Mallorca no logra doblegar la curva de contagios del coronavirus. Visto desde el otro bando, tampoco la curva de contagios logra conducir a la estructura sanitaria de la isla al «colapso», el concepto esgrimido en el Boletín Oficial del Estado para justificar la declaración del estado de alarma que llevó anejo el toque de queda. La segunda oleada aprieta pero no ahoga, el observador de los datos de septiembre y octubre en la comunidad se verá obligado a contener el aliento, pero a una distancia confortable de «tensionar» en exceso los servicios asistenciales, por citar otro de los infinitivos alegados en el BOE para motivar la limitación de movimientos.

El concepto de segunda oleada ha sido asimilado por la población hasta el punto de que asusta desilusionar a quienes contemplan la pandemia como una serie de picos y valles. Esta regularidad oscilante ha desaparecido de la realidad de los contagios y enfermos en Mallorca. Las cifras de vértigo rematadas en el ecuador de septiembre han permitido que los preocupantes datos actuales se contemplen con cierto relajamiento, aunque superen a diario los peores datos de la primera oleada. Las curvas que acompañan este texto demuestran una estabilización en cifras poco deseables, sin una clara tendencia a la explosión de casos ni a una mitigación que permita avanzar una mejoría sustancial.

A partir de mediados de octubre, la oscilación pendular da lugar a un paisaje estabilizado en márgenes preocupantes. Este comportamiento sin las habituales campanas no es exclusivo de Baleares. La progresión del coronavirus en Estados Unidos muestra también una aparente tercera ola montada sobre el lomo de una segunda que no llegó a periclitar. La gran diferencia entre los datos de contagios registrados en Mallorca y en otras regiones españolas reside precisamente en la escasa traducción de las infecciones en ingresos hospitalarios. Una mayor levedad o una mejor atención.

Si se asistiera a un rebrote que arrancara de cero, la escasa repercusión hospitalaria se asociaría al inevitable retraso entre el estallido de enfermos y las necesidades de atención a los casos graves y críticos. Sin embargo, ocurre todo lo contrario, y el castigo constante en el indicador de nuevos contagios no se refleja en la ocupación de camas. Hasta ahora no se ha aportado ninguna explicación coherente de este hecho, que no tiene por qué obedecer a una ley concreta por lo que puede desbaratarse en cualquier momento. Por razones desconocidas, los mallorquines enferman con mayor levedad que los habitantes de otras comunidades.

La mejor manera de comparar ambas oleadas consiste en superponer las curvas de ingresos correspondientes al pasado mes de marzo con las gráficas que recogen las admisiones hospitalarias desde octubre hasta la actualidad, dentro del concepto teórico de segunda ola. Se observa con nitidez que en ningún caso se ha alcanzado el techo del medio millar de hospitalizados, que se registró a principios de abril. Dado que el número de contagios se ha multiplicado en la segunda fase, puede hablarse de una menor virulencia de la enfermedad. En el ciclo vigente se han superado durante varios días los 300 ingresados, en las jornadas extremas de la segunda mitad de septiembre.

La mala noticia es que el menor techo de ingresos se compatibiliza con una duración mucho mayor de la falsa oleada. La cifra se ha estabilizado en un centenar y medio, por debajo de la saturación y de la media española. Sin embargo, puede apreciarse que en un plazo similar, el impacto de la primera oleada había decrecido sensiblemente por debajo del centenar. De nuevo, la segunda ola ha venido para quedarse.

La estabilización preocupante sin picos se observa asimismo en la gráfica que compara la evolución de los ingresos en las Unidades de Cuidados Intensivos en ambos ciclos. En abril, se rondó el techo simbólico del centenar de camas de UCI ocupadas por la covid, «tensionando» de nuevo las capacidades de Baleares. En la actualidad, los casos críticos no han superado los sesenta. A cambio, se han acomodado en el entorno de cuarenta unidades, sin el esperanzador descenso por debajo de veinte que en junio avaló la hipótesis de que el coronavirus podía convertirse en una pesadilla pasajera. Una vez más, y dada la mayor frecuencia de contagios en la segunda oleada, la conclusión razonable apunta a una menor dureza de las infecciones.

La consecuencia inmediata de la implicación relativa de la atención hospitalaria es la concentración del seguimiento de la pandemia en la atención primaria. Aproximadamente el noventa por ciento de los enfermos han atravesado la covid sin abandonar sus domicilios, recibiendo las instrucciones por vía telefónica. Cuando se puso en marcha este procedimiento a distancia, una corriente médica lo consideró inadecuado y desde el Govern se recibió con histeria y acusaciones de calumnias pero sin dar la cara. La irracionalidad ha dado paso a una forma de actuar que se ha oficializado para lidiar simultáneamente con la frecuencia de los enfermos y con la tremenda capacidad de contagio que ha mostrado el virus. Sin menospreciar en absoluto la pandemia que mantiene en vilo a Mallorca sanitaria y económicamente, una enfermedad que más de la mitad de enfermos atraviesan sin salir de casa ni secuelas aprieta, pero no ahoga.

Al examinar la curva de los casos con seguimiento a cargo de atención primaria, se detecta la misma pauta que en los ingresados. La cifra de pacientes domiciliarios se disparó por encima de los cinco mil en septiembre, una secuela de la tímida temporada turística de los meses anteriores. La curva se suavizó progresivamente hasta mediados de octubre. Con todo, el optimismo recibió un jarro de agua fría a finales de octubre, cuando subió por encima de los dos mil atendidos una contabilidad que había llegado a situarse por debajo de ese listón.

La ausencia de una segunda ola en condiciones, por solapamiento con una tercera o por estabilización al alza de los casos, impide aventurar proyecciones con garantías sobre el futuro de la pandemia en Mallorca. Las autoridades sanitarias tendrán que improvisar a diario, confiando en la suerte aunque pretendan revestir sus medidas de ropaje científico. La única sirena de alarma de validez contrastada es el grado de ocupación hospitalario, por encima de los nuevos contagios o incluso de la tasa de incidencia. La amenaza de la pandemia sigue ahí, pero sin ofrecer pistas sobre su evolución. Con el riesgo adicional de que el límite de fractura puede alcanzarse sin necesidad de un aumento súbito, sino solamente por agotamiento de la estructura sanitaria.

En cuanto se pretende atrapar la implantación de la covid en Mallorca, se obtienen resultados tan insólitos como el cribado recién efectuado en la confinada Manacor. Al testar a casi un millar de personas comprendidas entre los 15 y los 45 años, el grupo de edad más afectado por la segunda oleada en todo el mundo, se obtuvo una tasa de penetración inferior al dos por ciento. De este modo, la ciudad mallorquina se situaría muy por debajo de los índices que consideran insostenibles la Organización Mundial de la Salud (cinco por ciento) o el Centro Europeo de Control de Enfermedades (tres por ciento). Sin embargo, el municipio estaba clausurado.