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Que aprendan de Revilla | Por Matías Vallés

A ritmo de doscientos mil contagiados al año y arruinada, Mallorca vive el momento más dramático de su historia. Es la única justificación para la alarmante desconexión con el entorno de Francina Armengol y Aina Calvo. No solo prohíben las protestas, están a un paso de acusar a los manifestantes de dar rienda suelta a sus instintos homicidas.

Es triste contemplar la degradación del innegable atractivo popular de dos políticas, que era más brutal en el caso de la presidenta y más sofisticado en la delegada. Harían bien en seguir un tutorial de su colega Miguel Ángel Revilla. En lugar de mentir sobre las escasas vacunas administradas como ha hecho el Govern, el presidente cántabro destituyó primero a su directora general de Salud Pública y se lanzó a continuación a una vacunación desenfrenada. En lugar de imponer restricciones de nula eficacia sin ton ni son, que convierten a Mallorca en la zona mundial con mayor limitación de las libertades, el televisivo presidente norteño adelanta el toque de queda a las diez solo por una semana, casi pidiendo perdón a sus ciudadanos y derrochando empatía.

Lo malo de prohibir es lo rápido que se le coge el gusto. Y dado que las gobernantes asocian el coste en vidas a cada visita a un familiar o a cada protesta de quienes se han quedado sin nada, ¿cuántas muertes han supuesto la incompetencia en la gestión de la pandemia y la incalificable campaña de no vacunación?

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