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18 años y un día

Jóvenes extuteladas en centros de menores hablan del difícil tránsito a la vida adulta u Pesan la ausencia de una red familiar y el exceso de responsabilidad

Pasar de un centro de menores tutelado al mundo adulto

Pasar de un centro de menores tutelado al mundo adulto G. Bosch / M. Mielniezuk

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Pasar de un centro de menores tutelado al mundo adulto Jaume Bauzà

Crecer rápido para ser adultos a los 18 años. Obligados a madurar pronto para ser capaces de llevar las riendas de su vida un día después de cumplir la mayoría de edad. Sin apoyo familiar, o casi, y en muchos casos sostenidos únicamente por un programa de ayudas públicas y una red de educadores sociales que les acompañan en un tránsito complejo. El que va del centro de menores tutelados a la vida adulta.

«Hay miedo a ese momento, aunque realmente no recibes el choque hasta que cumples los 18 años. Tengo que decir que estamos muy protegidos hasta ese día, pero entonces la vida cambia y realmente solo ha sido el día de tu cumpleaños. A mí nunca me ha faltado de nada: comida, ropa... Y sé que seguirá siendo así. Pero entras en la mayoría de edad y necesitas más ayuda porque en ese momento tienes que ser tu padre, tu madre, tu guía y tu motivación. Es así», cuenta Soui Aouragh.

Esta joven de 22 años vivió en un centro de la Fundación Natzaret desde los doce. Al ser legalmente adulta, y sin tener familiares que la acogiesen, se mudó al piso en el que ahora vive con otras dos jóvenes extuteladas. «Al cumplir 18 años tú no cambias, pero de repente te encuentras con que todo depende de ti. También hay algo positivo: tenemos libertad para decidir sobre nuestra vida. Pero creo que tenemos demasiada, y a algunos jóvenes les beneficia y a otros les perjudica. En una familia normal, en cambio, cuando un chaval cumple 18 años sigue con su vida, decide qué estudiar, qué hacer y tiene a alguien que le orienta y le guía», subraya Aouragh, que pese a las dificultades estudia segundo de Medicina.

Rosa Maria Frau pide más ayuda para los jóvenes extutelados que se inician en la mayoría de edad. | GUILLEM BOSCH Guillem Bosch

Un año y medio emancipada

Hay quien encuentra un asidero familiar y no necesita alguna de las viviendas disponibles para estos jóvenes. Es el caso de Rosa Maria Frau, de 19 años, que hace uno y medio salió del centro de menores de El Temple para empezar a transitar por la vida adulta. «Vivo con mi pareja y mi hija. La casa está dividida por la mitad, en la otra parte vive mi abuela. Para mí trasladarme a un piso no era una opción porque desde mi punto de vista era como seguir viviendo en un centro tutelado. Y en mi caso yo habría ido a un piso con otras madres, pero al final no te permite hacer una vida independiente del todo», asume Frau.

Esta joven estudia una FP de grado medio de técnico en atención a personas en situación de dependencia (TAPSD) y mientras ultima su formación recibe una renta mensual de emancipación. Sin embargo, expresa su decepción por un «protocolo muy largo que implica mucho tiempo y papeleo» antes de recibir la ayuda. «Me la acabaron concediendo, pero durante el primer año después de salir del centro, o tenía trabajo o no tenía dinero. Esto no es cumplir 18 años y empezar a cobrar 400 euros, y no todos lo reciben», valora Frau, desde los 13 en El Temple.

«La situación en casa no estaba bien, y llegó un punto en el que me metieron en un centro. Al principio mis padres seguían teniendo la custodia, pero después pasé a estar tutelada porque mi madre dijo que no quería saber nada de mí, y mi padre tampoco se encargó», relata esta joven.

El Govern aprobó hace dos semanas el II Plan Estratégico de Autonomía Personal de jóvenes extutelados, un programa dotado con quince millones de euros y que se desarrollará hasta 2025. Atenderá a unos trescientos jóvenes del archipiélago que, como Aouragh y Frau, han tenido que abandonar los centros de menores dependientes del Consell con la mayoría de edad.

El plan, diseñado por la conselleria de Asuntos Sociales y dotado con un presupuesto que triplica al del anterior programa, propone una protección para estos jóvenes que se sostiene sobre tres pilares: 462 euros al mes en concepto de renta de emancipación —condicionada a que el beneficiario mantenga una búsqueda activa de empleo o continúe con su formación—; acompañamiento profesional y emocional; y un programa de vivienda que incluye un centenar de camas en todo el archipiélago.

El programa cubre sus necesidades elementales, pero no les libera de unas responsabilidades que la gran mayoría de jóvenes de su edad no tienen que afrontar. Ni puede llegar a compensar la ausencia de familia. «Mi padre falleció y no tengo contacto con mi madre. Tampoco tengo hermanos, ni tíos. Si me pasa algo grave, solo puedo llamar a los educadores. Un día tuve que ir a Urgencias y quien vino a buscarme a la una de la noche fue mi tutora. Y no estaba trabajando, lo hizo porque me tiene cariño», recuerda Aouragh.

Interviene Pep Olivares, coordinador de proyectos de emancipación de la Fundación Natzaret. «Cuando cumplen 18 años les exigimos como sociedad mucho más de lo que un padre o una madre exige a un hijo a esa edad. A ningún padre se le ocurre explicarle a su hijo de 17 años cómo administrarse la paga, o exigirle saber cocinar, planchar y limpiar su ropa. Pero a ellos sí se les exige aprenderlo porque no lo hará nadie por ellos», explica.

Educadores como Olivares se implican en la vida de estos jóvenes, pero asume que nunca podrán reemplazar a un padre o una madre. «Cuando la mayoría de jóvenes de su edad se ponen enfermos pueden llamar a su madre y les trae un ‘tupper’ con sopa. En cambio ellos no tienen esa opción. Nosotros podemos conseguirles una beca, acompañarlos a la Universidad o en trámites administrativos, pero no dejamos de ser profesionales y no es lo mismo», señala.

Son carencias que les obligan a despegar a nueva vida casi en solitario. «He tenido que espabilar más que la mayoría de la gente de mi edad, desde siempre», afirma resignada Frau. «Con la mayoría de edad te ves en la calle y con mucho miedo. Poco a poco la administración te va ayudando. Nos falta más ayuda, hay pocos recursos, pero las que hay te permiten ir adaptándote a la vida adulta», añade.

«Hay quienes se acomodan»

Angustia pensar a largo plazo porque la independencia total implica tener un trabajo estable y capacidad adquisitiva para afrontar el pago de un alquiler. Dos metas inaccesibles para muchos jóvenes de su generación, aún más para quien carece de una red de apoyo familiar. Se sale adelante, dice un joven extutelado con la perspectiva que le da haber cumplido los treinta años. Pero, advierte, las ayudas deben repartirse de otra manera. «Hay quienes las aprovechan, pero en otros casos se están quemando recursos porque hay chicos que al tener la renta y el piso se acomodan y sienten que no les pasará nada. Yo a los 18 años lo tuve mucho más difícil porque al salir del centro dependía solo de ti y tenías que espabilarte mucho», explica este joven que vivió en un centro de la Fundació Natzaret y que prefiere mantenerse en el anonimato.

«A algunos de mis antiguos compañeros les ha ido mal; sé de varios que han tenido muchos problemas y han acabado en la cárcel, y sé que otro se prostituye para poder sobrevivir. Pero a otros les ha ido muy bien pese a haberlo tenido tan difícil desde niños. El que era mi mejor amigo puso un negocio y ha podido ayudar a sus hermanos a salir adelante. Claro que puedes tener una vida normal, pero a nosotros siempre nos costará más», zanja.

Un angustioso proceso llevado al cómic para sensibilizar

Un angustioso proceso llevado al cómic para sensibilizar

Los jóvenes extutelados llevan su proceso de emancipación con la lógica angustia de quien a los 18 años tiene que haber aprendido a manejarse como un adulto, al no disponer en muchos casos de la red de apoyo que supone una familia. Ese tránsito fue llevado al cómica el año pasado en ‘Relatos sobre la emancipación’, una obra fruto de un concurso literario organizado por la Federación de Entidades de Proyectos y Pisos asistidos (FEPA). El concurso recibió cerca de setenta relatos y tres de ellos se tradujeron en viñetas de la mano de la ilustradora Cristina Bueno.

Uno de los miembros del jurado fue Pep Olivares, coordinador de proyectos de emancipación de la Fundación Natzaret. Son historias acerca del momento en el que el joven abandona el centro de menores tutelados para vivir en un piso de acompañamiento con otros en su misma situación. «Ahora nuestro caballo de batalla es poder ofrecerles alquileres sociales, así el cambio sería menos brusco», afirma Olivares.

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