La emoción se siente a flor de piel. "Después de dos meses voy a volver a ver a mi hijo". Margarita Company, de 93 años, no cabe en sí de felicidad. Ella es la primera residente de la Llar d'Ancians a quien el estado de alarma da una tregua. El reencuentro más esperado, el de una madre con su hijo, está a punto de producirse en una de las cinco residencias de ancianos que dependen del Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS). Son las diez de la mañana.

Como si de una puesta de largo se tratara, a Margarita le acompañan hasta la capilla de las instalaciones del geriátrico de General Riera. La sala ha sido especialmente habilitada para la ocasión. Seis zonas y doce sillas, respectivamente separadas, aguardan su momento. Margarita se deja hacer. Los trabajadores del centro agasajan a su reina. Una mascarilla tapa con firmeza su nariz y boca, unos guantes cubren sus manos y un andador escolta a la anciana hasta su posición, donde toma asiento.

Al unísono, Miguel Isern, de 70 años, llega a las instalaciones de la Llar y le toman la temperatura a las puertas de la misma. "Puede usted pasar". Luz verde para el reencuentro. "Hemos mantenido el contacto diario. Al menos tres veces al día nos telefoneábamos desde que se decretó el estado de alarma, pero ya hay ganas de volver a verse", señala el hijo de la nonagenaria. Para él los protocolos son más estrictos si cabe. Una vez uniformado y todavía en la distancia, Miguel vuelve a ver a su madre tras más de 60 días separados.

Margarita lanza besos por doquier, al aire, como marca el protocolo y Miguel toma asiento a casi tres metros de ella. No pueden evitar echar en falta un abrazo, ese que todavía no está aprobado, pero volver a verse después de tanto tiempo, pese al frío del espacio que les separa, ha valido la pena.

Hablan, sonríen y se emocionan. La migaja de pan que ofrece la conselleria d'Afers Socials parece minúscula, aunque para ellos es todo un mundo. Tras el contacto inicial, empiezan los problemas de comunicación. Las mascarillas y la distancia que hay entre ambos no ayudan a la incipiente sordera de Margarita, quien a duras penas puede entender a su hijo: "Coge el móvil, mamá, que te llamo y al menos me escucharás". "Es que con estas caretas se hace muy difícil entenderse", argumenta ella, no sin razón. Ni dicho ni hecho. Teléfono en mano madre e hijo vuelven a hablar de sus cosas, pero esta vez lo hacen mirándose a la cara, como hacía tiempo que no podían.

A solo unos metros de allí, en otra zona habilitada para la ocasión, Catalina Jofre, de 88 años, y Juan Planas, de 66, también disfrutan de sus 20 minutos de gloria. Ese es el tiempo estipulado que se concede por el momento en las primeras visitas de familiares a residencias durante la fase 1 de la desescalada. Tía y sobrino departen sobre los duros momentos que han tocado vivir y sobre todo lo que está por llegar.

"A mí me da muchísima pena esta situación", reconoce Catalina. "Solo hago que pensar en los más pequeños", admite con un hilo de voz. "Yo pude corretear siempre las calles con total libertad, pero ahora los niños ya no pueden hacerlo, siempre atados a una mascarilla. No quiero ni pensar en todo lo que nos viene, pero es muy triste", asegura la anciana, quien lleva 18 años viviendo en la residencia palmesana.

"Soy toda una veterana aquí. Durante mis primeros años iba y venía e incluso a veces me escapaba", señala con picardía para luego explicarse: "Siempre avisando, claro. Me refiero a que en muchas ocasiones me gustaba quedarme los fines de semana en casa, pero de eso hace ya mucho tiempo. Ahora, con todo esto del coronavirus no podemos salir de la residencia para nada. Llevamos dos meses encerrados, pero al menos tenemos un patio donde tomar un poco el aire", explica.

Las llamadas telefónicas a lo largo de los últimos 60 días también han mantenido en contacto a esta familia. "Se agradece que podamos volver a verla, para saber cómo está, pero el reencuentro no deja de ser frío dadas las condiciones y exigencias que imponen", reconoce Juan. "Quieres abrazarla, evidentemente, pero entiendes el peligro que eso entraña, así que no queda otra que darse por satisfecho, al menos hemos podido vernos", resume.

Todas las visitas de familiares se llevan a acabo a partir de una cita previa. Las cinco residencias del IMAS han habilitado unas zonas comunes, amplias y con buena ventilación para todos los reencuentros. "Se trata de un primer paso hacia esa nueva normalidad y lo cierto es que los residentes ya tenían muchas ganas de volver a reencontrase con sus allegados", reconoce Apolonia Binimelis, directora del Hogar de Ancianos de Palma. "Para hoy tenemos programadas unas 35 visitas, en seis turnos diferentes y atendiendo al grado de dependencia que presentan los pacientes. Hemos habilitado la capilla porque era un lugar espacioso y donde se pueden llevar a cabo los protocolos pertinentes", explica.

En la residencia de la Llar d'Ancians, uno de los geriátricos que cuenta con más usuarios de la isla, se han realizado un total de 561 pruebas entre residentes (261) y profesionales (300), con un resultado de cero positivos. "Desde el primer día tuvimos muy en cuenta todas las medidas sanitarias que exigía el momento. Cada mañana nos hemos reunido todos los grupos de trabajo para coordinar las pautas. Se han tenido que tomar medidas, como evitar la salida de usuarios de la residencia, pero este primer paso hacia la desescalada era ya muy necesario y anhelado por todos", sintetiza.

Sofía Alonso, directora insular de Gent Gran, coincide con Binimelis. "Poco a poco se va avanzando y este es un claro ejemplo. Sabemos que no es el reencuentro deseado, pero ahora mismo es lo máximo que se puede permitir. Durante estos dos últimos meses se han tenido que tomar medidas muy estrictas, dar un paso ahora en falso sería echar por la borda todo ese trabajo", indica.

Los 20 minutos que permite el protocolo pasan volando. Margarita se despide de su hijo y Catalina no deja de mandar besos a su sobrino. Ambas esperan ya ese próximo reencuentro. La fase 2 de la desescalada tiene que llegar lo antes posible.

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