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Opinión

Croacia vacuna al personal turístico

Un camarero sirve una consumición en una terraza.

La visita institucional de Francina Armengol a Son Llàtzer simboliza el estruendoso fracaso con el coronavirus de la salud pública, compensado con una actuación valiente y sobre todo científica de la sanidad pública. Junto al centro de Llevant, el hospital de Son Espases ha sido el flemático buque insignia, gracias al cual Balears tiene una cuota de fallecimientos por covid inferior a la media. La labor curativa de los sanitarios contrasta durante más de un año con el discurso balbuceante de los políticos.

Armengol visita el nuevo laboratorio de microbiología del hospital de Son Llàtzer

Armengol visita el nuevo laboratorio de microbiología del hospital de Son Llàtzer B. Ramon

Y ahora llegan las malas noticias. La presidenta contraída, y contrariada en apariencia por los excelentes datos pandémicos registrados hasta el bajonazo de ayer mismo, desembarcó en Son Llàtzer acompañada del típico político marciano llegado de Madrid. Se trata en esta ocasión de Silvia Calzón, epidemióloga para más señas y sobradamente ignorante de la procedencia de su sueldo y de la única actividad que garantiza su pervivencia como secretaria de Estado.

Calzón pontifica kantiana que no se suministrará un suplemento de vacunas a las comunidades turísticas, con el único objetivo de que recauden más dinero para nutrir a las regiones no turísticas, por «principios éticos». No ha asumido el «primum vivere», y responde con filosofía barata a los pequeños empresarios turísticos clausurados y sin vacunación garantizada. Debería decírselo a la cara.

Sin más preámbulos, un país tercermundista como Croacia ha decidido vacunar prioritariamente a sus 70 mil trabajadores turísticos. Ha acometido su inmunización masiva este mes de abril, allanando así una temporada turística que no figura en los cálculos engreídos de Calzón. Nuestro rival croata antepone los camareros a policías o educadores. Qué sabrán de ética en la antigua Yugoslavia.

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