La RAI italiana destacaba en sus telediarios del pasado martes que "La covid mette in ginocchio le Baleari". En efecto, la Mallorca arrodillada detecta las proteínas asociadas al virus en las aguas residuales, debe plantearse el confinamiento de municipios singularmente afectados, y tendrá que resolver si el botellón que cubre la noche palmesana supera en riesgo de contagios al ocio organizado.
La covid pone de rodillas a una comunidad que confiaba en haberse levantado de la pandemia sin secuelas. Tras convertirse en la segunda región con un caso propio después de Canarias, la insularidad y el clima permitieron que la tasa de contagios y fallecidos no alcanzara en primavera los terroríficos niveles del resto de España. A finales de mayo, la única pregunta era en qué día se coronaría el nivel cero autonómico.
La anulación completa no llegó a completarse, aunque los nuevos contagios se aletargaron muy por debajo de los diez diarios. Era el momento de plantearse si la comunidad podría convivir con dos mil nuevos casos anuales. La perfecta modulación de esa cifra durante semanas implica que, salvo un estallido orgiástico que no coincide con la percepción general, la apertura de los intercambios aéreos haya sido crucial para despertar al coronavirus.
En la actualidad, aquellos dos mil enfermos anuales y asintomáticos que iban a constituir el ruido de fondo de la recuperación se acumulan en solo ocho días. Balears navega a un ritmo de cien mil nuevos contagios al año, sin duda insostenibles según los criterios de marzo. Por fortuna, la traducción a ingresos hospitalarios no se corresponde de momento con la oleada inicial que nunca golpeó realmente al archipiélago. La covid arrodilla a Balears hoy, por primera vez.
