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Lletra menuda | Fijos intermitentes a la intemperie

En el paraíso, ahora degradado hasta el purgatorio, de la temporada estival, una quinta parte de los trabajadores lo son en condición de fijos discontinuos, lo cual significa que esta forma de contrato no responde solo a un modelo laboral. Es también, por peso numérico, un modo de comportamiento social. La vida en Mallorca se organiza en función de la temporalidad y se resiente o alivia también a remolque de esta condición. La estacionalidad es más vulnerable que la permanencia continua, con lo cual se explica con mayor facilidad que la covid-19 haya rebajado a los fijos discontinuos hasta el más inseguro escalón de fijos intermitentes. Esta devaluación requiere de mayor soporte institucional y sitúa a los agentes sociales en la beligerancia cortés. En esta encrucijada estamos. Ya hemos dicho que, con 85.000 trabajadores de por medio, la barrera de lo laboral se traspasa hasta lo social. El 1 de junio expiran las ayudas especiales que perciben los fijos discontinuos y sindicatos, patronal y Govern se confabulan –cada uno se va a negociar y presionar a los suyos– para que Madrid atienda y responda a la realidad balear. Otra vez la distancia y la insularidad. Hay un cierto grado de optimismo bajo la confianza de que la semana próxima se puedan cerrar acuerdos. Se pretende incorporar a todas las plantillas e inmediatamente después, si persiste la falta de trabajo, derivarlas a la situación de ERTE para así cobrar el desempleo. Es un alivio que no acaba con la intemperie ni la preocupación a sabiendas que, ni en el mejor de los supuestos, nada será igual y ya no digamos, mejor. Los derechos adquiridos quedan confinados. No se podrán cumplir con el mínimo de seis meses de trabajo estipulados por el convenio y a Madrid le queda muy lejos fijar si en octubre, cuando se acabe la temporada que no habrá sido, se podrán establecer nuevas ayudas.

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