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El turismo de lujo que Mallorca aspira a conquistar exige PCR

Los paraísos caribeños más cotizados reabren con hasta tres test obligatorios y cuarentena de «prevacaciones» en los mismos hoteles

Bahamas, ocho millones de turistas anuales y tres PCR, una antes de llegar y dos en destino.

La desaparición del turismo en Mallorca enfrenta a dos corrientes opuestas para su reanudación. Quienes desean regresar a la rutina han de competir por primera vez con los partidarios de seducir a un cliente más selecto. Por primera vez, el elitismo tentador gana peso entre los empresarios, reacios por tradición a esta evolución. Si el Caribe es el destino, el camino contempla la realización de PCR masivas, más de una a cada viajero. Los test tampoco garantizan la libre circulación, y las islas caribeñas confinan a menudo a los visitantes en los establecimientos, sin posibilidad de desplazarse por los alrededores de su jaula dorada. El pasado martes, el conseller Iago Negueruela manifestó su oposición a la realización de PCR en los hoteles mallorquines, después de la negativa de Aena a efectuar ningún tipo de prueba química en aeropuertos. En cambio, Canarias opta por la vía caribeña.

Los médicos mallorquines advirtieron en junio que una correcta reapertura de Mallorca al turismo exigía la ya célebre “PCR en origen”. Se despreció su consejo, y Balears se convirtió en plena temporada en la región europea con mayor impacto de la pandemia. En las Bahamas, por citar un ejemplo del nuevo modelo mallorquín, la apertura en octubre obligaba a los turistas a disfrutar de las vacaciones sin salir del ámbito de su hotel. En noviembre se les autorizará la libertad de movimientos, pero con tres PCR. La primera debe aportarse durante la semana anterior al viaje, para lograr un certificado de salud por internet. Se someterán a un segundo test a su llegada al archipiélago coralino, y a un tercero en la quinta jornada de su estancia.

Un asesor sanitario de Francina Armengol se jactaba de que eran innecesarios los controles en los aeropuertos, textualmente “porque a los enfermos de coronavirus se les distingue por la cara que ponen”. A la hora de la verdad, ni este primitivo criterio facial se ha aplicado en Son Sant Joan, para discernir a los visitantes de riesgo. La permisividad contagiosa contrasta con las cautelas que impone Barbados. La primera PCR negativa debe remitirse por internet al destino, con fecha inferior a tres días de iniciar la vista. A la llegada al destino caribeño se procede a un confinamiento en el hotel de dos días, que se ha bautizado con el sugestivo nombre de “prevacaciones”. La minicuarentena viene seguida de un segundo test, antes de adquirir la libertad de desplazamiento por la isla independiente. Eso sí, el turista ha de tomarse la temperatura a diario y remitirla a un equipo de salud pública.

Al margen del grado de cumplimiento, la severidad de las medidas caribeñas puede compararse con las hojas de declaración responsable, rellenadas mediante bolígrafos atados a cordeles, que ofreció Son Sant Joan como innovación tecnológica para contener la pandemia. La isla caribeña de St Barths requiere de una PCR negativa efectuada en los tres días anteriores al viaje, Antigua amplía el plazo a siete.

En el breve tránsito de sosiego entre las dos oleadas de la pandemia, el Govern sugirió de forma tímida y confusa que se efectuaran controles en el aeropuerto de Palma, también a los vuelos nacionales. Madrid se negó en redondo, aunque conviene recordar asimismo que el Gobierno tuvo que proteger a Mallorca del tráfico de cruceros, que las autoridades locales pensaban restablecer sin tomar precauciones. Para descalificar las PCR en origen, suele esgrimirse el abismo del tráfico turístico hacia Balears, por comparación con los mercados caribeños citados. Sin embargo, Bahamas acoge anualmente a cerca de ocho millones de visitantes, más de un millón ponen rumbo a Barbados.

El turismo es una fuente de riqueza y de coronavirus. Mallorca pagó con creces los vuelos sin control, desde focos emisores del coronavirus como Madrid y Cataluña. Frente a quienes alegaban que era impracticable realizar pruebas en el aeropuerto, el castigo que siguió al plan piloto acentuó la necesidad de controles, una vez que el Reino Unido y Alemania desaconsejaron a Son Sant Joan como destino para sus compatriotas. Además, la puesta en marcha de test hubiera familiarizado a los operadores con la tramitación de miles de visitantes con todas las garantías. La isla caribeña de Dominica también requiere el superficial “cuestionario” que solo oficialmente se rellena en Palma, pero lo complementa con la exigencia de una PCR anterior al desplazamiento. Un segundo test se realiza al llegar, seguido de cinco días de confinamiento en el resort que se rematarán con una tercera prueba.

Los destinos cotizados del Caribe, hacia donde se dirigen las medidas mas ambiciosas para la regeneración turística de Mallorca, han logrado que los turistas no empeoren la circunstancia sanitaria del entorno. De hecho, se encuentren más seguros que en sus propios países. De nuevo, se alegará que Dominica solo recibe a doscientos mil visitantes anuales. Sin embargo, esta cifra se dispara en St Kitts and Nevis hasta los dos millones. Pese a ello, se exige una PCR negativa previa al viaje, siete días de cuarentena hotelera, una segunda prueba y la obligatoriedad de descargarse una aplicación que mantendrá localizados a los viajeros en todo momento. En otro océano, las Hawai alcanzaron ocho millones de visitantes anuales y someten a sus visitantes a un test de antígenos. Es decir, a una prueba más de las necesarias para viajar a Mallorca.

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