Preocupa y sorprende que Balears crezca por primera vez a mayor velocidad que España, en la indeseable estadística de los nuevos casos de coronavirus. La fiabilidad de este sorpasso en negativo decrece porque Fernando Simón efectúa recortes más drásticos que Nadia Calviño.

Los tropiezos y rebrotes prosiguen a espaldas de un Govern obsesionado con no espantar a los turistas. Al ritmo actual, bastante consolidado, Balears afronta dos mil contagios al año. Calificar esta cifra de confortable o excesiva depende del punto de vista personal sobre el confinamiento, de la preeminencia de la salud o de la economía.

Para quienes necesiten tranquilizarse, la pauta de infecciones sigue muy por debajo de los setenta contagios diarios durante una semana que Angela Merkel (y no el Gobierno español, que se atribuyó el cálculo) considera necesarios para dar marcha atrás. Balears también se ha estabilizado en un centenar y medio de casos activos. La inmensa mayoría son menos graves que en primavera, a falta de decidir si la desactivación vírica es temporal o permanente.

Para describir la situación en Son Sant Joan se necesita a Gila. Los famosos documentos son unos simples waivers, con los que autoridades y compañías esperan librarse de las demandas judiciales de los pasajeros. Para eludir su responsabilidad, han logrado colapsar un aeropuerto al diez por ciento de su actividad por estas fechas.

En primer lugar, es de dudosa constitucionalidad que un ciudadano deba informar sobre su estado de salud. En segundo, y aunque la sanidad sea demasiado sería para dejarla en manos de los médicos, se otorga una licenciatura en esa disciplina a cada pasajero. Se presupone además que un enfermo asintomático conoce su situación.