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En contra | Ildefonso Hernández: «Me pondría la vacuna rusa sin problema si la aprueba Europa»

Ildefonso Hernández, catedrático de Salud Pública, director general de su disciplina con Zapatero, menorquín.

 Ildefonso Hernández (Maó, 1956) es catedrático de Salud Pública en la universidad Miguel Hernández de Alicante. Fue director general de su disciplina en el Gobierno de Zapatero, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología y miembro del Comité Científico de la OMS

Para que se haga cargo del tipo de entrevista: «¿Esto cuándo se acaba?»

No lo sé, pero sí quiero decir que nada volverá a ser igual, y no debe serlo. La pandemia es en parte la consecuencia de nuestro maltrato al planeta.

Usted dirigió la lucha contra la gripe A en el Gobierno de Zapatero, ¿este coronavirus desaparecerá?

No desaparecerá. Se renunció a la estrategia de eliminación, por lo que la extinción es poco verosímil. Hemos de acostumbrarnos a convivir con él.

¿Lo peor de la gestión ocurrió antes de la pandemia?

Hubiéramos tenido problemas en cualquier caso, pero España no había desarrollado ni uno de los reglamentos de la Ley de Salud Pública que nosotros redactamos en el Gobierno. La prevención es la parte ornamental del discurso de los políticos, que son siempre cortoplacistas.

Los espabilados se saltan la cola de la vacunación.

Es un comportamiento habitual en España, no puede hablarse de sorpresa. Lo positivo es que han pagado la pena de infamia, han quedado expuestos a la vergüenza pública, ojalá hubiera ocurrido con todos los condenados con la corrupción.

La tradicional tolerancia con los pícaros.

Somos demasiado considerados con los corruptos, pese a su impacto público. Hay que aplicar sanciones, aunque legislar en caliente sea un problema. Se debe mejorar el buen Gobierno, prevenir, exigir la rendición de cuentas, lograr que sea mal visto que nadie se salte la cola.

¿Los efectos colaterales dañinos del confinamiento superan a sus ventajas?

Esa hipótesis es poco probable, aunque deben examinarse los efectos sobre una sociedad envejecida de un confinamiento domiciliario que hoy por hoy no parece adecuado. España es junto con Italia uno de los países con mayor esperanza de vida, con la mitad de la población por encima de los cincuenta años y la convivencia frecuente en familias amplias. El virus se dijo, «¡Ostras!, qué sitio más bueno».

¿Las restricciones han sido la última venganza de la generación del ‘baby boom’ contra los jóvenes?

El egoísmo sin vínculos emocionales es una tendencia favorecida por el ultraliberalismo, pero no creo que a nadie le guste perder a un padre que tiene 63 años. La venganza contra los jóvenes es dejarles un mundo con más desigualdad, peores condiciones laborales y una biodiversidad preocupante.

¿Se pondría usted la vacuna rusa?

Sí. Si está aprobada por la Agencia Europea de Medicamentos, sin ningún problema. Es una institución bastante exigente, pese a las críticas que se le puedan hacer.

La llegada del pasaporte sanitario parece evidente.

No puedo ser favorable a iniciativas sobre las que pesan numerosas incógnitas. Hay indicios de que las vacunas evitan la transmisión, pero no lo sabemos, a diferencia de los datos de que el vacunado es menos susceptible la gravedad de la infección, la hospitalización y la muerte. Tampoco conocemos la duración de su efecto, por lo que es prematuro hablar de pasaportes. Sin entrar en la cuestión de la equidad.

¿Todo esto acabará en los tribunales?

Ufff. Puede haber cosas, a juzgar por lo ocurrido en las residencias de mayores, pero «todo esto» no me parece. No conozco ahora mismo ningún caso con dolo y y me extrañaría con los tipos penales vigentes. Se rechazarán muchas denuncias.

Es usted el padre de la ley que prohibió el tabaco en bares y restaurantes.

La población deseaba que sucediera, y aprovechamos la ventana de oportunidad. Ni los fumadores querrían hoy esos ambientes en que cortabas el humo del tabaco con cimitarra, y en que no podías distinguir a las personas de la mesa de al lado.

¿Ha tenido miedo?

Sí, porque soy una persona de edad y me encuentro entre los grupos de riesgo, pero soy muy cauto y aplico las medidas hasta el extremo de que a veces resulto un poco antipático para la familia. Me convierto en el perro de Pavlov, no me freno a la hora de advertir que «no te acerques a tu madre» o «ni hablar de cerrar la ventana».

¿Obra así por miedo al contagio?

No suelo tener miedo a las enfermedades, influye la responsabilidad social. He renunciado a intervenir en programas de televisión en Madrid, porque no vas a predicar que solo se hagan viajes imprescindibles y coger después un tren con ese propósito. Si no damos ejemplo nosotros...

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