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Análisis

La tercera ola ofrece una caída más abrupta que las dos precedentes

La segunda oleada veraniega fue la más suave por su impacto hospitalario, la cumbre de la fase actual no coincidió exactamente con las Navidades

UCI de Son Espases durante la tercera ola del coronavirus.

La superposición de las tres oleadas del coronavirus que ha sufrido Mallorca permite observar que la fase actual ha experimentado el desmoronamiento más acusado, tanto en el número de casos activos como en los indicadores de repercusión hospitalaria. El vertiginoso desplome resulta más espectacular al producirse después de una cumbre prolongada, que desató el miedo a la saturación de las Unidades de Cuidados Intensivos. Cada una de las olas presenta una fisonomía singular, que también coincide con el nivel de ansiedad que han generado en la población. Otra particularidad de la evolución de los contagios con el tiempo es que no concuerda exactamente con la doctrina establecida de que en enero se pagó una supuesta relajación navideña.

La fragmentación en oleadas del primer año del coronavirus es una convención arbitraria, aunque útil para examinar la posible sintonía con las restricciones adoptadas para combatir la pandemia. Se puede considerar que el primer embate se inició en marzo de 2020, para extinguirse tres meses después a principios de junio. La dramática inauguración del coronavirus se caracterizó por los contagios disparados, que en Balears ascendieron casi en vertical hasta acercarse al centenar de enfermos en las UCI y al medio millar de ingresados. Los datos hospitalarios ofrecen la mejor ponderación de la gravedad real de la pandemia, por encima del contingente mayoritario de contagiados con síntomas leves. La ola inicial empieza a decaer en abril, también con una abrupta pendiente.

La primera oleada de Balears destaca por ser la única en que se transmitió la ficción de que el coronavirus podía desvanecerse tras el susto inicial. La evolución favorable se atribuyó al confinamiento radical, el más estricto del mundo según un estudio de la universidad de Cambridge. El archipiélago se vio menos dañado que otras comunidades, la reserva de camas fue holgada. A principios de junio, los larguísimos periodos de estancia en la UCI se circunscribían a una decena de enfermos, con medio centenar de ingresados en planta. El número de casos activos, que reventaría próximo a los diez mil en el plazo de meses, se había reducido a un centenar. Tras las alarmas disparadas y la ulterior caída a pico, la pesadilla parecía superada. Sin embargo, se trataba de un espejismo.

Tras una fase de transición pero no de extinción, que caracteriza a los dos primeros meses del verano de 2020, el inicio de la segunda oleada puede cifrarse a mediados de agosto, alrededor del día 15 en que Alemania recomienda a sus ciudadanos que no viajen a Balears, al haberse franqueado el umbral de los cincuenta casos quincenales por cada cien mil habitantes. Con todo, un vistazo al gráfico de las tres fases superpuestas confirma que los datos de la canícula parecen hoy inverosímiles por su bajo nivel, frente a los datos de escalofrío que se avecinaban. Esta ola intermedia se abre con una veintena de casos críticos y más de un centenar de ingresos, el periodo de transición acabaría definido por la supresión del concepto de ola.

Cuesta localizar la cresta de una ola concreta en el devenir de la segunda fase, frente a la pronta identificación durante la primera. A efectos de recuento, los máximos pueden fecharse durante la segunda quincena de septiembre. Sin embargo, los sesenta y trescientos enfermos críticos u obligados al ingreso hospitalario no alcanzarían los niveles de la primera, y se verían sensiblemente sobrepasados durante el invierno. El margen de oscilación en la ocupación de las UCI se bandeó en un margen de veinte camas, por un centenar aproximado de unidades en planta. Durante el primer arrebato de la pandemia, las variables respectivas serían de ochenta y 450. Sin desvelar el final, todas estas marcas serían trituradas en el ataque que todavía se abate sobre la comunidad.

La segunda fase no evolucionó en ningún sentido, mantuvo una constancia que solo se alteró para agravarse. Esta vocación de horizontalidad se altera con rabia a principios de diciembre, en lo que puede calificarse en propiedad de la tercera ola. El ascenso fue tan acusado como en la primera y mucho más que en la segunda, sobre todo en el apartado clave de los ingresos en boxes de UCI. La variabilidad en este factor alcanzó las noventa camas entre la cima y el valle de la curva, con más de trescientos en los ingresados totales. La virulencia del embate registrado durante los dos meses pasados alcanzó su punto más peligroso en la segunda quincena de enero, al estancarse en sendas mesetas. La importancia de estas cifras adquiere especial énfasis al recordar que las mejoras en la atención médica redujeron las estancias hasta casi la mitad. Tras contener el aliento, las caídas vertiginosas en contagios y en ingresos no tienen parangón en las dos olas iniciales.

La propagación del virus en Balears presenta pues un comportamiento asimétrico, que costará asociar milimétricamente a las restricciones en los estudios que sin duda se llevarán a cabo durante años. En el capítulo de las perplejidades, la evolución de los nuevos contagios presenta mayor utilidad que los ingresos hospitalarios, que se anotan días después de la infección, a la hora de matizar la versión oficial. En la tercera oleada, la fase cenital se halla comprendida entre el quince y el 25 de diciembre, antes de las festividades. En aquellos momentos se asoció con hitos comerciales como el Black Friday, pero cuesta adjudicar variaciones tan sustanciales a celebraciones de segundo nivel en intensidad participativa.

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