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Análisis

Los turistas exiliados

Angela Merkel, el lunes, habla tras la conferencia con los líderes estatales.

Los políticos alemanes son malos porque acusan a Mallorca de combinar Sodoma y Gomorra, los políticos mallorquines son malos porque primero invitan a los turistas y luego les amonestan por haber venido, los gobernantes españoles son malos porque hasta Bruselas les exige que no paralicen el país mientras alientan el tráfico con el extranjero, los turistas alemanes en tierra de nadie son malos porque importan a la isla su coronavirus y lo transmitirán ampliado de vuelta a su país, los empresarios turísticos son malos porque están dispuestos a arruinar el verano con tal de amarrar unos euros en Semana Santa. El comienzo y final simultáneos de la temporada 2021 es una película de buenos y malos, solo que sin buenos.

Los turistas llegados a Mallorca desde Alemania sirven de publicidad negativa de Mallorca en Alemania. No por la atención que reciban, sino por el mero viaje a una isla que ha pasado de paradisiaca a apestada en el aprecio de Berlín. A su regreso no se les reprochará solo el bronceado, como antaño.

Si el escueto «desaconsejamos todos los viajes al extranjero que no son estrictamente necesarios» de Merkel resulta casi cálido, en medio de la atmósfera envenenada que cunde entre la isla y su metrópolis, sobran declaraciones adicionales para confirmar que Alemania intoxica hoy a Mallorca.

Karl Lauterbach, el experto en sanidad del Partido Socialdemócrata coaligado a Merkel, destaca que los veraneantes en la isla «suponen un riesgo mortal. Es posible que las vacaciones en Mallorca se conviertan en un nuevo Ischgl». Este monosílabo impronunciable corresponde a la estación invernal austriaca conocida como la Ibiza de los Alpes, donde se incubó la primera oleada europea del coronavirus a principios de 2020.

El remate contra el Govern socialista procede de su correligionario Stephan Weil, consejero de presidencia de Baja Sajonia convencido de que «Mallorca puede convertirse en otro foco de la pandemia». Es difícil encontrar en la historia del turismo un dardo más envenenado y directo contra la isla, que ni siquiera se detiene en dos evidencias. La primera, que el virus no funciona con futuribles. La segunda, que los contagiadores serían los alemanes, puesto que sus cifras de incidencia son hoy peores que las mallorquinas. Pero también aquí ha encontrado Berlín un recurso descalificador, «nos traerán de vuelta la mortífera variante brasileña».

Con la entrada de Berlín en TUI, la isla no es parte sino propiedad del Estado alemán

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La rebelión de las masas turísticas ha pisoteado a los políticos alemanes y mallorquines, salvo que los primeros asumen al menos su responsabilidad por no atajar el éxodo, en tanto que el Govern falsea hoy su entusiasmo de la semana pasada con la llegada de turistas. No se ha pronunciado hasta el momento en que Alemania entera cierra sus fronteras por culpa de Mallorca, como si sus viajeros de placer fueran refugiados políticos a quienes retener a toda costa, para que no difundan las miserias del régimen. Dado que retirarles el pasaporte quedaría poco europeo, se les marca con el hierro de una PCR de regreso, el estilo soviético adaptado a la nueva normalidad.

Merkel y el Govern parecen conjurados para fingir su escándalo compartido ante las vacaciones alemanas en Mallorca, como si acabaran de descubrirlas, mientras secretamente afianzan el número de turistas que siguen goteando. ¿Cuántos alemanes preferirían vivir en la isla, por lo que desafiarán a las restricciones artificiales? Este delicioso enigma recibirá respuesta cumplida a lo largo de 2021, pero con los turistas exiliados no se salva una temporada.

El Govern ha entrado en pánico al contemplar el recrudecimiento de la hostilidad hacia Mallorca en Alemania, y que su invitación al libre tráfico turístico en plena pandemia estaba a punto de desencadenar un conflicto internacional. El enredo adquiere dimensiones chocarreras al verificar que los tímidos vuelos iniciales corresponden al gigante TUI. Con la entrada de Berlín en este turoperador, la isla no es parte sino propiedad del Estado alemán.

En la misma ITB digital donde Armengol abrió generosa los brazos a los turistas hoy estigmatizados, la presidenta también presumió sin control de que los datos de contagios eran peores en Grecia y en Turquía que en Balears. La publicidad negativa es peligrosa, dadas las oscilaciones de la pandemia. ¿Se aceptaría que Erdogan proclamara en público que Mallorca es un destino tóxico? Lo contrario ya ha ocurrido.

Mallorca rechaza los turistas que no tiene, han pasado de no convivientes a no convenientes. Frente a la hipocresía del Govern y del Bundesregierung, el intrépido Boris Johnson no se ha detenido en vacilaciones ni en negociaciones estériles con sus Länder o islas menores sobre cierres perimetrales. Ha cancelado de un plumazo al segundo mercado emisor. Si la quiebra de Thomas Crook desató un terremoto, cuesta calificar la extinción total de los visitantes británicos, bajo la amenaza de multas estratosféricas.

A raíz de un atentado islamista en el norte de África, una dirigente empresarial mallorquina emitió un tuit donde, en lugar de llorar la calamidad del vecino, se felicitaba por el lleno inminente que supondría para los hoteles de la isla. «¿Cómo te sientes, ahora que no eres capaz de encontrar ni la dirección de vuelta a casa?», canta Bob Dylan. Duele reconocer la prepotencia exhibida durante años, el error de ignorar que el monocultivo tenía más contrapartidas que una vacuna dudosa. Desahuciada de un papirotazo por Boris Johnson y satanizada por Berlín, la isla arruinada no tiene ahora mismo hacia dónde volverse o revolverse.

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