Juan Carlos I nunca disfrutó de vacaciones en Mallorca. La Casa del Rey anunciaba cada veraneo enfatizando que el Jefe de Estado "traslada su despacho a Marivent". Antes de instalarse en el palacio cedido por Juan de Saridakis, y reclamado judicialmente por unos herederos que trataron de okupa a la Familia Real, el Emérito habitó el hotel Victoria heredado por Sabino Fernández Campo. De niño, el monarca había veraneado en la Cartoixa de Valldemossa, convidado en la celda de su compañero de estudios Jaime de Carvajal y Urquijo, futuro presidente de Ford y artífice de la transición en su calidad de confidente privilegiado de las dudas del soberano. El Marqués de Isasi es padre además de la simpar periodista Victoria Carvajal y Hoyos, que fue la primera novia del Príncipe Felipe antes de casarse con Bruno Entrecanales, y que tras la ruptura matrimonial se aposentó en una de las casas más bellas de Tramuntana.

Entrecanales es heredero de la constructora familiar del Palacio de Congresos, y le disputa a Michael Douglas el título de reencarnación de s'Arxiduc. Sin embargo, Joe Holles gestiona su finca de Son Moragues y discrepa de la identificación con Luis Salvador de Austria, el primo de Sissí:

—¿Su jefe Bruno Entrecanales es el nuevo Arxiduc?

—No, es un tío muy normal y s'Arxiduc no lo era. Es un valldemosino más, enamorado de la belleza extrema que la Tramuntana ofrece en dosis digeribles. Pocas personas conocen la montaña a pie tan bien como él.

Nada enfurecía más al anterior Jefe de Estado que la expresión "el Rey Juan Carlos". Al escucharla en su presencia se revolvía disgustado:

—¿Qué es eso de precisar "rey Juan Carlos"?, ¿es que hay otro rey?

Ahora hay otro rey, educado íntegramente por Sofía de Grecia. Sus cuñadas Margarita de Borbón y Pilar de Borbón, la Reina de Calvià, le reprochaban que su dedicación absoluta y proteccionista al primogénito varón hubiera desembocado en el matrimonio con una mujer divorciada. Había que ser cuidadoso con el protocolo para dirigirse a la hoy Reina Madre. Lo comprobaron las damas mallorquinas de alcurnia que presumían de la intimidad de la soberana griega, y que compartían con ella los mullidos sofás del Club de Mar de Pepe Oliver, el chevalier servant de Marta Gayá, y del inolvidable René. La presunta familiaridad se traducía en un "Sofía" por aquí y otro "Sofía" por allá, hasta que la aludida interrumpió en seco:

—No soy Sofía, soy la Reina de España.

En el Club de Mar se vio a Pedro Jota Ramírez tras los pasos de Ana Obregón, en la fiesta posterior al estreno de Bearn de Jaime Chávarri de la Mora y Lorenzo Villalonga. Allí mismo, el listísimo Julio Iglesias le soltó a la actriz con casa en la Costa de los Pinos:

Anita, estás buscando que te arroje a la piscina pensando en los paparazzi, y no lo vas a lograr.

Felipe VI dio los primeros pasos de baile en el Club de Mar, pero solo se lanzaba a la pista después de que lo hiciera su primo Pablo de Grecia, un donjuán que de inmediato tenía a las ricas herederas mallorquinas orbitando a su alrededor. Solo entonces se atrevía el tímido sucesor a la Corona de España a contonearse. El hijo del exrey Constantino de Grecia le hubiera vendido a cualquiera un coche usado, el hijo de Juan Carlos era el comprador. Las mujeres más bellas de Mallorca desde aquellos tiempos son Rosario Nadal y Antonia María Horrach. Compañeras de curso, se difundió la leyenda urbana de que habían apostado al matrimonio de mayor tronío, y que la competición acabó desde luego cuando la primera se casó en La Almudaina y bajo el padrinazgo del jefe de Estado español con Kyril de Bulgaria, tan amigo de Felipe de Borbón que pernoctaba en el palacio con overbooking de Marivent. La novia vino a comunicarme la boda a la redacción, sin una sola inflexión romántica, con el pragmatismo sereno y eficaz de los mallorquines de antaño. Se casaba, nada más, pero todo debía funcionar a la perfección.

Nunca me atreví a preguntarle por esta hermosa liza con su íntima amiga a la comisaria artística Rosario Nadal mirándole a la cara, pero me lo desmintió la diseñadora Horrach cuando di el paso aprovechando que en esa ocasión hablábamos por teléfono:

—Antonia María Horrach y Rosario Nadal, ¿vidas paralelas?

—En absoluto. Nos une una amistad desde la infancia. Valoro la amistad que se desarrolla sin expectativas, la que siempre dice sí.

El Club de Mar que después sería Mar Salada tenía unos asientos excesivamente bajos. Hace más de treinta años, desde uno de aquellos sofás miraban unos ojos de 21 años, de esos que te llevan a la tumba y que te llevas a la tumba. Competían favorablemente con los faros que había desplegado la Emperatriz Soraya en el mismo local. Su propietaria se limitaba a sonreír, y al retirar la mirada por no poderla aguantar, el observador se encontraba con las rodillas elevadísimas de un joven con vocación de jirafa que ocupaba el asiento vecino, y que era un inconfundible Felipe de Borbón. Lo curioso es que el heredero no devolvía el gesto de quien se proclama acompañante de la mujer que había conmocionado la discoteca, sino que se mostraba casi avergonzado de su fortuna. La bondad desarma y también puede ser un exceso. Al recuperar la flema periodística, efectuamos cábalas sin éxito sobre la identidad de la desconocida. Tuvimos que esperar a la siguiente portada de ¡Hola!, que la mostraba en un bañador de Mickey Mouse, en la piscina de las mismas instalaciones del Club donde se alojaba. Así descubrió el mundo a Isabel Sartorius, inconveniente como hija de padres divorciados para desposarse con un futuro Jefe de Estado.

En el peor momento de ambos, hay que reconocer que la Mallorca contemporánea sería incomprensible sin la impronta de Juan Carlos I. Para dilucidar si fue un monarca esclarecido o solo espabilado, hay que viajar a la vecina Menorca y al año 2008. El Rey inaugura el curso escolar en el Instituto Joan Ramis i Ramis de Maó. Para facilitar la lectura de sus discursos, el texto figura en los folios con letras mayúsculas de notable tamaño. Es decir, el nombre del centro pasaba a ser "JOAN RAMIS I RAMIS", que el Jefe de Estado pronunció impasible como "Joan Ramis Primero Ramis". Dilema resuelto. Finalizado el acto, el monarca convocó con irritados aspavientos a sus edecanes de la Casa del Rey. En la lápida que acababa de descubrir, su nombre aparecía como "Joan Carles I", que le parecía una ligereza insoportable. Exigió el cambio de idioma, ahora no tendrá problemas patronímicos porque se registrará una retirada masiva de conmemoraciones pétreas de su figura. Es posible que treinta años antes no hubiera protestado por la catalanización de su nombre, empezaban el acantonamiento y el acartonamiento.

Se ha levantado la veda, pero no conviene subestimar la personalidad de Juan Carlos I. En la batalla del carisma solo fue derrotado en Mallorca por Bill Clinton, que le arrebató el protagonismo cuando ambos navegaban en el puente del Fortuna, y a quien luego solicitaría con éxito el indulto del petrodelincuente Marc Rich, otra amistad peligrosa del monarca con intereses inmobiliarios en la isla. El presidente estadounidense, que acoge en el patronato de su fundación al hotelero Simón Pedro Barceló y que en su primera visita mallorquina no torció el semblante pese a que estaba a punto de destaparse el escándalo de Monica Lewinsky que le costaría un sonoro bofetón de Hillary Clinton, tomaba como modelo de estadista al Rey español. Sin embargo, el mandatario estadounidense reservaba su admiración más superlativa para Javier Solana, a quien quería a toda costa al frente de la OTAN. Era obligado preguntarle a quien fuera ministro socialista:

—Clinton dice en sus memorias que usted es un "casi genio".

—Es una cariñosa exageración. Fui su amigo y conservo esa amistad.