Un vídeo colgado en Instagram destapó la caja de los truenos. La grabación, iniciativa del Govern, presentaba al instituto Arxiduc Lluís Salvador de Palma como un modelo a seguir en materia de educación emocional. La publicación provocó un aluvión de comentarios de exalumnos contra la directiva del centro y algunos de sus profesores a los que acusaban de sexismo, machismo, censura y trato vejatorio a los estudiantes. El vídeo acumulaba el viernes más de 15.000 reproducciones y 766 comentarios. Las cifras, insólitas para una publicación institucional, han hecho saltar las alarmas.

Las críticas no se quedan en el anonimato de las redes sociales. Siete exalumnas del instituto han querido dar su testimonio a este diario. No es casual que todas sean mujeres, principales damnificadas en un centro en el que la manera de vestir penalizaba más que los suspensos. «El primer día de clase me expulsaron por llevar pantalón corto. La directora y la jefa de estudios me empujaron contra la pared y me dijeron que era una fresca y una guarra por ir así vestida. Yo tenía 12 años y me dejaron en la calle sin tan siquiera informar a mis padres de la expulsión», recuerda Andrea Pastor.

«Me metieron miedo y dejé de ir en pantalón corto. En junio, con el calor, era terrible porque tampoco había ventilación. Para los chicos en cambio no había restricciones. Si alguno llevaba el pantalón demasiado arremangado se le llamaba la atención y ya», añade.

El centro de las críticas

Las exalumnas dirigen el grueso de sus críticas contra la directora del centro, Margalida Ramis, y la jefa de estudios, Aina Rotger. «Llamábamos el ‘pasillo de la muerte’ allí donde estaban los dos despachos, todo el mundo evitaba pasar por allí. Aunque fueras buena estudiante y no hubieras hecho nada, no te acercabas por si acaso», relata Carmen Castell.

«Antes de empezar organizan unas jornadas de puertas abiertas en las que te lo pintan todo perfecto, pero luego ves cuál es la realidad. Un día iba con tirantes y un poco escotada y una profesora se me acercó y me preguntó angustiada si no tenía algo que ponerme encima. No porque ella tuviera nada en contra: tenía miedo de lo que pudiera pasar si la directora me veía así», explica.

Son testimonios coincidentes con los vertidos por centenares de estudiantes en Instagram. «Yo me fui en el último curso porque no aguantaba más. Mi madre me decía que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, pero en este caso puedo asegurar que no es así», afirma Andrea Segura.

Laura Rocha y Aina Díaz.

«En el Arxiduc había buenos profesores, pero allí todo se contaminaba y se volvía malo. El nuevo colegio era de monjas, y nunca me dijeron nada por llevar falda corta. Con la misma falda, un día en el Arxiduc me dijeron que era una guarra y que no iba a llegar a nada en la vida. A veces algún profesor te veía y te aconsejaba que fueras al baño a cambiarte», recuerda.

También Dayana Bandrés guarda un mal recuerdo del IES. «La dirección se ha ido cargando el Arxiduc poco a poco por sus comentarios y sus reglas absurdas, machistas y xenófobas. Nos obligaban a ponernos ropa de la caja de donaciones si no les parecía adecuada una camiseta corta; nos castigaban a limpiar el patio si nos portábamos mal y nunca escuchaban lo que teníamos que decir. Mis compañeros se sentían anulados y menospreciados», describe. Varios antiguos alumnos y profesores narran varios ejemplos de castigos muy duros y de pedagogía cuestionable, como permanecer cinco horas de pie en el pasillo de cara a la pared.

Bandrés habla de cierto clasismo por parte de la dirección, que no ocultaba sus preferencias y sus antipatías: «Yo les caía bien. Aun así, era consciente de que había diferentes tratos hacia el alumnado y que había que tener mucha suerte para que te hablasen bien».

Lo atestiguan Aina Díaz y Laura Rocha, dos jóvenes que durante su estancia en el Arxiduc formaban parte de uno de esos grupos de alumnos teóricamente favorecidos por la dirección. «Ambas cursamos Secciones Europeas [un programa de asignaturas en inglés que hacen los alumnos con mejor expediente] y por parte de la directiva se notaba mucho la predilección hacia esos alumnos y el trato diferente que recibíamos. Visto ahora me parece un comportamiento muy poco profesional», explica Díaz.

Rocha apunta que ciertos comentarios y actitudes se deslizaban por la pendiente de la xenofobia. «En ese instituto siempre ha habido mucha gente de Sudamérica. En parte por eso el centro era tan estricto con el vestuario de las chicas: justificaban que si no cumplíamos unas normas para vestir, las sudamericanas enseñarían demasiado», asegura la joven.

Todos los testimonios coinciden además en describir un ambiente opresivo en el que los alumnos no podían expresarse con libertad. La tensión se disparó durante la época del polémico TIL de José Ramón Bauzá y las marchas ‘verdes’ contra aquel Govern. «Una vez la jefa de estudios adjunta [Marisol Palacios] me acorraló porque llevaba un cartel en la camiseta de ‘Crida per una Educació pública i de qualitat’», destaca Bandrés.

Coincide Pastor: «Un día llevé un cartelito en la camiseta sujeto con imperdibles en el que se leía algo así como ‘Lucha por la libertad de expresión, abajo la Ley Mordaza’. Un profesor que estaba muy vinculado a la dirección me echó de clase y cuando llegué a presencia de la directora me arrancó el cartel de un tirón y empezó a despotricar. Yo solo tenía 13 años. Al final te infunden miedo, llegas a crees que estás haciendo algo mal».

Se respiraba «miedo», se acuerda Díaz: «Ellas querían dejar muy claro que tenían el poder. Respondían con gritos y amenazas a cualquier tontería. Por ejemplo, si te veían haciendo algo tan tonto como apoyarte en la pared se liaban a gritos. A veces no parecía un instituto», relata esta chica, al tiempo que denuncia que un año la dirección torpedeó una huelga feminista con motivo del 8M.

Yasmina Selmouni abunda en ese ambiente pesado que todas recuerdan: «Los gritos de la directora y la jefa de estudios eran una constante. Allí te marcan. Ramis siempre tenía el número de marcación rápida de la policía. Un día a un compañero le acusaron de llevar ‘maría’ en la mochila. Era mentira, pero vino un agente y consiguieron intimidarle».

Buena parte de estas jóvenes subrayan que arrastran un trauma de su paso por el Arxiduc. «Aquello no era vida. Pero salí de allí, empecé en la universidad y fue maravilloso. Necesitabas estar fuera para ver que aquello no era normal», manifiesta Castell.

Todas ellas recuerdan que en el Arxiduc hay un buen número de profesores competentes, pero consideran «imprescindible» un cambio de rumbo.

La dirección se defendió de las críticas de Instagram a través de un comunicado en el que negó el trato discriminatorio: «En este instituto siempre se ha tratado y se trata por igual y del mismo modo al alumno sea cual sea su género u origen. Llama la atención que nunca haya habido queja alguna al respecto», aseguraba el escrito.

Comentarios sexistas, miradas y acoso de un exprofesor 

Las siete exalumnas del instituto Arxiduc Lluís Salvador entrevistadas por este periódico dedican parte de su testimonio sobre su paso por el centro a un profesor determinado, un docente al que acusan de comportamientos que rayan en el acoso sexual.

Por ejemplo las chicas hablan de cómo se les quedaba mirándoles el cuerpo (o determinadas partes) sin ningún disimulo. Rememoran también los comentarios que hacía sobre el físico de algunas alumnas, como «¡uf, esta chica está tremenda!», «qué buena está ésa» o «mira qué tetas tiene». Las jóvenes ponen varios ejemplos en esta línea.

Cuando estudiaba en el Arxiduc, Yasmina Selmouni averiguó que las estudiantes de los cursos anteriores también hablaban de este tipo de comportamiento por parte del profesor. 

Por ello, un par de cursos atrás, esta estudiante reunió los testimonios de varias compañeras y redactó un escrito de denuncia que remitió a la dirección, tras haber comprobado que el asunto «no eran solo percepciones o una novedad» sino que esas actitudes «eran una práctica habitual desde hacía tiempo»

El texto también denunciaba «miradas lascivas» y «muestras de cariño sobrantes y tal vez excesivas», como «abrazos constantes, caricias y acercamientos innecesarios». 

«Cuando leyeron la carta, la directora y la jefa de estudios se hicieron las sorprendidas y dijeron que no sabían nada de esas actitudes. Era mentira, yo sabía que otras alumnas se habían quejado», asegura: «También informé a la conselleria de Educación. Incluso me agradecieron que les hubiera informado, pero no sé si se hizo algo».  

Tras el escrito, la directora del centro también trató el tema con Inspección. Finalmente, este profesor fue amonestado y trasladado a otro instituto donde siguió impartiendo su especialidad. Este mismo docente ya había sido ‘invitado a irse’ de un centro concertado donde daba clases.