Faltaba el baile folklórico y el ramo de flores para completar aquella vieja imagen de la llegada del turista un millón, décadas atrás. Pero había mascarillas, signo del cambio, y las autoridades, que nunca renuncian a su cuota de protagonismo, esta vez mantuvieron la distancia y una cierta prudencia. No se atrevieron con el recurrente calificativo de "histórico" y se quedaron con la jornada "importante" acuñada por la presidenta Armengol. Han vuelto los turistas. Tienen facturación experimental, han sido entrenados y guiados para poner rostro y gancho de atracción hacia lo que llaman una nueva normalidad, causa que les otorga expectación mediática, mimo empresarial y promoción pública. Si los turistas pueden regresar a Mallorca y la isla sirve de avanzadilla, aunque el presidente Sánchez haya reducido la excepcionalidad local a una semana, significa que las cosas empiezan a ir bien y que el negocio turístico puede encender motores. Con él también el conjunto de la economía del monocultivo. Este es el mensaje.
El aterrizaje de los primeros 189 visitantes alemanes de "la nueva normalidad" en Son Sant Joan significa "un honor" personal en expresión de alguno de los agraciados pero, sobre todo, tiene mucho de terapia colectiva. Son una inyección de ánimo, la plasmación de una realidad esperada y deseada durante tres meses eternos. Por eso se produjo la imagen insólita de ver al personal de los hoteles recibiendo con aplausos a los huéspedes. La turismofobia queda en cuarentena, como mínimo para todo el verano.
La temporada será breve, seguro, y está por ver si se logrará avanzar hacia la intensidad. Las fronteras se abren el domingo y los turoperadores emiten mensajes de esperanza. Aseguran que los británicos suspiran por venir a Mallorca y TUI confía en una avalancha de reservas a partir de la próxima semana. Este es el deseo. La realidad, ya se verá.
