«La Conselleria de Salud ha activado a última hora de hoy el protocolo de atención ante sospecha de coronavirus tras la detección en Mallorca de cuatro personas con contacto con un caso confirmado». Con esta nota, publicada a las 22.27 horas del día 7 de febrero de 2020, empezaba sin saberse muy bien en qué consistiría la lucha contra el coronavirus en Mallorca. Una de esas cuatro personas era el ya famoso paciente inglés, cuyo positivo se confirmó dos días después, convirtiéndose en el segundo caso del virus en España. Y desde esa nota, hace justo un año, hasta el día de hoy.

Con crisis sanitarias en el recuerdo como las vacas locas, la gripe A o el contagio de ébola de la enfermera Teresa Romero, que generaron alarma, pero no tuvieron mayor recorrido, nadie esperaba que aquel virus iba a pasar como un tsunami por Balears, en forma de tres olas que a lo largo del último año han dejado un balance desolador: el sistema sanitario contra las cuerdas, una crisis sin precedentes tras una temporada turística de dos meses y de visitantes a cuentagotas y que ha dejado la subsistencia de miles y miles de familias mallorquinas en manos de ayudas, prestaciones y sobre todo ERTE, y el sucesivo goteo de muertes hasta los 628 muertos por covid en Balears.

Confinamiento, pandemia, desescalada, incidencia, PCR, test de antígenos, respirador, cribado, asintomático, anticuerpo, tasa de positividad, número reproductivo o toque de queda, son algunos de los conceptos que se han vuelto habituales en el día a día mientras la ciudadanía se ha ido acostumbrando a la mascarilla, al gel hidroalcohólico, a las distancias de seguridad y a un sinfín de restricciones que no han dado tregua ni para reunirse con la familia o los amigos en la festividades más señaladas del calendario.

El gráfico que acompaña esta información, la curva de la pandemia en Mallorca, con esas tres olas doblegadas, y los momentos clave del último año en la isla, muestran la cantidad de medidas puestas en marcha desde las administraciones. Desde planes de desescalada, pruebas piloto para el regreso de turistas, cierre de actividades económicas, cierre perimetral de municipios o la obligatoriedad de mascarilla, que han surfeado sobre las tres olas.

Evolución de la pandemia del coronavirus en Mallorca Diario de Mallorca

Cincuenta días confinados

En el recuerdo quedará la distopía en la que nos sumergió la primera ola, cuando en apenas una semana se fueron precipitando los acontecimientos hasta que el 15 de marzo, como todo el resto del país, quedó confinada Mallorca. Cincuenta días de encierro en casa salvo para ir a la compra. La fiebre del papel higiénico, los balcones, las videollamadas con la familia y sobre todo el aplauso cada día las 20h a los sanitarios pasarán a la historia. Días en que los profesionales de los hospitales combatían un enemigo desconocido y que en el archipiélago, en poco más de un mes, se cobró la vida de casi 200 personas. Días en que la magnitud de la ola no queda reflejada en la gráfica por la escasez de pruebas, reservadas para pacientes graves a su ingreso, de riesgo o personal esencial.

La salida de los niños a la calle el 27 de abril marcó el inicio de la desescalada, que en cuatro fases de quince días se prolongó hasta mediados del mes de junio y que dio paso a un intento de vuelta a la normalidad, bautizado en ese momento de «nueva normalidad». La gente salió de sus casas, volvió a verse y reabrieron los negocios, confiando en que el coronavirus ya había quedado atrás.

Fin a la temporada en agosto

El verano y la llegada de turistas fue el breve espejismo de una temporada que acabó a mediados de agosto después de que Reino Unido y Alemania llamaran de regreso a sus turistas cuando la isla superó la incidencia acumulada de 50 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días. Un nuevo golpe a la economía de las islas, la que más ha acabado cayendo de todo el país y donde ha llegado a haber más de 100.000 trabajadores cobrando ERTE o la prestación para fijos discontinuos.

En ese momento, entre rastreos y ante el aumento de pruebas, repuntaban los casos en la isla dando paso de manera prematura en Europa a la segunda ola. «Estamos en una segunda ola», confirmaba el Fernando Simón de Balears, el doctor Javier Arranz, el 25 de agosto, después de que ya empezaran a asomar las primeras restricciones y de que llegara la mascarilla obligatoria.

Se volvió a las aulas de manera escalonada y con semipresencialidad, se cerraron barrios como Son Gotleu o Arquitecte Bennàzar o municipios como Manacor y en apenas dos meses las reuniones sociales pasaron de un máximo de 15 a 6 personas.

La segunda ola se cebó especialmente con las residencias de ancianos. Los cuatro meses que se le pueden atribuir dejaron 200 nuevos fallecidos, más de la mitad de ellos en los geriátricos de la isla, la mayoría privados y muchos de los cuales tuvieron que ser intervenidos ante la situación.

La curva se dobló antes de que la presión hospitalaria llegara a las cifras de abril, pero la incidencia acumulada nunca llegó a bajar del todo, estancándose en los 200 casos por 100.000 habitantes.

Pese al estancamiento de la curva, los datos de Balears en octubre contrastaban con el del resto de comunidades, en ese momento al alza por la llegada más tardía de la segunda ola. Con la situación de la península llegó el segundo estado de alarma y el toque de queda, inicialmente a medianoche y más tarde a las diez.

Pese a la relativa buena situación en las islas, la incidencia del virus rebotó con fuerza a partir del Black Friday, convirtiéndose en la temida tercera ola a partir del Puente de la Constitución y trayendo una escalada de nuevas restricciones que sentenciaron la Navidad y la última esperanza de muchos negocios de salvar el año.

Del malestar a las protestas

Las restricciones y sus efectos en la economía, la sensación de improvisación por momentos y algunos episodios que han comprometido las llamadas a la responsabilidad, como la salida nocturna de la presidenta Francina Armengol al Hat Bar o los ágapes de 26 personas cuando ya no podían reunirse más de seis organizadas por Agricultura para la visita del ministro Luis Planas, han contribuido al desgaste de un Govern que recibió la gestión de la pandemia desde la desescalada.

El malestar ha ido creciendo hasta estallar en las protestas de bares y restaurantes que desafiaron este enero las autorizaciones de Delegación de Gobierno, acabando el pasado sábado con el contraste de las UCI en máximos y las protestas derivando en una macrofiesta con baile y música a las puertas del Consolat.

Después de que la última ola, la tercera, haya devuelto en este principio de año a los hospitales de la isla a la situación de las peores semanas del confinamiento, las duras restricciones del último mes, con el cierre de bares, restaurantes y grandes superficies, toque de queda a las 22h y la prohibición de reuniones sociales y familiares más allá de convivientes, parecen ahora doblegar nuevamente la curva de casos en la isla después de sumar más de 200 nuevas muertes desde diciembre.

«Se empieza a doblegar la tercera ola en Mallorca», confirmaba la semana pasada la consellera de Salud, Patricia Gómez, que ya avisaba que «no podemos ser triunfalistas» mientras no bajara más la incidencia, con el temor de un nuevo repunte que volviera a cogernos con demasiados casos.

Lento ritmo de vacunación

Con la isla por debajo de la incidencia de los 250 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días que marca la frontera entre la situación de alto riesgo y de riesgo extremo, las malas experiencias de repuntes después de doblegar las dos últimas olas, el lento ritmo de la vacunación, el temor al efecto de las cepas y variantes que ya circulan por el archipiélago y la próxima temporada turística en el aire, marcan el debate de cuándo empezar a levantar las restricciones y poder recuperar poco a poco una normalidad que no será tal hasta dentro de varios meses.