Pónganse en la piel de Francina Armengol y asuman, en este momento de cierta euforia por el inicio de la desescalada y de alivio por los esperanzadores datos sanitarios, que el coronavirus ha dejado en Balears la dramática factura de 185 muertos. Y que mañana mismo los fallecidos serán más. Por eso hizo bien la presidenta al iniciar su intervención recordando a los que ya no están entre nosotros. Por eso acertó también al ceder al conjunto de la sociedad y no al Govern todo el mérito en la reducción de contagios y por eso atinó al elegir la prudencia como tono del discurso. Yo también esperaba, 24 horas después del plan de Sánchez, el cronograma completo de la desescalada más rápida de España y las cien medidas económicas para que Balears recupere el trono turístico el 1 de julio y sus 180 vuelos por hora. Pero me conformo con no volver a la casilla de salida de la pandemia, con no dar un paso atrás en el número de contagios y con evitar de una vez por todas que el gran desastre que hemos sufrido vuelva a repetirse. Porque la desescalada es una apuesta medida y progresiva. Pero también una apuesta a ciegas. Nos faltan demasiadas certezas sobre el Covid-19 para trazar planes seguros. Es necesario comprobar el resultado de cada avance, asumiendo que los tiempos de supervivencia de la economía no son los mismos. Pero todavía se trata de salvar vidas, de atravesar el peor temporal. Y eso no se consigue largando todas las velas cuando el mar todavía arrecia con violencia.
