El nonagenario Pedro Oliver Ferrer ingresó crítico y con varias patologías previas, a las que se sumó el coronavirus. Pero tras casi dos meses en el hospital y a punto de cumplir los 95 años, ha salido esta semana del Joan March "muy contento, cuidado, mimado y animado", como le dijo a una de sus cinco hijas, que ahora respiran tranquilas después de haber temido por su vida. "Esta frase, a la edad que tiene mi padre, no tiene precio", asegura con una enorme alegría.

Otra de ellas destaca que "una parte de la recuperación se debe al amor de los sanitarios, que le cuidaron estupendamente"; y no encuentra "suficientes palabras de agradecimiento" para el doctor Pita y el resto de profesionales del Joan March, adonde se derivan a las personas de avanzada edad debido a su especialización. Lo mismo afirma del doctor Peter y sus compañeros de Son Llàtzer, que fue el primer centro que le atendió cuando el 12 de marzo le trasladaron desde su residencia para mayores "al ver que su salud requería un ingreso".

"Semanas antes del estado de alarma nos dimos cuenta de que nuestro padre había decaído un montón". Se pusieron en lo peor a causa de sus patologías y la edad. No obstante, en el primer hospital "enseguida se notó una mejoría". El 23 de marzo llegó el cambio al centro situado en Bunyola, que conoce bien porque "ha estado ingresado allí numerosas veces", y "el avance fue muchísimo mayor". Confirmaron el coronavirus con la prueba de rigor y le trataron del resto de enfermedades, hasta que el pasado jueves le dieron el alta después de 57 días.

Una prueba superada más de las muchas que le ha puesto la vida, ya que este palmesano del año 1925 "ha sido muy luchador", en palabras de sus hijas. Nació en la plaza de España y estudió en el colegio jesuita de Montesión, con cuyos compañeros se veía hasta hace unos años, ya que tenían muy buena relación. En plena posguerra, se trasladó a Madrid para ir a la universidad, donde también trabajó especializándose en Matemáticas Financieras.

De nuevo en Mallorca, casado con una leonesa, continuó dando clases en la Universitat durante muchos años, además de otros trabajos, mientras la familia crecía y él y sus 12 hermanos se hacían mayores. Los cinco Oliver Ferrer que continúan vivos, la mayoría nonagenarios, no saben cuándo se podrán volver a ver, aunque a quien más echa de menos Pedro es a su esposa, fallecida cuando ella tenía 90 y él 92. Ahora le queda su recuerdo y la satisfacción de haber pasado el Covid-19.