La isla de Mallorca es el destino favorito de muchos alemanes en busca de playa y fiesta. Pero con el coronavirus acechando y las últimas imágenes de turistas ebrios y descontrolados, las principales calles del turismo de borrachera echaron el cierre.

En el casco antiguo de Palma, los artistas alemanes Heike y su hija Sarah caminan por el paseo marítimo. Viven en la isla cuatro meses al año y agradecen la obligación de usar una mascarilla: "Creemos que eso es absolutamente correcto. La mayoría de turistas son alemanes y no usan ninguna". "En España hubo un confinamiento con toque de queda y en Alemania no lo saben", añadieron.

Por otro lado, Bodo y Carmen de Colonia se sientan en un banco del paseo del Born. La pareja se dedica a hacer empaques de alimentos y confesaron que en esta situación "realmente teníamos más que hacer de lo habitual". "Aunque tiene ventajas para nosotros, es un desastre para los distribuidores", dijo Bodo, que pudo trabajar sin restricciones durante la crisis.

El promotor alemán Felix Stadtlander ha vivido en Mallorca durante 13 años y se quejó por el miedo a venir a la isla que generó la mala prensa: "Los turistas deberían venir, sino muchas personas ya no podrán pagar sus hipotecas". Su amigo Marc, gerente en un restaurante, cree que las celebraciones descontroladas de los alemanes han sido "una espina para las autoridades, de modo que estarán felices de deshacerse de ellos por ahora".

Por la noche, los grandes locales repletos de turistas bebiendo y festejando ahora se cambian por pequeños grupos de personas con latas de cerveza en la playa. Los únicos bares que están abiertos deben cerrar a las dos de la mañana. David, de Friburgo, camina por las calles desiertas hacia su hotel: "Esto se ha convertido en un pueblo fantasma", sentenció.