A las cuatro de la tarde de ayer, con el sol caído a pico sobre el Club de Mar, hasta tres tripulantes del Yasmine of the Sea circulan por el pantalán que ocupa el yate de la familia real catarí. No se advierte ningún síntoma de preocupación, aunque ayer mismo se firmaba en un laboratorio situado en las inmediaciones del complejo el "resultado positivo para covid-19" que obliga al paciente y convivientes a "aislarse en su domicilio".

Dos tripulantes femeninas y un varón fumador se encontraban a la vez en el pantalán, compartiendo espacio con operarios y con algún mallorquín que atendía a embarcaciones de eslora más modesta que los ochenta metros del Yasmine. No les corre excesiva prisa. Es curioso que la tranquilidad respecto al confinamiento, de una tripulación que ha compartido espacio con un caso de coronavirus, se transforme en alarma en cuanto llega un testigo incómodo.

Un personaje curioso asoma a una de las cubiertas para interrogar con maneras de fiscal al paseante incómodo:

—Yo soy el capitán del barco, ¿quién es usted?

Por fortuna emite el aerosol a notable distancia, dadas las dimensiones proboscídeas del Yasmine, aunque con entonación de mariscal napoleónico. Todos los aborígenes están acostumbrados a ser reprendidos por los extranjeros, convencidos con razón de que un yate que se alquila a medio millón de euros por semana les concede un derecho de propiedad sobre la isla. Sin embargo, ningún indígena habrá escuchado un argumento similar al que irrita al comandante de la nave con un caso de coronavirus:

—Es que está usted mirando el barco.

Es cierto que un nativo debe mantener la mirada gacha ante los colonizadores y sus posesiones, esperemos que se disculpe el crimen de haber levantado los ojos. El autodenominado capitán, que se hace escoltar por tripulantes con mueca reprobatoria, lanza a continuación la acusación definitiva:

—Y está usted hablando por teléfono.

La continuación es más previsible, "voy a llamar a seguridad". En efecto, el siguiente periodista ya no podrá acceder al pantalán por donde paseaban los tripulantes del Yasmine en presunta cuarentena. Los servicios del Club de Mar fueron mucho más amables con el compatriota. El helicóptero de la Guardia Civil que amedrenta a mallorquines no sobrevoló al yate regio contagiado.