma fue firmada en 1974 por un tal Francisco Franco.

Reflexión dominical despectiva: «El desprecio es preferible al odio, porque el primero no necesita justificación».

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