Oímos, leemos y vemos todos los días en los medios de comunicación que es necesario tomar medidas más duras y contundentes para parar esta pandemia y entre ellas, una medida que siempre estaba y sigue estando en la boca de los expertos (en la mía incluida) es confinamiento, la palabra del año 2020 de la FundéuRAE. Seguro que la incidencia acumulada de algunos pueblos, ciudades y CCAA obliga a ello, pero también seguro que no es necesario ni un confinamiento como en marzo, ni cerrar el pequeño comercio que está realizando una gran labor de contención, ni cerrar las escuelas (al menos hasta cierta edad) que están convirtiéndose en un espacio seguro.

La situación actual en España (y en gran parte de Europa) es crítica, y no se trata de infravalorar la gravedad de la misma, sino de señalar si lo más adecuado es echar mano al confinamiento domiciliario como la única medida posible, es necesario pensar antes en tomar medidas sobre bares y gimnasios como espacios donde la interacción social puede ocasionar contagios, sobre centros comerciales, que son espacios donde se acumula mucha gente sin ningún control, en fomentar el teletrabajo en las administraciones públicas y en otras empresas, la realización de exámenes online en las universidades para evitar aulas llenas, el refuerzo de la frecuencia de los transportes públicos para aliviar las aglomeraciones o garantizar la correcta ventilación en centros educativos y lugares de trabajo, para evitar la transmisión de contagios.

Todo aquello que no se pudo hacer en marzo por falta de conocimiento, no puede volver a negarse, especialmente porque ahora sí sabemos que existen escalones intermedios que transitar. La idea de que solo ha servido el confinamiento estricto niega la posibilidad de estrategias efectivas intermedias y, además, invisibiliza los efectos negativos de un confinamiento domiciliario, que son importantes y no solo a nivel económico, sino en el ámbito de la salud. Las medidas planteadas para frenar la covid-19 oscilan normalmente, entre suaves recomendaciones o el confinamiento estricto, transitándose de una a otra con gran rapidez y con una falta de elementos relacionados con los cuidados de las personas vulnerables o con la reducción de los efectos adversos de las medidas realizadas para evitar la covid-19.

Una de las cosas más complejas en epidemiología y Salud Pública es ser capaz de entender cómo impactan los condicionantes de vida en la salud y en los posibles efectos perjudiciales de una medida de salud pública. Esto señala a uno de los puntos más complejos de las medidas de salud pública: los costes no monetarios. Toda medida de salud pública tiende a tener efectos positivos y negativos, y su adopción se realiza basándose en un balance favorable de ambos. El asunto clave es que, en muchas ocasiones, algunos de los efectos negativos pueden quedar invisibilizados por concentrarse en grupos concretos de población. Este es el caso de los efectos negativos del confinamiento domiciliario que afecta principalmente a los grupos y barrios y zonas más desfavorecidas.

El pasado 15 de enero el Centro de Control de Enfermedades de los Estados Unidos (CDC) dio a conocer en su publicación Mortality and Morbidity Weekly Report un interesante estudio sobre el impacto sobre la mortalidad por covid-19 de las políticas de mitigación durante la pandemia. El estudio arroja una luz muy valiosa sobre lo acontecido en 37 países europeos entre el 23 de enero y el 30 de junio de 2020 y muestra los impactos en términos de la reducción de enfermedad y de fallecimientos que entraña la puesta en marcha de políticas estrictas de mitigación, en las que se incluyen el cierre de la actividad económica no esencial, las restricciones a la movilidad y a las reuniones de grupos y los confinamientos domiciliarios obligatorios, a pesar de los innegables costes económicos y sociales que suponen. El estudio concluye que estas políticas estrictas de mitigación fueron exitosas para doblegar la curva de transmisión, pero, más aun, fueron particularmente útiles, mientras más tempranamente se pusieron en marcha, para reducir la mortalidad por covid-19. Es decir, salvaron vidas y previnieron fallecimientos que eran evitables. De especial importancia son los hallazgos del estudio que revelan que mientras más anticipatorias sean estas políticas estrictas de mitigación, incluso si se adoptan con unas cuantas semanas de antelación, más eficaces resultan para prevenir la transmisión comunitaria diseminada y para reducir el número de fallecimientos por covid-19.

El confinamiento domiciliario estricto por tanto ha demostrado ser efectivo a la hora de disminuir la transmisión del SARS-CoV-2; sin embargo, este tipo de confinamiento realizado en marzo en España, también ha tenido un impacto negativo que probablemente se haya cebado en mayor medida en la población con viviendas pequeñas donde vive mucha gente (normalmente barrios con población en situación socioeconómica precaria) o con mayor necesidad de recepción de cuidados y mayor dificultad para la búsqueda activa de espacios de socialización (personas mayores, personas de todas las edades con trastorno mental grave...). Sin duda alguna es necesario mejorar las condiciones materiales de las personas para que confinarse no sea un sinónimo de empobrecerse. Y como decía el catedrático de Salud Pública, el menorquín Ildefonso Hernández, es imprescindible hacer un informe de equidad, siempre que se tomen medidas de salud pública como el confinamiento, para que se favorezcan a las personas con menos recursos.

Los estudios apuntan también a la duración del confinamiento como uno de los factores más decisivos en la magnitud de los problemas psicológicos. También lo son la falta de información adecuada y precisa sobre la duración y las condiciones, el miedo a contagiarse, así como la ausencia de comida y también mascarillas. Por otra parte, la pérdida del empleo y la falta de seguridad económica aparecen como los dos elementos que generan efectos perjudiciales sobre la salud mental más persistentes en el tiempo.

En definitiva, hemos llegado a enero de 2021 en una situación en la que tanto los condicionantes materiales como los aspectos psicológicos que pueden influir en el seguimiento de las medidas de confinamiento están mucho más deteriorados. El desempleo o la precariedad, los problemas para abordar toda la carga de cuidados, los problemas de salud generados por la covid o por la respuesta a la covid, la destrucción de apoyos o, simplemente, el hartazgo y la sensación de que esto no tiene fin, pueden influir negativamente en la adherencia a las medidas que se planteen para contener la incidencia de la covid-19. Auticonfinémonos y seguro que saldremos mejor y antes. Y que las autoridades hagan bien (mejor) su trabajo. Lo necesitamos ya.