"Este es nuestro banco de la desescalada, pero si un día nos lo quitan, tomaremos otro, tampoco hay ningún problema". Ignacio Pinya resume con júbilo el sentir de los suyos. Desde que el pasado sábado el Gobierno abriera la mano en la antesala hacia la 'nueva normalidad', este jubilado de 87 años no ha faltado a su cita con la calle. "Cada día nos reunimos cuatro amigos en el Passeig del Born y arreglamos el mundo", airea con desparpajo. "Guardamos las distancias, tenemos mucho cuidado", asevera al ser cuestionado por las medidas que toman para evitar un posible contagio: "Me da que cuando llegue José Miguel le pondremos ya en el otro banco".

A las 10 de la mañana los ancianos y personas dependientes de Palma toman el relevo en las calles con mucha más prudencia que sus antecesores [vea aquí las imágenes]. Pocos son los imprudentes que se permiten el lujo de salir de sus domicilios sin sus respectivas mascarillas. Ellos lo tienen claro: "Con la careta se me empañan las gafas, pero prefiero ver poco e ir protegido, que coger el coronavirus.

La espera se ha hecho larga para todos. La mayoría llevaban más de 50 días sin ver la luz del sol. Los ha habido con algo de suerte, quienes han podio sustituir su paseo diario por "caminatas a la redonda en el patio de casa", pero también los ha habido a quienes la inactividad les ha pasado factura, "tanto física como mentalmente".

Con la llegada de Carlos Calle (85 años) y José Miguel Guardia (84), la charla en el banco del Born se ha animado. "Estamos como locos porque abran ya el Bar Bosch para hacernos nuestro cafetito y la tertulia de las mañanas, aunque me da a mí que con todos los que nos juntamos van a tener que hacer una ley solo para nosotros", augura Calle entre risas. "Pues yo de camino aquí he identificado a cuatro categorías de ciudadanos", se une Guardia a la conversación. "El ciudadano normal es el que lleva guantes y mascarilla. El de segunda clase solo lleva mascarilla y el de tercera, solo guantes. Luego está el gilipollas, que no lleva ni mascarilla, ni tampoco guantes", resume tratando de identificar a los viandantes que transitan a su alrededor.

A solo unos metros de allí, María Luisa (77), Margarita (80) y Emilia Darder (80) se reúnen por primera vez tras más de mes y medio sin poder verse. El reencuentro de estas tres hermanas se presume caluroso pese a lo frío de la situación. "Es difícil imaginar las ganas que teníamos de volver a vernos", coinciden. El confinamiento en sus hogares se ha hecho, si cabe, todavía más duro para ellas. "Mi marido murió hace casi un mes y vivir el duelo sola, sin el apoyo de ellas ha sido terrible", relata Emilia con un hilo de voz. "Te sientes inútil porque en un momento como ese lo importante es estar cerca de las personas que sufren y nosotras no hemos podido apoyar como hubiéramos querido a nuestra hermana", defienden María Luisa y Margarita. Ataviadas y protegidas con sus respectivos guantes y mascarillas, toman la calle Unió a buen ritmo hasta llegar a la Plaça del Mercat. Pese a que lo que más les apetece es abrazarse, son conscientes de la necesidad de guardar las distancias: "Da igual el dolor, todos tenemos que cumplir". Hablan de sus cosas, fustigadas por la rutina e intentando superar la pesadilla que les ha tocado vivir.

De camino hacia La Rambla el runrún en las calles toma poso. Pese a ser casi las 11 de la mañana, son muchos los jóvenes deportistas que no respetan las franjas horarias fijadas para esta vuelta a la normalidad. Niños no hay, ellos son más responsables. Luis Moll, de 86 años, franquea con estilo el largo paseo entre los árboles. "Esto es un alivio. Desde el sábado salgo a caminar porque lo necesitaban mi cuerpo y mi mente", relata. "Si os soy sincero a veces utilizo las dos franjas horarias que nos permiten, aunque no se pueda, pero es que lo he pasado realmente mal estos días", indica acentuando lo agobiante de la situación para una persona que vive sola en su domicilio: "Tuve que ir incluso a la farmacia para que me dieran pastillas para poder dormir porque era incapaz de sobrellevar el aislamiento". Acicalado con un sombrero de paja y su correspondiente mascarilla, asegura que esta no le molesta para nada en sus largos paseos matinales. "Lo que veo es mucha dejadez, sobre todo por parte de los jóvenes. Parece que no son conscientes de todo lo que nos ha tocado vivir y creo que falta un poco de respeto hacia el resto de personas que comparten la vía pública con ellos", critica.

Manuela Moreiro y Joaquín Boronat, ambos de 76 años, no se separan ni un solo instante durante su paseo por las céntricas calles de Palma. Él reconoce que es la tercera vez que sale desde que el Gobierno ablandara el estado de alarma, pero para Manuela es su primer contacto con la realidad desde hace más de 50 días. "En eso hemos sido ejemplares y nos hemos portado muy bien. No hemos tocado la calle durante todo el confinamiento", reconocen ambos. Joaquín señala que echa mucho en falta quedar con los amigos, pero aplaude el comportamiento de la ciudadanía en las franjas horarias en las que los mayores de 70 años tienen permitido salir a pasear. "No nos juntamos con amigos porque por ahora eso no se puede hacer. Al final sería absurdo, después de tanto días confinados, echar todo ese esfuerzo por la borda por querer adelantar solo unos días algo que en poco tiempo nos dejarán hacer", recalca por su parte su mujer.

Isabel Mateu, de 83 años, no lleva tan bien el uso de la mascarilla: "Es un verdadero engorro, me agobia, pero no queda otra que llevarla". Para ella, el de ayer fue también su primer contacto con el aire libre tras muchos días encerrada en casa. Acompañada por su hija Marga Buades, de 45 años, acaban de abandonar el ambulatorio del Carmen tras realizarse unas pruebas y se dirigen hacia su domicilio. "Quería pasear, pero con el patio que tengo en casa me he apañado bastante bien", asegura la octogenaria, quien, pese a todo, reconoce "que estar al aire libre un rato alegra el alma".

Son casi las doce y los ancianos apuran sus últimos minutos de libertad por las calles de Palma antes de regresar a sus casas. Disciplinados, más que nadie, son conscientes de la importancia de seguir las normas que han sido impuestas durante la desescalada. Adelantar los plazos no traerá nada positivo. A las siete de la tarde, los que todavía no hayan salido, podrán desempolvar sus zapatos, y tomar las calles de Ciutat a su ritmo, el que les ha impuesto el Gobierno, el que les ha devuelto la libertad. Como la imagen de los niños correteando a sus anchas, la de los paseantes tranquilos también era añorada. Quietos, en sus bancos, recordando lo vivido y maldiciendo todo lo que viene.

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