Antonio Alemany es una figura indispensable en el tránsito del franquismo a la democracia, no solo a escala local. Logró que un periódico de provincias llamado Diario de Mallorca desbordara los límites insulares, para convertirse en referente nacional del cambio de régimen. Aclamado en los estertores de la dictadura por audiencias que hoy se llamarían progresistas, siempre les recordaba su filiación democristiana para que no se llamaran a engaño. Su meta hubiera sido jugar el papel a caballo entre la influencia mediática y la academia laureada de Raymond Aron, el antiSartre y sin duda el personaje con el que hubiera deseado compartir el primer párrafo de su biografía.

Alemany no se conformó con ser periodista, y esta ambiciosa inquietud se desordenó en la grave condena por corrupción que no logra eclipsar su trayectoria previa. De hecho, la magistrada presidenta y ponente del tribunal de la Audiencia dedicó casi más espacio a reseñar el prestigio del periodista que sus delitos penados con años de cárcel.

Al margen de demostrar la podredumbre del segundo Govern de Jaume Matas, que corrompía todo lo que tocaba, la sentencia colocaba al fabricante de reyes en figura subordinada de gobernantes de tercera división. La dureza que empleó Alemany para rebatir esta acusación de haber jugado un papel subsidiario demuestra su arrepentimiento por colocarse al servicio de la mediocridad imperante. Este juicio no tuvo la heroicidad de enfrentamiento entre Antonio Pizá y Alemany, al que asistí y donde el franquismo se midió al postfranquismo por la condena de una peseta.

A Alemany no le importaban tanto los lectores masivos que también conquistó, como influir en la minoría selecta que a su juicio llevaba las riendas de Mallorca. Y logró su objetivo al convertirse en el periodista de cabecera del primer Pacto de Progreso, que paradójicamente consideraba una derrota personal. El Govern masoquista de Francesc Antich temblaba ante los dardos matutinos de un columnista volcado hacia la derecha desacomplejada. Es probable que obtuviera mayores triunfos en su voluntad de frenar a la izquierda que en el pastoreo de una derecha ágrafa y ultramontana, que debía defraudarle por mucho que la frecuentara.

La única gloria de un periodista es tener lectores. He leído todas las piezas de Alemany con firma o pseudónimo que han llegado a mis manos, excepto la página que me consagró en El Mundo y en la que desde el propio titular me equiparaba a Pedro Serra. En realidad, el autor se delataba así como editor frustrado, el sueño que no logró materializar en toda su extensión.

He recibido los halagos públicos más encendidos y las descalificaciones más rabiosas de Alemany, también les ha ocurrido a una proporción significativa de los periodistas mallorquines. En la misma escena me presentaba a Mario Conde, y me criticaba ante el banquero por no ir vestido para la ocasión. En su inveterada pasión por el poder, se sentía el patriarca de las generaciones posteriores, que deseaba moldear a su imagen y a las que polarizaba en la lealtad o la traición.

De ahí el morbo con el que recibí en 2005 la osada propuesta del director de Radio Mallorca, un enfrentamiento radiofónico entre ambos donde el título de Fuego cruzado ya delataba que se boxearía sin guantes. Al margen de la acogida del programa, supuso un ejercicio fascinante ante un adversario absolutamente entrañable. Alemany desgranaba su misoginia, clasismo y conservadurismo british con una educación impecable. Nunca abandonamos el estudio enfadados.

Es posible que los éxitos hoy inimaginables del Alemany treintañero distorsionaran su percepción de los mecanismos que deseaba controlar. Sin embargo, fue admirado en el sentido de contemplado con total entrega por quienes oficialmente le odiaban. Al margen de sus aventuras estatales frustradas, nunca le faltaron opciones en el reducido mercado local. Con motivo de nuestra disputa radiofónica, fui encargado de sondearle para un posible fichaje por este diario, donde había cimentado su carrera. Pedro Jota Ramírez intervino personalmente para frustrar el tránsito.

Con Alemany desaparece el último gran polemista de la edad de oro del periodismo reciente, después de Andrés Ferret, Pizá y Jacint Planas i Sanmartí, más productivos los cuatro en cuanto que ferozmente enfrentados entre sí. Fueron ante todo periodistas, pero lograron para su oficio una resonancia que cuesta entender en la edad de la burocracia digital.