Rocky pinchaba a una trepidante Tina Turner en Abraxas, y todos los asistentes sabían que ese giro anunciaba las siete de la mañana, hora de cerrar la pista. El Govern también ha decretado que se acabó el baile en las discotecas, al amparo del riesgo de contagios. La decisión no solo es audaz económicamente, también desde la psicología, porque en la cúpula del ejecutivo ha habido importantes clubbers. Si las paredes de Menta hablaran.

Para entender la importancia de la vida nocturna en el turismo hay que trasladarse a la Playa de Palma, donde el día después del plan piloto se pareció bastante al día antes. Esta continuidad confirma el impacto del fogonazo ficticio de los vuelos inaugurales. La caída del Muro de Berlín de la pandemia se escenificó sobre el vacío. Los heroicos pioneros alemanes no fueron trasladados desde Son Sant Joan a la Catedral, para admirar embelesados la capilla de Barceló. Puede concluirse que un porcentaje muy relativo de ellos acometerá la excursión al templo gótico, casi en la misma proporción que los nativos. En cambio, buena parte de los debutantes de junio se interesará por la apertura de discotecas y Bierkönig.

Si la prohibición de la noche es significativa en Mallorca, adquiere proporciones nucleares en Ibiza, una marca identificada con la percusión de sus templos nocturnos. Es innecesario remitirse a la evidencia de que Bob Marley no llegó a Europa desde Jamaica, sino desde los DJs ibicencos que programan en agosto la música que se escuchará en Europa durante el resto del año.

Nadie hubiera imaginado que un virus plantearía la lucha entre el Last dance de Donna Summer y el Let's dance de David Bowie. Desde un punto de vista meramente entomológico, la discoteca es inseparable del sexo, dos sílabas que explican millones de viajes a Balears cada año. La guerra del Govern contra el turismo de borrachera es un propósito noble que ha logrado el consenso de la población autóctona. Con la clausura del vicio nocturno, la cruzada adquiere una dimensión moral, por lo menos en sus repercusiones.

Enviar a los turistas a la cama por la noche suena a pretensión descabellada de inspector de Trabajo, difícil de compadecer con la tradición mallorquina. La autoridad gana en atrevimiento tras comprobar que la ciudadanía se deja confinar si sufre el miedo adecuado. El Govern no desea rescatar la isla de la calma, porque ha desistido de la lucha contra el ruido, pero aspira a implantar una atmósfera familiar igual que Pablo Iglesias habla ininterrumpidamente de niños desde que tiene tres.

Los empresarios de la noche, no siempre tan oscuros como los horarios de sus locales, admiten que se acabó el baile. Están dispuestos a cegar las pistas de sus establecimientos, pero desean mantener un servicio de bar con mascarillas. Advierten sobre la expansión de la piratería que implicará la prohibición. Si no queréis discotecas concentradas, tendréis botellón disperso.

La supervivencia turística de Balears depende de no volver a superar jamas la cifra de diez millones de visitantes anuales, y mejor si se quedaran en ocho sin merma de la rentabilidad vigente. El Govern sabe que sus medidas restrictivas se benefician de una campaña turística agonizante, aunque se programe un plan piloto diario. Sin embargo, el ejecutivo avala la reducción a perpetuidad de la invasión con medidas indirectas, sin pronunciarse abiertamente sobre una reducción del aforo mallorquín. En cambio, los discotequeros están dispuestos a cortarse las alas de la capacidad de sus locales, una regla que se incumplía por sistema. Asumen restricciones impensables antes de la pandemia, adelantan sus horarios de cierre, solo les ha faltado programar un test de drogas a la clientela.

También es importante que el Govern reflexione sobre la seriedad de su pulso, para no defraudar simultáneamente a sus partidarios y detractores como sucedió con el Decreto en pro de los constructores. Existe el riesgo de aplicar la doctrina calvinista de abrir subrepticiamente la noche como si todo siguiera cerrado, para horrorizarse después hipócritamente de que "aquí se juega". O se baila.

Por contra, resulta insostenible la excusa de que el Govern protege la salud pública con el toque de queda. En la apuesta más arriesgada del año a escala planetaria, la ceremonia del lunes en la Playa de Palma proclamó que la pandemia ha acabado. Basta una opinión para resaltar la magnitud de ese reto. Gro Harlem Brundtland, que fuera primera ministro de Noruega y directora general de la OMS, acaba de declarar en Alemania que "no hay duda de que el viaje en avión juega un papel importante en el contagio de estas enfermedades infecciosas". Es decir, el turismo es el causante de la pandemia, y también su única solución.