Contravenir desde una comunidad autónoma las medidas establecidas por el Ministerio de Sanidad en una pandemia, aunque pueda generar réditos electorales a corto plazo, como ha ocurrido en Madrid, contribuye a dejar secuelas fatales. Tanto más si la contestación no se sustenta en la evidencia científica.

La incesante discordia que capitanea Madrid conllevaba el riesgo de contagiar otras comunidades y lo ha hecho, condicionando próximas actuaciones y en futuras pandemias. El Gobierno decidió (acertadamente) administrar la vacuna de Pfizer, en segunda dosis, a quienes recibieron una primera de Astrazeneca (vacunación heteróloga) pero las CCAA de la oposición, con la complicidad de demasiados sanitarios, lo ha obstaculizado sembrando dudas sobre la seguridad de Pfizer en esta vacunación heteróloga. Ha propiciado así, con lamentable éxito, el error de muchos (la mayoría de afectados) de repetir con la misma vacuna, a pesar del riesgo conocidos de efectos secundarios de Astrazeneca y que su eficacia frente a la infección por el virus (y sus variantes) es sensiblemente menor que la vacuna de Pfizer, ofrecida por el Gobierno. Ya revisamos anteriormente la evidencia científica en Diario de Mallorca (27-mayo) justificando plenamente las decisiones de los principales países democráticos europeos, los científicamente más avanzados, decisiones adoptadas ya en abril y posteriormente seguidas por España. Incluso el Reino Unido (estandarte de Astrazeneca) ya recomienda Pfizer para menores de 40 años. Con el tiempo, muchos ciudadanos se dan cuenta de que la contestación política les ha conducido a decisiones equivocadas, y merecen explicaciones. En primer lugar, por quienes han hecho una utilización política perniciosa de la pandemia. Pero también por el Gobierno y las CCAA, al contribuir a la confusión, por no saber explicar los riesgos y beneficios de las vacunas ofrecidas; ni siquiera se han extendido en los riesgos de la vacuna Astrazeneca, vinculada a casos, infrecuentes pero reales y muy graves (20-40% fatales) de trombosis venosa cerebral acompañados de trombocitopenia, con mayor riesgo en adultos jóvenes y, probablemente, en mujeres, no compensada por los beneficios. Algunos piensan que se ha preferido empequeñecer estos riesgos, para evitar que muchos optasen por la opción peor de no prestarse a ninguna segunda dosis. Pero ante las dudas sobre la seguridad de combinar las vacunas, por mucho que ya era evidente, debería haberse explicarlo; al igual que las diferencias en eficacia. De nuevo ha faltado el dictamen de un comité científico independiente.

Y junto a la seguridad de la administración de Pfizer en segunda dosis sobre una primera de Astrazeneca, experimentada en cientos de miles de europeos, ahora emerge información adicional para la polémica vacuna. Por un lado, La Agencia Europea del Medicamento (EMA), acaba de concluir sobre otro efecto secundario (’sindrome de fuga capilar’) también más frecuente en mujeres, después de evaluar seis casos (uno de ellos fatal), concluyendo que debe advertirse del problema (también muy infrecuente) en el prospecto de la vacuna de Astrazeneca. Por otro lado, el programa de vacunación Covid de Escocia ha revelado un aumento pequeño (pero estadísticamente significativo) en el riesgo de trastornos hemorrágicos (tratables, generalmente leves) después de recibir la vacuna AstraZeneca, al examinar los registros médicos de 1,7 millones de personas que la habían recibido, como ya se publica en Nature Medicine (https://www.nature.com/articles/s41591-021-01408-4). Los investigadores estiman 11 casos adicionales de la denominada PTI (púrpura trombocitopénica idiopática o inmunológica) por cada millón de dosis de vacuna AstraZeneca, mientras que no afecta a quienes recibieron la vacuna Pfizer. En su caso, ocurriría 2-4 semanas después de vacunarse, en personas mayores con problemas de salud crónicos, como enfermedad cardiovascular, diabetes o enfermedad renal crónica. La mayor tasa de PTI tras la inyección de AstraZeneca, sin ser muy alarmante, es similar a la observada con otras vacunas víricas (gripe, triple-MMR, hepatitis B) lo que sugiere la implicación de partículas de virus desactivado, presentes en estas vacunas (un adenovirus de chimpancé en Astrazeneca), y no en las de ARNm. Sin embargo, nos parece plausible cierta conexión mecanística (raíces comunes) entre estos desordenes leves de coagulación, PTI, un mayor riesgo de episodios tromboembólicos y hemorrágicos arteriales (también sugerido por los investigadores referidos), y los trombos frecuentemente fatales evaluados estos meses pasados. Así, habiendo vacunas alternativas, cabría esperar que la EMA desaconseje Astrazeneca, ya para todas las edades, o bien (si la EMA insiste en su lentitud) los países deberán asumir directamente esta responsabilidad. Incluyendo España, donde las personas de 60-69 años están aún atrapadas, involuntariamente, al haber recibido una primera dosis de Astrazeneca. Conociendo la peor protección que ofrece esta vacuna frente a la infección por ciertas variantes del virus y que la evidencia científica a favor de las vacunas de ARNm (Pfizer-Biotech o Moderna) es abrumadora, deberían poder recibirla, porque ¿dónde está la evidencia científica que justificaría obstaculizar una medida sanitaria (Pfizer en segunda dosis sobre la primera de Astrazeneca) tomada por el Gobierno en medio de una pandemia?

Reconocemos que la gestión política de la pandemia es más complicada en España que en otros países que disponen de un sistema de evaluación de riesgos bien estructurado, independiente, científicamente excelente y transparente, capaz de integrar información múltiple, con procedimientos reglados y experiencia, y que sabemos no puede improvisarse, como ya resultó necesario explicar y reclamarlo para los riesgos alimentarios hace mas de 30 años. Aquí no lo tenemos, pero lo peor es que ni el Gobierno ni la oposición parecen echarlo de menos. Sin embargo, puede urgir ante un no-descartable caos generado por nuevas variantes víricas a medio plazo, porque la estrategia del virus ya se concentra (ojalá que con escaso éxito) en escaparse de la inmunidad generada por las vacunas.

Más allá de las vacunas, una consideración global desvela el abanico de estrategias contra la pandemia en las CCAA, entre dos extremos: a) la estrategia de acorralar al virus a casi cero, que se ha pretendido en Baleares, al menos en 2021, tras aprender duras lecciones veraniegas y navideñas; y b) la estrategia de ‘libertad a la madrileña’, como se ha venido a denominar esta aceptación de una convivencia más abierta con el virus, incluyendo cierta ostentación de libertades y chispas de negacionismo.

Creemos que en Baleares nos conviene mantener la prudencia y no seguir a Madrid, como si todo estuviera resuelto, cerrando los ojos a amenazantes repuntes, a las variantes y a los datos (incluida la mortalidad) acumulados en cada comunidad. Si los abrimos, veremos que el descalabro ha sido mayúsculo con la ‘libertad a la madrileña’, un argumentario que ha persuadido a muchos en este río revuelto, pero está por ver que la pretendida ganancia económica finalmente sea tal y justifique las enormes pérdidas en salud. Si nos enfocamos en el principal objetivo, salvar vidas, el único éxito relevante en Madrid lo ha conseguido el virus SARS-COV-2. En Baleares, con 1.210.725 habitantes, la covid-19 ha causado 839 muertos (69 por 100mil habitantes); con las cifras de Madrid (6.747.048 habitantes, 15.322 casos fatales; 227 por 100mil habitantes), la proyección a Baleares hubiera supuesto demasiados fallecidos adicionales, un exceso de casi 2000 (1.912, exactamente, según los datos registrados hasta el 4 de Junio). También está claro que desconocemos muchos de los factores influyentes en estas cifras. En regiones periféricas, incluyendo las islas pero también ambos extremos peninsulares (Comunidad Valenciana y Galicia), han sido mejores que en el interior, descollando Castilla la Mancha (290 casos por 100mil) y Castilla y León (287 casos por 100mil). En cualquier caso, el impacto relativo de levantar unas medidas no es ni era imprevisible, sobre todo desde noviembre de 2020. Este macroestudio aprovechó datos (geolocalización) de móviles de 98 millones de personas en EEUU, relacionando casos positivos, contactos, su duración y lugares (bares, gimnasios, supermercados, etc.), y el modelo se pudo contrastar con la realidad en un puñado de ciudades americanas.

Es verdad que estamos ante un enorme experimento mundial con muchas preguntas y escasas respuestas, pero tenemos el problema adicional de que muchos dirigentes concentran los esfuerzos en el rédito político a corto plazo, prefieren cerrar los ojos a la ciencia y no mirar lo que pasa a su alrededor, engañarse con el desconocimiento sustentador del «no hay nada demostrado», y negando incluso lo ya evidente. Parece prudente ponerse firmes frente a los oportunismos políticos radiantes, en medio de la pandemia.