Sale de la peluquería reluciente y con las gafas de sol puestas. Le acompañan dos personas que están ahí solo para ayudarla. En la puerta le esperan un fotógrafo y una periodista, además del coche en el que la llevarán hasta su casa. Por un momento, parece una estrella de cine.

A sus 85 años, Jeanete Galli vivió el viernes uno de los mejores momentos de los últimos meses con algo que puede parecer intrascendente y cotidiano, pero que significa mucho tras tantas semanas de encierro en soledad: una visita a la peluquería. Salir de casa, verse guapa, hablar con gente: una pequeña renovación. Fue posible gracias a Cruz Roja, que organizó todo el dispositivo para acompañarla, y a la peluquería Busi i Vicenç, que ofreció esta colaboración desinteresada a la entidad social.

Ella y su marido colaboraban en muchas actividades en el centro de Cruz Roja. Quedó viuda poco antes del confinamiento y la soledad le ha pesado mucho aunque explica que dentro de todo "lo ha pasado con ánimo". Un día antes de que se decretara el estado de alarma ya se dijo a sí misma con su acento argentino: "Jeanete, guardate". Y se guardó.

Y ahora, como todos los ciudadanos, inicia su proceso de desescalada. Eso sí, las personas mayores van reconquistando su día a día y sus rutinas más despacio y con muchas precauciones: "No entiendo a la gente que veo por ahí que anda sin protección".

Le llamaron de un día para el otro para ofrecerle la sesión de peluquería: "¡En seguida dije que sí, que sí!" Y es que verse bien es importante para mantener el ánimo".

Vicenç Moyà le corta el pelo, le peina, le hace alguna broma. Cuenta que había estado hablando con su socio, Antoni Bauzà, de la suerte que tenían por haber podido retomar su negocio y haber recuperado a sus trabajadores del ERTE. Un día de camino a la peluquería Vicenç se encontró primero con la cola de los Capuchinos y luego con la de Cruz Roja. Y pensaron que querían ayudar. ¿Cómo? "Haciendo lo que sabemos hacer, cortando el pelo".

Le quita la bata a Jeanete, le sopla unos pelillos que han quedado encima del hombro y la despide afectuoso: "Con todo el cariño de parte de Busi y Vicenç".

Jeanete se lleva una tarjeta del local. La ayudan a salir y la acompañan hasta el coche Wilson Blanco y Dijana Vrdar. Dijana se unió al programa de acompañamiento a personas mayores en agosto del año pasado. Durante el confinamiento, ha incrementado sus horas de dedicación a la entidad: "Estoy en ERTE y tengo más tiempo para dar un mano, es algo que te hace tener contacto con el mundo real y casi ha sido un privilegio, ya que me permitió salir durante el confinamiento".

Cuenta que hay muchos usuarios del programa que no tienen familia que les pueda acompañar a los trámites diarios, a hacer la compra, a la peluquería, y que muchos de ellos han vivido la crisis sanitaria en soledad "y algunos con angustia". Y ahí entran los voluntarios: "Somos como su familia, hacemos de red".

Una red muy necesaria. Más de 9.000 personas mayores de Balears reciben alguna asistencia o se benefician de algún servicio de Cruz Roja. "Y de la noche a la mañana se han encontrado con que no podían salir de casa y además eran colectivo de riesgo", cuenta Deyana Mihaylova, coordinadora del programa de 'gent gran', que ha recibido muchas peticiones de ayuda. Han estado muy pendientes, vía teléfono, de los que viven solos, pero entre los mayores hay otro colectivo que les preocupa especialmente: los que hacen de cuidadores de sus parejas.

Éstos se han encontrado de repente con los centros de día cerrados, teniendo que gestionar ellos solos y las 24 horas los cuidados y la atención a su marido o a su mujer dependiente.

Es por ejemplo el caso de Paula Cursach. A sus 72 años cuida de su marido, Xisco Llompart, que tiene 76 años y padece alzheimer. Hace algo más de un año que entró en sus vidas Manuel Cano, voluntario de Cruz Roja, que cada viernes se va con Xisco a pasear durante dos horas o más. Ayuda así a los dos miembros del matrimonio: Paula tiene un tiempo para hacer recados o dedicarse un rato a ella misma; Xisco tiene a alguien que le habla, le saca de casa, le hace bromas.

La relación de ambos se ve a simple vista que es especial. Se ríen juntos. Fue Manuel quien, cuando se estableció el sistema de franjas para pasear, empezó a presionar en Cruz Roja para que le dejaran volver a pasear con Xisco.

Y lo bonito fue que después de meses sin verse y a pesar de que la enfermedad avanza (más rápido estos meses que no ha podido acudir al centro de día) y le va quitando recuerdos, Xisco en seguida reconoció a Manuel cuando hace tres semanas tocó a su timbre para ir pasear. Como si el tiempo no hubiera pasado, como los niños que se reencuentran en septiembre tras todo un verano sin verse: "Que me recuerde es lo más motivador", celebra Manuel.

Mientras ellos paseaban, Paula aprovechó para ir a la peluquería. Era la primera visita en meses cuando antes iba cada semana a ver a Antonia Romanova, que tiene el local justo al lado de su casa y con la que incluso ha intercambiado mensajes durante el confinamiento .

Manuel y Xisco van a buscarla cuando aún le está dando los últimos toques. "¿Que qué tal? Un relax total...", sonríe Paula, que califica de "muy duros" los meses de encierro que han pasado.

"Él estaba más nervioso y sin el centro de día... menos mal que ahora ya puede volver a salir con Manolo", advierte: "¡A Manolo que no me lo toquen! Se entienden muy bien, y a mí me escucha, tengo alguien con quien hablar y solo eso ya me ayuda".

Mercedes Holgado, de 79 años, también ha pasado el encierro cuidando en soledad y sin descanso a su marido, que tiene alzheimer y parkinson. Cruz Roja le lleva la compra. A ella y a muchos usuarios más.

Es una de las tareas de las que se encarga Wilson, que muestra las seis listas de la compra que tiene en esa mañana. Se ha convertido en el señor del Eroski. "Sé más sobre el supermercado que los empleados", bromea el voluntario, que explica que este servicio no solo alivia los bolsillos y evita a los mayores salir (muchos no se sienten seguros todavía), sino que va más allá porque la entrega es una oportunidad hablar, comprobar cómo están, dar al algo de cariño. O cantar: "El otro día en el descansillo acabamos cantando y dando palmas todos, una locura", ríe. Al final el beneficio de la asistencia que dan va en las dos direcciones: "Tú eres un poco como un oído para ellos, eres un alivio, y eso a ti te llena que no veas".

Como Paula, Mercedes califica de "muy duro" el encierro en las circunstancias que le han tocado. Su mirada y su gesto cansado lo dicen todo, no hace falta que se explaye más. Recuerda que antes, cuando su marido iba al centro de día, algún día aprovechaba se sentaba a tomaba una caña en alguna terraza de Blanquerna, sola o con alguna amiga. No sabe cuándo podrá volver a hacerlo.

Ayudados por sus familias o por Cruz Roja, los mayores han iniciado la reconquista de sus rutinas, pero su desescalada es más lenta, genera más inseguridad y requiere más precauciones que la del resto de ciudadanos.