Salva Fonollá llevaba casi un año recorriendo Europa y Asia con su furgoneta Volkswagen Camper de 1996 y la única compañía de su perro Trabbi. La crisis del coronavirus y el paulatino cierre de fronteras que acarreó le sorprendieron en Georgia, a 4.500 kilómetros de Palma. La odisea de este fotógrafo mallorquín para regresar a la isla por carretera, atravesando ocho países con un convoy improvisado de viajeros de diversas nacionalidades, duró dos meses. Un periplo plagado de trabas burocráticas, angustiosas esperas, salvocondutos y mediaciones diplomáticas. "Los últimos diez kilómetros antes de entrar en España se me hicieron eternos, parecía que no se acababan. Al cruzar la frontera estallé de felicidad: lo había conseguido", explica ya desde la isla.

Fonollá, de 31 años y conocido en internet como @alterkombi, llevaba meses en ruta, pasando por Escandinavia y Azerbaiyán. El 3 de marzo entró en Turquía desde Georgia. "Hacía semanas que oía en los medios españoles noticias sobre el coronavirus, pero no fue hasta entonces cuando me di cuenta de que podía ser peligroso", relata. En la frontera turca le sometieron a varias pruebas para detectar el virus. "En ese país todavía no había ningún caso y el Gobierno español y la mayoría de medios decían que era una simple gripe", rememora el joven, que decidió seguir recorriendo Turquía como tenía previsto. "Ni se me pasó por la cabeza abandonar el viaje".

Todo cambió una semana después, cuando la dispersión del virus llevó a varios países a restringir movimientos y cerrar fronteras. Como Fonollá, miles de viajeros quedaron atrapados. "Llegué a pensar en dejar la furgoneta y coger un avión, pero no podía volar con mi perro y no lo iba a abandonar", apunta. El fotógrafo mallorquín se confinó dos semanas en su vehículo a la espera de ver cómo evolucionaba la situación. En Turquía "las restricciones cada vez se hacían más fuertes" y vivir en la furgoneta era difícil. A Fonollá le echaron de un camping y una playa y, tras cruzar el país, acabó alquilando una pequeña casa en un pueblo al sur de Esmirna, en la costa occidental. Desde allí empezó a contactar con las embajadas españolas de Turquía, Bulgaria, Grecia y Rumanía para conseguir un salvoconducto con el que poder volver a España. "La respuesta siempre era negativa: las fronteras estaban cerradas y lo único que podía hacer era esperar", relata Fonollá.

A través de las redes sociales, comprobó que había viajeros en su misma situación. Tras pasar 20 días en esa casa, recibió un misterioso mensaje que le puso en contacto con un alemán. A través de su embajada en Sofía (Bulgaria) estaba montando un convoy para regresar a su país. Después de tres semanas de espera lograron reunir una caravana de diez vehículos para salir el 12 de mayo desde la frontera turca de Kapikule y atravesar Bulgaria, Serbia, Croacia, Eslovenia, Austria y Alemania. Para ello necesitaban un permiso de cada país para cruzar su terroritorio. Hasta la víspera no lograron reunir todos los permisos.

El convoy congregó a alemanes, austriacos, belgas, turcos y españoles a los que la crisis había sorprendido en pleno viaje de aventuras. "En la frontera tuvimos que esperar cinco horas para entrar en el país. Si Bulgaria no daba el visto bueno, no nos dejaban salir de Turquía", narra el mallorquín. En Bulgaria les cobraron 3 euros como 'tasa de desinfección' tras rociar los bajos de sus vehículos con "cuatro finos chorros de agua con lejía" y un médico les tomó la temperatura. Ese mismo día cruzaron todo el país, recorriendo 360 kilómetros hasta la frontera con Serbia. Allí solo les dejaban permanecer ocho horas y tenían prohibido pernoctar, lo que obligaba al convoy a realizar un trayecto contra el reloj de 500 kilómetros. Consiguieron entrar con la mediación de diplomáticos alemanes y españoles y por la noche llegaron a Croacia, tras un viaje de "carreteras vacías" y sin control sanitario alguno en fronteras.

El 14 de mayo, Fonollá y otro compatriota se separaron del resto del grupo. Gracias a la mediación de las autoridades españolas pudieron atajar, ahorrándose un día y 600 kilómetros de trayecto. En los tres días siguientes atravesaron Eslovenia, Italia y Francia. "Nos encontramos controles y los agentes alucinaban cuando les contábamos nuestra situación", rememora. Fonollá admite que se emocionó al ver los carteles con la distancia a Barcelona: "Después de un año de viaje, tenía un cosquilleo en el estómago. Los últimos kilómetros fueron eternos. Parecía que no acababan. Al llegar a España, estallé de felicidad".