Siempre hay quien deja más huella que otros en un determinado colectivo. Tal es el caso de Antonio Palomino. El cual, pese a una matizada distancia ideológica y sobre todo generacional, me impactó enseguida por su tesón en la lucha política y social. Adalid del movimiento vecinal, la vida en solitario no tuvo demasiado sentido para él. No la concebía.

El bien común, la generalidad por encima de muchas cosas. Hasta de su propia familia.

Torrente de palabras, acción e ideas. Hombre de partido, enérgico pero a la vez tolerante, tenía un don que apreciaba: sabía escuchar. Extraño hoy en día, por cierto. Va a dejar un hueco difícil de llenar en el socialismo palmesano. No por el cargo orgánico que detentaba hoy en día, sino por lo que representaba para muchos y muchas. Y es que sin lugar a dudas, el patriarca de la pequeña agrupación de Nord era uno de los últimos símbolos de la autenticidad izquierdista que le quedaban al PSIB-PSOE en la capital mallorquina. Porque hablar de Antonio Palomino era, básicamente, hacerlo de lucha obrera auténtica. De «palos» por defender a sus compañeros. De clandestinidad.

De lágrimas ( no pocas ) por injusticias vividas en carne propia y ajena. También de estrecheces económicas por ese innato sentido por buscar un mínimo bien común, la anhelada igualdad. Vaya aquí mi más sincero agradecimiento a un hombre que se hizo respetar por sus actos. No como otros.