Estamos en el Limbo, no sabemos si prorrogar o no el estado de alarma. No se ha expuesto ningún argumento sustentado por una evaluación científica, a favor o en contra, ni siquiera aspectos parciales del riesgo, en un sentido u otro, ni mecanismos que intervienen en su control. El informe de sanidad del 26 de abril parece pobre o escaso para sustentar una nueva quincena en estado de alarma, en los mismos términos, más allá de que seguir la inercia sea lo fácil. Se dice que no hay plan B, lo cual nos parece imposible, o cuando menos contradictorio con cualquier planificación.

Está claro que ya no se afrontan los problemas en base a un análisis científico de riesgos bien estructurado. Nos hemos pronunciado, repetidas veces, en apoyo de la respuesta contundente dada a la pandemia, con las más duras medidas de confinamiento en Europa, pero basadas en el asesoramiento científico y experto. No hubo grandes controversias conceptuales ¿Porqué se ha abandonado este enfoque de los problemas, sustentado en la ciencia, lo razonable en un país democrático? ¿Cuáles son los problemas que pueden repetirse en un desconfinamiento, con probabilidad de rebrotes y, sobre todo, una probabilidad mayor de nuevas oleadas a medio plazo?

Lo que ya ha fallado es la organización del desconfinamiento sin las autonomías. Esperemos que el buen tiempo aporte cierto remedio, junto a la improvisada iniciativa de co-gobernanza, que ojalá vaya a más. Después de 40 años de consolidación de una estructura estatal con autonomías, lo que parece lógico ahora es que cada territorio tenga su plan, congruente con su situación y una toma de decisiones pactada. Toca co-responsabilizarnos, todos.

Cierto es que la Ciencia nunca ha tenido el peso que debiera, pues su pobre estructuración, debimos afrontarla años atrás, no se arregla en unos meses: transparencia, informes por escrito, autorías, grupos de trabajo visibles, declaración de posibles conflictos de interés, etc., todo hecho público, antes de las decisiones políticas o de gestión. Las Agencias Europeas, como la propia Agencia Española de Seguridad Alimentaria, han sido un buen modelo en su campo, aunque estos últimos tiempos afronte incertidumbres, dicho sea de paso. La Ciencia se difumina y solo queda una antigua política cortoplacista, y los intereses y pasarelas donde se repartirán las medallas de la vuelta a la normalidad. Ojalá se den sin sobresaltos y sería justo que reservasen la primera para la climatología, con una ola de calor que, con suerte, podría amparar el debate de esta semana, al menos en el mediterráneo.

El primer ejemplo lo hemos tenido con Menorca: un solo contagio (esperable) en estas dos últimas semanas, las curaciones subiendo y con cifras relativamente elevadísimas (82%), una incidencia 17 veces menor que el conjunto de España; menos de diez casos activos por cada cien mil habitantes. Y todo a favor, incluyendo la climatología, el viento (el aire que dicen en Menorca), sin olvidar las ventajas de una isla, para afrontar cualquier incidencia, un criterio esencial. ¿Será éste el umbral de referencia para la fase 1, que ahora no ha valido? Lo veremos el próximo 11 de mayo. Todo queda pendiente de los corolarios de la sesión de hoy miércoles sobre el estado de alarma, y si se abren más esperanzas que lamentaciones.

La evidencia de la desconexión con la Ciencia la refleja el propio documento de sanidad "Covid-19: Recomendaciones sanitarias para la estrategia de transición" (CCAES, 25 de abril). Es lo que se intenta utilizar como base científica, pero no lo parece, es otra cosa. Es fácil de leer (5 páginas) y recoge, sin espacio para referencias, la opinión de muchos expertos, según se dice, pero que no aparecen en el documento, un defecto importante en cualquier informe de evaluación científica de riesgos en la UE. Las excusas, mencionadas en los medios, de que algunos quieren mantener el anonimato serían válidas a mediados del siglo pasado, pero no en este siglo. Se destacan las 4 capacidades específicas que nuestro país debe reforzar, para alcanzar una nueva normalidad, en las que, en general, todos estamos de acuerdo: asistencia sanitaria, vigilancia epidemiológica, identificación y contención precoz de fuentes de contagio y medidas de protección colectiva. La cantidad de aspectos que "no se consideran" es llamativa, especialmente los necesarios incrementos de personal, los múltiples otros recursos reclutables (farmacias, centros veterinarios, otros profesionales en biomedicina,...), tampoco los test masivos, y muy poco las nuevas tecnologías. En suma, el desconfinamiento queda al margen de la Ciencia, sólo estamos en plena batalla política y, sin embargo, paradójicamente, nadie ha recogido el guante de la propuesta del Presidente, de reformar la Constitución para blindar la sanidad, con el bienestar de fondo, en su discurso del 28 de abril.

Sabemos que la altísima tasa de mortalidad se asocia, cuando menos, con dos factores: la aplicación simétrica de los criterios de asistencia sanitaria, tomada desde Madrid como referencia; y la falta de previsión de recursos por parte de la mayoría de autonomías, sobre todo las más afectadas.

Los más altos porcentajes de curación los encontramos en el País Vasco (86%) siempre con más recursos; cifras comparables a las de países con mejores sistemas sanitarios, como Alemania. Test, test, test, como ha repetido la OMS desde un principio, o sistemas de detección precoz (miles de personas, cual detectives buscando casos positivos). En la periferia no han faltado camas hospitalarias; en su caso, ha habido hospitales privados o hoteles medicalizados. Ni colapso de UCIs ni falta de respiradores. Sin embargo, la mayoría de enfermos testados con la PCR han sido, en todos los sitios, los que llegaban en un estadio demasiado avanzado de la enfermedad. Quizás era justificable en Madrid, Castillas o Cataluña, por limitaciones hospitalarias. Pero no en Balears ni en la gran mayoría de territorios de la periferia española.

Los héroes de esta Pandemia han sido los profesionales de la sanidad, y es encomiable que, con escasas medidas de protección y recursos limitados, hayan podido hacer frente a la enfermedad aun a riesgo muy elevado de contraerla. De rebote, emerge la importancia de detectar y controlar los casos precozmente, con o sin test. Con cerca de 40 mil contagios entre los sanitarios, se ha publicado que los fallecimientos no se alejan de 40, sería uno por cada mil (0,1% de mortalidad). Compárese con casi un 10% de mortalidad en los enfermos testados: cien veces más. Quizas 50 veces más en otras estimaciones. Y sí, hay otros factores influyentes, por supuesto la edad o comorbilidades, pero se acumulan las razones a favor de detectar y tratar precozmente todos los casos.

La escasez de recursos, las limitaciones en estos años pasados, tampoco ha sido igual en todos los territorios. Tampoco será simétrica la co-responsabilización para esta etapa de desconfinamiento y prevención de futuras oleadas, si al final queda bastante en manos de las Autonomías. Si no son consensuados los sistemas informáticos y de geolocalización para control y prevención, debemos activar mecanismos más rudimentarios en los territorios, para saber donde no transitar: mapas con indicación de puntos de mayor riesgo en cada zona, ciudad y barrio, actualizados cada 12 horas, disponibles en internet y con aplicaciones en móviles; contratación de miles de personas, muchos de los que estarán en paro, para, con métodos detectivescos, localizar positivos y contactos. Si somos incapaces de llegar a acuerdos y usar las tecnologías del siglo XXI, incluso cuando ya vemos luz al final del túnel, pongámonos ya en marcha con las medidas rudimentarias.