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Un investigador 'pobler' confinado en Nueva York: "No es fácil estar lejos de tu familia en esta situación"

El científico mallorquín Sebastià Franch llegó a Estados Unidos en septiembre para incorporarse al Sloan Kettering Institute (SKI), uno de los centros de investigación del cáncer más importantes del mundo

El investigador mallorquín Sebastià Franch, en el Central Park de Nueva York, la semana pasada. s. franch

Mientras el pánico por la pandemia del coronavirus se apoderaba de los habitantes de Mallorca, a más de 6.000 kilómetros de la isla, concretamente en Nueva York, estaba Sebastià Franch Expósito, investigador científico de sa Pobla, que observaba desde la distancia y preocupado por su familia y amistades cómo aumentaban las muertes, cómo se iban incorporando medidas de seguridad y se declaraba el estado de alarma. "No estar cerca de los tuyos en estos momentos es muy complicado, porque no puedes hacer nada y no sabes qué puede pasar", relataba Franch hace unos días, quien pronto vio cómo el caos invadía también el país americano y la ciudad de Nueva York, donde reside desde el mes de septiembre del año pasado.

El científico pobler, después de poner punto y final a su tesis doctoral en la Universidad de Barcelona el pasado año, en la que se dedicó a estudiar las características genómicas del cáncer colorectal, actualmente es investigador post-doctoral en el Sloan Kettering Institute (SKI). Dirigido por el catalán Joan Massagué, el SKI es el instituto de investigación del hospital Memorial Sloan Kettering Cancer Center (MSKCC), dedicado al tratamiento e investigación del cáncer.

Franch, que participa en diversos proyectos de investigación relacionados en el estudio de datos genómicos de pacientes con distintos tumores sólidos, comentaba lo atónito que estaba ante las declaraciones del presidente de EE UU, Donald Trump, en las que propuso inyectar desinfectante e irradiar con luz ultravioleta a enfermos de la COVID-19 para matar al virus, entre otras cosas. Todo esto añadía más preocupación, más angustia y más sensación de impotencia a Franch.

Sin embargo, el científico apuntaba que "por suerte, el gobernador de Nueva York [Andrew Cuomo, del Partido Demócrata] se puso las pilas". En la ciudad se alzaron, a principios de abril, ocho hospitales de campaña, y un barco médico militar permaneció atracado en el Hudson. Uno de estos hospitales se levantó en el famoso Central Park, no muy lejos de donde vive el pobler. A día de hoy, el uso de mascarilla es obligatorio en la ciudad.

Mientras en Mallorca todo el mundo permanecía en sus casas, en las calles de Nueva York seguía habiendo el habitual movimiento, aunque "poco a poco la gente se fue concienciando", dice Franch. En su caso, al trabajar en el departamento de investigación de un hospital que solo atiende a enfermos de cáncer, se tomó rápido la decisión de que todos aquellos que podían teletrabajar dejaran de ir al centro.

"Se cerró la parte de investigación, todos los proyectos se han visto afectados, algo histórico porque no ocurre a menudo que cierre temporalmente uno de los mejores centros de investigación del cáncer a nivel mundial. Los enfermos de cáncer son personas de alto riesgo de infección, ya que su sistema immunológico se encuentra deprimido como consecuencia de los tratamientos de quimioterapia y radioterapia que se les aplica. Por eso, se vació el centro de todos aquellos que no fuéramos necesarios para atender y curar. Los que trabajamos analizando datos informáticos fuimos enviados a casa. En el MSKCC se tomaron medidas preventivas enseguida, y se habilitó una planta exclusiva para aquellos pacientes que estuvieran infectados con el virus", explica, y concreta que ha habido unas 70 personas contagiadas en el hospital.

También se redujeron las visitas a enfermos del centro y se establecieron filtros muy exhaustivos a la hora de dejar entrar a alguien. "Fuimos rápidos y nos anticipamos a un posible situación crítica". Lentamente, las cosas se han ido normalizando: "En el MSKCC ya hemos empezado la desescalada. En estos momentos, puede acceder a las instalaciones del centro solo una persona por cada grupo de investigación durante una hora al día. Los que, como yo, podemos teletrabajar, no volveremos al lugar hasta dentro de unas semanas, quizás meses", lamenta.

Así, Franch ya lleva casi dos meses trabajando desde casa. A diferencia de España, en EEUU no se ha proclamado un confinamiento estricto, sino más bien una petición de responsabilidad cívica, lo que ha permitido a los ciudadanos salir de sus casas. "Es cierto que se agradece poder salir a dar una vuelta o a hacer deporte, pero viendo cómo están yendo las cosas, he preferido salir lo justo".

La situación no es fácil para el científico, que vive en un piso pequeño sin ningún espacio exterior. Además, la falta de vínculos personales fuertes en Nueva York aumenta la sensación de soledad en una ciudad tan grande. Afortunadamente, Franch tuvo una visita muy especial justo antes de que el mundo fuera un lugar peligroso: su hermano pequeño, Lluís, estuvo con él unos días, durante los que visitaron los lugares más emblemáticos de Nueva York y disfrutaron, sobre todo, del tiempo juntos. "Por poco no se queda aquí", recuerda, simpático, el hermano mayor.

Todo un reto

Toda esta situación provoca que le asalten las dudas, aunque volver a Mallorca no parece ser una opción viable dados los problemas que podría tener si después quisiera regresar a la ciudad americana para reincorporarse a su puesto de trabajo. Admite que tuvo algunas semanas malas: "Ya sabía que la decisión de mudarme a Nueva York comportaba estar lejos de mi familia y empezar de cero a nivel personal, era un reto desde el principio. Nadie se esperaba que pasara esto. De momento no puedo disfrutar de la ciudad como me había imaginado, pero tampoco puedo hacer nada. Me voy adaptando a la situación". No se puede hacer más.

Además, entre finales de marzo y principios de mayo cumplen años los cuatro miembros de su familia, su gran apoyo aunque sea desde la distancia. "Ellos están bien, por suerte están juntos. Hemos celebrado los aniversarios como hemos podido por videoconferencia". La única cosa buena de esto es que a través de una pantalla se pueden soplar las velas sin miedo, porque el virus no contagia a los que están al otro lado de la pantalla, a 6.000 kilómetros de distancia.

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