El obispo da mal ejemplo dos veces | Por Matías Vallés
La segunda dosis inyectada a hurtadillas a Sebastià Taltavull empeora la cacicada de la primera, y el Govern cómplice debió prohibirla como ha hecho la Generalitat valenciana. Un poco más, y el obispo se apunta a cobaya de Pfizer, para vacunarse antes que nadie. Se sacrifica por la comunidad al exponerse a un fármaco de efectos secundarios indeterminados, un aval para lograr la santidad.
Si se hubiera pedido una lista de diez fulleros probables que se saltarían la cola de la vacunación, en ella estarían varios de los altos cargos mallorquines que se han apropiado de las vacunas ajenas en un comportamiento que la fiscalía de Murcia investiga por lo penal, pero nunca se hubiera incluido al obispo de Mallorca en la quiniela ominosa. Se ha disuelto el prejuicio favorable hacia Sebastià Taltavull. Ninguna de las caudalosas estadísticas del coronavirus avala una incidencia especial de la enfermedad entre el colectivo de obispos. Cuánto aman lo humano quienes presumen de lo divino, se nota que tampoco ellos lo tienen muy claro.
Si Taltavull se vacunó para «dar ejemplo», es decir para ser imitado por otros, cuándo pensaba trasladar su experiencia para servir de inspiración. Porque ayer volvió a esconderse, y solo se prodigó en excusas insultantes al ser descubierto veinte días después de inyectarse. Al igual que ocurre con el Jemad, el escándalo no consiste en que los prohombres abusen de sus prerrogativas en un país primitivo, sino en que tanto los militares como los sacerdotes dispongan de lotes a ellos reservados.
Si necesita una excusa efectiva, el obispo ha de consignar que una vez inmunizado, mediante su magisterio transmite la invulnerabilidad a sus fieles. Está tocado por la gracia, ha logrado la salvación en este mundo. Todos los mallorquines que acudan a una celebración con imposición de manos del prelado, quedarán libres de contagio de la covid sin necesidad de inyectarse dudosos productos de Pfizer, se prevé una asistencia masiva.
Aunque Taltavull no pague la usurpación vacunal con el cese, desde luego tendrá que confesarse. En la petición de perdón a regañadientes a la que fue forzado por sus superiores en horario de madrugada, ofrece un dato de pésima elegancia. Enumera a todas las personas que se vacunaron con él, incluidas monjas o trabajadores. Con esta coz, no solo culpa implícitamente a quienes no comparten su responsabilidad episcopal, sino que pretende vengarse de la existencia de un presunto chivato señalando a los sospechosos.
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