Mallorca vivió hasta ayer sumida en el drama de amontonar medio millón de camas clausuradas por el cierre de aeropuertos y establecimientos hoteleros. La corrección que introduce la fase 1 del desconfinamiento permite que la isla disponga hoy de medio millón de camas abiertas, pero igualmente vacías.

De no mediar un milagro para el que ningún sector está trabajando, el núcleo del párrafo anterior seguirá vigente de aquí a una semana, con la particularidad de que una cama vacía durante una noche no se recupera jamás. Así en Heráclito como en la dinámica industria turística, nadie duerme dos veces en el mismo lecho.

El estado de alarma se queda corto para describir la situación angustiosa que vive Mallorca. El bullicio callejero que celebra estos días la reducción del coronavirus a su mínima expresión no debe llamar a engaño. Los ajetreados nativos solo aportan el decorado de la actividad económica, los mallorquines sirven de figurantes en la experiencia que disfrutan habitualmente los tripulantes de las camas hoy vacías. El gasto que pueden efectuar los residentes no alcanza a sufragar ni la mitad de las necesidades de los habitantes de la isla.

El medio millón de camas no está ocupado en su totalidad durante la pretemporada veraniega. Sin embargo, hasta Isabel Díaz Ayuso podría distinguir entre un sesenta por ciento y ninguna estancia turística. De nuevo, las estampas de los ciudadanos liberados de su arresto domiciliario y del Govern preso de su secuestro ideológico no traslucen una preocupación a la altura de la catástrofe en curso.

De Francina Armengol se sabe que los lunes, miércoles y viernes felicita a Pedro Sánchez. Son los mismos días en que la presidenta propugna la estanqueidad de Balneares, sin puertos ni aeropuertos para sus estaciones termales. En cambio, martes, jueves y sábados se muestra áspera contra el Gobierno. Son las fechas en que exige vuelos directos con Nueva York, patria del coronavirus.

En el peldaño inmediatamente inferior, en algún momento llegará el primer estudio auspiciado por los empresarios turísticos, las instituciones académicas o gubernamentales que no se limite a un amontonamiento de tópicos. Los think tanks locales y la red tik tok compiten en la utilidad de sus propuestas. Camas vacías, cerebros vacíos.

En medio del páramo, Mallorca se reconcilia con la escuela Esade que nos envió a Iñaki Urdangarin y Diego Torres. El estudio Reconectar 'zonas verdes' europeas: una propuesta para salvar el turismo conjuga originalidad y acierto a la hora de diseñar un punto de partida para enlazar a las regiones continentales. A estas alturas no se exige una limpieza absoluta de coronavirus, sino únicamente establecer puentes entre comunidades de disminución similar.

Movilidad entre las zonas verdes

En el informe de los profesores Miquel Oliu-Barton y Bary Pradelski que constituye un excelente punto de partida, la Unión Europea permitiría la movilidad entre las zonas verdes que previamente habría trazado. Los autores del estudio recurren a Mallorca como clave de los enlaces españoles, y está claro que Bruselas no sería nunca tan injusta con la isla como Madrid.

Puede compararse la elaborada y atrevida propuesta de Esade con las declaraciones efectuadas ayer mismo por Carmen Planas. La presidenta de los empresarios locales exigía "abrir de forma segura" el aeropuerto, pero sin descifrar ni la apertura ni la seguridad. Armengol reclamaba ayer el REB, tal vez para demostrar que nada ha cambiado con el coronavirus.

Armengol no solo sorprendía con sus declaraciones a quienes antes se habían extasiado con la proclamación de que Balears ya disfrutaba de un Régimen Especial. Sobre todo, las presidentas de los empresarios y de todos los baleares no pueden olvidar la propuesta irrenunciable de REB que trasladaron conjuntamente a Madrid. El primer epígrafe se titulaba "Cogestión aeroportuaria".

El pasado domingo sin ir más lejos, el Gobierno recordaba a Balears que las condiciones de los vuelos serían decididas exclusivamente desde Madrid. A partir de ahí, Planas debe decidir si "abrir Son Sant Joanincluye el avión llegado ayer con todos los asientos ocupados desde la capital, sin duda la ciudad más castigada del planeta en dura pugna con Nueva York.

Las fotografías no permiten ver el bosque. Incidentes como los aviones repletos, o los ciudadanos animosos que ocuparon las terrazas de los bares, ocultan el vértigo de un solo hotel en ejercicio en el núcleo palmesano. Un centenar de camas sobre el medio millón disponible. En toda la isla de Eivissa han abierto menos de un centenar de bares, por debajo de la disponibilidad en una sola manzana de cualquier enclave turístico.

En la comparación con otras islas europeas, Mallorca va a pagar el contagio de Boris Johnson. Tras superar la enfermedad, el primer ministro británico ha propuesto una cuarentena de quince días para todos los ciudadanos del Reino Unido llegados del exterior. Es decir, una semana en Magaluf y dos de confinamiento en casa. Londres decreta de facto una prohibición del turismo internacional.

Más próxima en población, Islandia antepone la seguridad de sus ciudadanos a la riqueza turística que supone un cuarenta por ciento de sus ingresos. Tras haber erradicado prácticamente el coronavirus, la isla nórdica obliga a pasar la cuarentena a todos sus visitantes extranjeros, colapsando así la viabilidad de la industria hotelera. Por lo menos decide de forma autónoma. En cambio, Mallorca depende de sus miedos, de su ausencia de ideas y de Madrid.