Apenas quedan salidas o alternativas. Nos quejamos del monocultivo turístico acorralado por la pandemia del coronavirus. Vienen los Reyes con los que familiarizamos en verano, para conocernos en fondo y forma protocolaria, y no van más allá del mar acostumbrado a su ocio estival en Mallorca. Fue un paseo por la playa sin que la presencia de los monarcas contribuyera a suplir la escasez de bañistas. Nada ni nadie cortaba la brisa del mar, tampoco canalizaba otros vientos de una crisis, social y económica, que campea a sus anchas por los hogares y empresas de este archipiélago que ayer, para la Casa Real, solo fue Mallorca. La visita no contribuyó a fidelizar la identidad balear. La interconexión insular no está encomendada a la Corona. A lo sumo, algunos enlaces puntuales y centralizadores con la península.
Con la visita ayer de Felipe VI y Letizia a s'Arenal tampoco ha quedado muy claro si la institución monárquica ha venido a recabar apoyos o a ofrecerlos. Sea como sea, ha habido tablas. Ni lo uno ni lo otro. Pequeños grupos de detractores y defensores. Puro trámite, casi burocracia, en unos tiempos en los que la jefatura del Estado necesita mayor regeneración y la sociedad anfitriona apoyos efectivos de traducción práctica. Ayer solo recibió un alivio, el de la prorroga de los ERTE, una reivindicación planteada horas antes por los agentes sociales ante Felipe VI.
Fue una estancia prácticamente monotemática para la Mallorca que no sobrepasa el litoral de turismo, la única variación estuvo en el detalle de la audiencia a entidades que luchan contra la exclusión social.
La Almudaina ha cedido el paso a los hoteles como lugar de encuentro y atención regia. Otra cesión en pos del negocio turístico directo y no tanto de la imagen institucional y de patrimonio arquitectónico exclusivo. Los Reyes no visitaron Balears. Estuvieron en Mallorca en un esfuerzo de apoyo al sector turístico que también puede ser de ayuda a la monarquía en época delicada. Como la actual.
