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Análisis

El Rey piloto descubre la Mallorca de la calle del Jamón

El veraneante más habitual de la isla se suma al plan piloto turístico, que necesita para catapultar su imagen y estabilizarse en el trono seis años después

No es Fiji, pero puede servir para granjearse el aprecio de los nativos, porque turistas no hay. guillem bosch

En agosto de 1990, el hoy Felipe VI pilotaba una moto náutica por el Mediterráneo que su padre, el por entonces Juan Carlos I, cabalgaba a lomos del yate Fortuna. Dado que aquel verano coincidió con la invasión de Kuwait a cargo de Sadam Husein, periodistas como Pedro J. Ramírez o Julián Lago aventaron desde Madrid la crítica más feroz que ha sufrido la monarquía desde su creación. El Rey convocó a Marivent a su querido Félix Pons, longevo presidente de las Cortes, para asestarle brutalmente:

—No sé por qué coño vengo a Mallorca.

Pons, que nunca desperdició una palabra, se limitó a extender la palma de la mano hacia el paisaje marino que invadía los ventanales del palacio. Juan Carlos de Borbón cambió de semblante y de discurso:

—Tienes razón.

De hecho, el penúltimo Rey intentó recuperar Mallorca hace dos años, pero su hijo lo desterró furioso para salvaguardar la corona. Ayer, Felipe VI no visitó la isla que considera su geografía española favorita contra la opinión de su esposa para suturar las heridas de la pandemia, sino para intentar la consolidación en peligro del trono. El monarca está dispuesto a tragar quina, cloroquina o hidroxicloroquina para culminar su objetivo. O dicho en román paladino, se introdujo en las profundidades de la Calle del Jamón, el epicentro de la juerga continental. Es redundante plantearse si los Reyes se alojarían en alguno de los hoteles que visitaron ayer, después de su luna de miel y viajes posteriores a Fiji o Samoa.

Felipe VI está harto de ser el rey piloto, y de que más de un comentarista se atropelle seis años después a llamarle "príncipe". Por eso se dio un baño sin multitudes en la sede del plan de turismo piloto, que tan extraordinarios y huecos resultados promocionales le ha brindado a Mallorca. El monarca viajó en el primer vuelo interior a un precio asequible que ha aterrizado en Son Sant JoanAl menos para sus pasajeros.

La vida terrestre de Felipe VI en Mallorca ha sido tan abigarrada como sus periplos náuticos. Convivió con los nativos en Tito's, Luna, la Polka, El Lorito, Moncloa, Garito, Corb Marí, Minim's o Club de Mar. Sin embargo, nunca pensó que se pasearía bajo las cámaras por los alrededores del legendario Ballermann 6, la cuna ahora trasladada a Bulgaria del turismo que Negueruela desea erradicar con la determinación de un renacido Fray Junípero.

Durante treinta años, se machacó a la población que "en España no hay monárquicos, solo hay juancarlistas", una denominación que cubría hasta a Santiago Carrillo. Después se advirtió con cierta preocupación que "será difícil que todos los juancarlistas sean felipistas". O en la versión genial de José Luis de Vilallonga desde Andratx, "el carisma no se hereda". Y ahora resulta que han desaparecido los juancarlistas. No queda ni uno, se han reconvertido en entusiastas de la "monarquía constitucional", olvidando que durante el noventa por ciento de su existencia ha estado en manos de Juan Carlos de Borbón.

Por desgracia, el Rey vigente no pronunció un discurso piloto. Los resultados de sus entrevistas con las fuerzas vivas mallorquinas han de desentrañarse a través de las versiones ofrecidas por representantes patronales de indudable valía, pero a quienes nadie retuitearía. En su corajudo haber, una cita con el Jefe del Estado no garantiza hoy el éxito social.

Felipe VI ha de interpretar su peculiar Resistiré sin letra ni música. Si le sirve de ayuda, la canción fue escrita por Carlos Toro a partir de la frase que repetía a menudo un escritor mallorquín llamado Camilo José Cela. Su lema "el que resiste, gana", se ha convertido así en el símbolo contra la pandemia. El Nobel le añadía una localización esencial, "en España". Una frase idónea para que sea esculpida en los muros de La Zarzuela por unos reyes a la intemperie, que no viajaron a Mallorca a ofrecer ayuda, sino a pedirla.

La esencia de la labor de Felipe VI consiste en convencer a los españoles de que precisan de su figura, con la misma urgencia que al monarca le acosa para disponer de un pueblo. En resumen, para demostrar que no es un niño de 52 años. Si esa tarea es harto difícil en tiempos de bonaza, adquiere dimensiones hercúleas tras un coronavirus que ha distorsionado las jerarquías imperantes. El miedo ha cambiado de bando, no exactamente en la variante pretendida por Podemos. Los poderosos asustan menos que el otro bicho.

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