Un cliente de Flores Natalia, en la Rambla, pudo recuperar ayer su ritual de amor tras tener que suspenderlo en abril por el estado de alarma. "El día 11 de cada mes, desde hace 52 años, le compro una rosa a mi mujer, porque es la fecha en la que nos casamos". En plena pandemia y con las tiendas cerradas, le dio en su lugar "una flor impresa por ordenador", que no olía como la bella rosa blanca que adquirió este comprador, uno de los primeros que se acercó al paseo de las floristerías en la fase 1 de la ansiada desescalada. El olor de los lirios que se llevaron de Flores Paquita Nekane Leorza y Roberto Paparkone inundó sus respectivos comercios, la tienda de muebles Lasanta & Co y la de cerámica artesanal del mismo nombre que su propietario.

Ambos afrontan esta nueva etapa "con una mezcla de ganas por empezar de nuevo, pena por el desastre que han sido estos dos meses e incertidumbre por lo que vendrá", en palabras de ella. Él se muestra "esperanzado de que haya un cambio y se recupere la escala humana" en beneficio del pequeño comercio frente a las grandes superficies. Considera que es "un tema ético", porque las tiendas de este tipo "son el alma de la ciudad, las que ofrecen el producto de calidad y en las que sabes quién te lo vende", mientras que Leorza afirma que "puede que ocurra por puro instinto de supervivencia. Los pequeños lo hemos pasado mal y querremos echarnos una mano".

En este primer día de aperturaprimer día de apertura, los escaparates cobraron vida e infinidad de artículos intentaban atraer a los viandantes, aunque una vez dentro de los negocios, varias cosas han cambiado por el coronavirus. "Recibimos con una sonrisa, aunque ahora no se ve", dice tras su mascarilla Floriana Poirier, de la nueva tienda de ropa y complementos Les Filles au Soleil, en la calle Baró Santa Maria del Sepulcre. El dueño, Stephane Bolle, abrió solo 15 días antes del confinamiento, por lo que se enfrenta a un doble reto. Está preparado para el impuesto por la Covid-19, ya que sobre el mostrador se ofrecen protectores quirúrgicos "por si los clientes no llevan" y gel hidroalcohólico; y junto a él, hay un perchero con "una máquina de vapor muy, muy caliente que desinfecta la ropa después de que se la pruebe un cliente", explica ella.

Además, el aforo máximo es de tres personas al mismo tiempo y lo primero que tienen que hacer es "limpiarse con el gel antes de tocar cualquier prenda". Aunque cuentan con dos probadores que se hallan en distintas plantas, guardando una gran distancia de seguridad, la tienda da la opción de "probarse la ropa en casa, ya que puede que algunas personas lo prefieran por temor a hacerlo aquí", pese a la obligatoriedad de desinfectarlos tras su uso. Poirier indica por último que "también es posible solicitar cita previa para atender a una o dos clientas que vengan juntas, cerrando al resto. Nos iremos adaptando a lo que quiera la gente", concluye.

La clientela fiel

Justo enfrente, la propietaria de Vestit-B, Coloma Oliver, finaliza la primera mañana satisfecha. "Han venido cuatro clientas fijas antes del mediodía", destaca una comerciante de tota sa vida que agradece como nunca la fidelidad de estas compradoras. Empezó la jornada "con bastante miedo, ya que no sabes cómo reaccionará la gente, si querrá salir a comprar"; y tras el inicio incierto, está más tranquila. Cree que "el pequeño comercio otorga más confianza y a partir de ahora será mucho más valorado, pese a que la realidad económica es dura para todos y empieza a notarse en el bolsillo". Como el resto del sector textil, se ha quedado sin las ventas de la temporada de primavera, aunque es afortunada porque anuló a tiempo los pedidos y no ha tenido que pagar esa mercancía.

En cambio, sí ha invertido en un cañón de ozono instalado en la parte trasera de la tienda para desinfectar las prendas de ropa que se prueben las clientas. La mayoría de negocios ha optado por máquinas similares con el fin de evitar tener que dejar dichas prendas en una cuarentena de 48 horas, según exigen las medidas de protección contra el virus en este ámbito. Sin embargo, le ha sorprendido que sus primeras clientas "han venido con la idea de no probarse la ropa que les gustaba y han comprado de este modo", dice Oliver.

Una es Maribel Rodríguez, que tenía "muchas ganas de que se abriesen las tiendas, porque hay que levantar esto como sea. No hay que tener miedo, sino acostumbrarse a la situación que nos ha tocado vivir", anima con dos bolsas en unas manos recién desinfectadas con el gel dispuesto a la entrada. Igual que la tienda de lencería y bañadores Carícies, que junto a la puerta tiene una mesita con guantes, gel hidroalcohólico y una papelera. Su dependienta, Paula González, friega el suelo con frecuencia y, cada vez que una clienta sale del probador, lo desinfecta. Lo mismo hace con el aparato TPV tras cobrar una compra con tarjeta. Si está atendiendo a una persona, no puede acceder otra, debido a la limitación de aforo porque el local es muy pequeño. Y en cuanto a la higiene de la ropa, también cuentan con un sistema de ozono instalado en el sótano. "Nos hemos tenido que adaptar rápido a todo esto, pero la gente está viendo que las medidas de desinfección se están aplicando escrupulosamente. La limpieza es más fácil en un negocio pequeño y da más confianza", resalta.

La principal preocupación de Cati Cañellas a primera hora de la mañana de ayer era vaciar todo el género marchitado en Flores Natalia. "El domingo 15 de marzo empezó el estado de alarma y la Policía no nos permitió abrir para retirar las flores, por lo que a las siete y media estábamos aquí y hemos llenado siete sacos de los grandes de centros de flores, ramos, etc., todo mustio". El primer día, ella y su compañera comenzaron "poco a poco, con uno de los dos locales y solo por la mañana". A medida que vayan viendo "cómo responde la gente, se abrirá más horas, pero hay que ser cautos", afirma Cañellas. Y no se refiere a tener mucha clientela, sino a que lleven mascarilla y respeten la distancia de seguridad.

En una de las floristerías de la Rambla acababa de comprar Pepi Rodríguez un ramo de rosas de color blanco. Está en su casa junto a una foto de su madre. "Murió hace un mes en Jaén y no puedo visitarla por el estado de alarma". Fue un posible caso de Covid-19 que al final dio negativo, pero el virus ha marcado para siempre un hecho luctuoso en la vida de Pepi, que ayer sobrellevó comprando flores para su progenitora en el primer día de la fase 1.