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Opinión

El Govern no arregla esta temporada y daña la siguiente

El Govern atribuyó el jueves la legislación de la mascarilla obligatoria a la "relajación" de la población autóctona, un argumento escasamente...

La confusión en la Calle de la Cerveza o en Punta Ballena se ha trasladado al Consolat, que juega a todas las cartas. ENRIQUE CALVO

El Govern atribuyó el jueves la legislación de la mascarilla obligatoria a la "relajación" de la población autóctona, un argumento escasamente científico y rayano en la arbitrariedad. Era una justificación tan vaga que la medida se convirtió el pasado lunes en una reacción a los rebrotes en otras regiones y países, corroborando así la ausencia de criterio.

La desaparición de la acusación de "relajación" conllevó la eliminación de facto del Decreto/ley/orden/resolución, mediante una rebaja de la mascarilla perpetua que devuelve a la casilla de salida. Este irreflexivo vaivén provinciano no tendría mayor importancia, salvo que el mundo entero está mirando.

El Govern ha basado su conducción de la pandemia en declarar cada día lo contrario del anterior, pero con idéntica firmeza. Mallorca saludaba a los cruceros italianos cuando los demás puertos los proscribían, y los vetaba a la mañana siguiente. Exigía el aeropuerto abierto y su cierre en el furor de la pandemia, ahora permite la entrada descontrolada de turistas aéreos para impedirles después que se consagren al jolgorio que define a los veraneantes.

La confusión habitual en las riadas de Calle de la Cerveza o de Punta Ballena se ha trasladado al Consolat, que juega a todas las cartas y ejecuta una depurada ceremonia de la confusión. No cabe hablar de palos de ciego, porque los invidentes son notablemente duchos en el manejo de su bastón.

En el ecuador de julio, es evidente que el Govern no está arreglando la presente temporada. Peor todavía, está dañando los próximos veranos con un caos normativo contrario a la exigencia más primitiva del turismo, la seguridad.

Hablar del Govern es un eufemismo para ceñirse estrictamente al PSOE, porque Més y Podemos se han acomodado en su sesteante papel de comparsas. En Mallorca no hay ningún riesgo de una efervescencia al estilo de BNG o Bildu. En medio del absentismo de la izquierda y de la inhibición de una presidenta que rehúye sus responsabilidades, el ubicuo Negueruela desarrolla una política consistente en atraer a un contingente masivo para imponerle no solo la mascarilla, sino el programa entero de actividades.

En una comunidad con menos de veinte hospitalizados y un centenar de casos activos, se pretende evitar la importación de turistas contagiados del coronavirus sin efectuar las pruebas preceptivas. Sin test no hay paraíso, la sensación anárquica en una temporada mermada de por sí obliga a calibrar si hubiera sido preferible renunciar al verano del 2020. Por ejemplo, transformando julio y agosto en dos meses para la puesta a prueba de un turismo sanitariamente regulado, frente a la fantasmagoría publicitaria del plan piloto.

La situación puede empeorar. Imaginar a Patricia Gómez al frente de Turismo sirve para apreciar el mérito de colocar esa cartera a las órdenes de Negueruela. Sin embargo, ni este redentor jacobino impondrá un turismo abstemio y familiar, con aversión a la juerga. Para lograrlo había que empezar de cero, y Armengol no se atrevió.

El Consolat ha logrado desconcertar a Berlín. Cada día comparece un ministro alemán distinto, para redefinir su relación con Mallorca. El titular de Exteriores, Heiko Maas, singularizó a "nuestra isla" como destino privilegiado. Sin embargo, el ministro de Sanidad, Jens Spahn, advertía esta semana de los peligros de un turismo de alto riesgo, resucitando el concepto Ballermann. Y ayer mismo, Helge Braun se convertía en el tercer miembro del gabinete Merkel con ideas creativas sobre las vacaciones insulares.

El Gobierno también ha decidido tomarse el turismo en serio. Así lo demuestra la destitución fulminante de Bel Oliverdestitución fulminante de Bel Oliver, a menos de medio año de su confirmación como secretaria de Estado. Por supuesto, ha sido relevada por un no mallorquín militante. Cuesta por tanto decidir si la medida constituye el enésimo bofetón de Sánchez a Armengol, o si se rige exclusivamente por las muy tasadas capacidades de la depuesta, una superviviente nata consagrada en exclusiva a la autopromoción. Al margen de la humillación, Madrid le brinda una lección gratuita al Pacto. Si un alto cargo no está a la altura, se le reemplaza, la amistad es un vicio en política.

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