A Siegfried Meir le gustaba ir contracorriente, sentirse un elegido tocado por la suerte y un ser especial. No en vano había sobrevivido de niño a dos campos de concentración, Auschwitz y Mauthausen, y a las marchas de la muerte que le llevaron de uno a otro, un caso absolutamente excepcional; increíble. «Algunas personas a mi edad esperan la muerte, yo no, creo que el destino me tiene algo reservado. No es más ridículo que creer en Dios, aunque lo respeto», señaló en una entrevista a este diario en 2010.

Durante toda su vida arrastró un enorme y doloroso vacío formado por vivencias que no quería recordar y de las que no habló nunca con nadie, y por otras que había olvidado de verdad, de forma que llenó los huecos de su biografía con imaginación, que para él se convirtió en realidad. Y algunos agujeros los dejó en blanco, mirando hacia otra parte, ignorándolos sin ningún esfuerzo, y manteniendo muy firme su objetivo: sobrevivir. El 7 de marzo este superviviente atípico murió en el Hospital Can Misses de Ibiza tras lidiar durante años con una enfermedad que no quería que se conociera, según explica su viuda, Pilar Molina. El 4 de mayo habría cumplido 86 años.

Fue Arancha Gorostola la que recompuso las piezas de su vida y, al mismo tiempo, la puso patas arriba, descabalando todas las certezas que habían apuntalado a Siegfried y le habían sostenido en medio de muchas adversidades. "Le ofrecí ayudarle a reconstruir su historia", relata. Este alemán de familia judía, nacido en Fráncfort, descreído de todas las religiones y que hablaba y escandalizaba sin filtros, vio por primera vez una foto de su madre a los 75 años. Gorostola, gran experta en la Shoah, investigadora tenaz, buceó durante cuatro años en archivos, museos, páginas de internet, envió infinidad de correos electrónicos para solicitar información y logró encontrar a un primo en Israel, que le mandó un tesoro: la foto de Jenni con el pequeño Siegfried en su regazo, años antes del infierno. Así que Siegfried descubrió a sus más de setenta años, gracias a Arancha, las fechas y el orden de los episodios que le convertirían en un superviviente nato, y que él siempre había creído que fueron de otra manera, porque nunca se preocupó por las fechas ni por recuperar nada de su vida anterior al genocidio nazi, ni siquiera lo que pudiera quedar de su familia. Solo tras la Segunda Guerra Mundial intentó encontrar a su hermano mayor por medio de Cruz Roja, pero sin resultado y desistió.

Siegfried tenía 7 años cuando los nazis le marcaron con una estrella y le impidieron ser el niño mimado que había sido hasta entonces; ya no pudo ir al colegio ni jugar en la calle. El 19 de abril de 1943 fue deportado junto a sus padres, Moshe y Jenni, a Auschwitz en un tren en el que solo iban 17 personas. Fueron los últimos judíos en ser deportados desde Fráncfort, según Gorostola, quizás por la nacionalidad de su padre, rumano. Siegfried no recordaba nada anterior a Auschwitz, y de este campo apenas relataba nada, pese a que permaneció en él hasta 1945 (casi dos años), cuando le trasladaron a Mauthausen en una de las marchas de la muerte que también había borrado de su memoria; cree que debió de desmayarse y que alguien le salvó. En Mauthausen solo estuvo dos meses, pero allí encontró a su salvador, el futbolista español Saturnino Navazo, prisionero republicano, que le protegió y le adoptó cuando salieron del campo, liberado por el ejército de Estados Unidos el 5 de mayo de 1945. Un día después de que el niño Siegfried hubiera cumplido 11 años. De Mauthausen hablaba mucho Siegfried; de Auschwitz, apenas. Para aquel niño que había sobrevivido al infierno, la generosidad y el amor de Navazo fue su tabla de salvación. Siegfried sentía hacia su padre adoptivo una adoración incondicional. Contó su historia en un librito escrito con su amigo Georges Moustaki en el año 2000, 'Hijo de la niebla', pero en él exponía sus borrosos recuerdos infantiles, que años después Gorostola pondría en orden y con fechas en el libro 'Mi resiliencia', un texto que Siegfried se empeñó en publicar pese a que la investigadora no estaba de acuerdo porque no lo consideraba acabado. Aquel desencuentro quebró la relación entre ambos.

"Siempre se escudaba en que tenía amnesia, pero creo que no la tenía. Creo que no hablaba de Auschwitz porque eso rompía la imagen que quería dar y lo que es aceptable en la sociedad actual, y para él el apoyo social era muy importante -apunta Gorostola-. Habría aportado mucho más si hubiera contado la verdad. Pero no creo que pudiera contarla, y se la ha llevado a la tumba".

"De Siegfried aprendí muchas cosas, aprendí el significado de la resiliencia. Cómo superar todo tipo de traumas, que pase lo que pase puedes salir adelante. Era una persona muy complicada porque había vivido muchos traumas", explica emocionado Luis Ortas, director y productor del documental 'Después de la niebla' (Cinètica Produccions, 2015), sobre la vida de Meir, que se puede ver en Filmin. Ortas recuerda que su historia era increíble, y que muchos dudaban de su veracidad: "Que hubiera sobrevivido tanto tiempo a Auschwitz, a las marchas de la muerte, que no hubiera testimonios anteriores sobre él... Sorprendía que surgiera su historia en el año 2000 sin que hubiera estado antes registrada en archivos". Pero su historia era cierta, tal y como lo documentó Gorostola. "Siegfried había querido cortar con su pasado, y no se relacionó con el mundo de la Shoah", añade Ortas. De hecho, Meir tardó mucho en contar su paso por los campos de concentración, y lo hizo porque su amigo Moustaki le propuso en el año 2000 contraponer sus dos vidas en un libro, a modo de historias paralelas de dos niños judíos nacidos con un día de diferencia, uno en Fráncfort y otro en Alejandría.

El primo de Meir con el que contactó Gorostola había logrado reconstruir el árbol genealógico de la familia, diezmada por el genocidio nazi. Pero Siegfried no quiso ni hablar con él: no sentía ningún vínculo con su vida anterior a Auschwitz, y no tenía ningún interés en recuperar la relación con su familia, para pasmo de Gorostola y de Ortas. No obstante, el trabajo de la investigadora impactó de forma profunda sobre Siegfried, como él mismo explicó en una entrevista con motivo de su primera exposición de cuadros y esculturas en el Club Diario de Ibiza, en enero de 2010: «Ella consigue despertar otra visión de adulto que tiene que pensar y reaccionar a la realidad, no de niño furioso; es demasiado primitivo decir 'odio a mis padres porque se han equivocado', no es adulto». Era chocante escuchar a aquel hombre de 75 años contar que había sentido rabia toda su vida contra su padre, muy religioso, porque le culpaba de no haberle protegido (Moshe murió en Auschwitz); y que había cambiado de forma de pensar gracias a la investigación de una mujer movida solo por el deseo de hacer justicia, de recuperar del olvido la memoria de la familia Meir-Bacharach. «Imagina a un niño al que han inculcado 'Dios nos quiere, somos los elegidos', y que llega a Auschwitz: dice o mi padre es un imbécil o le han engañado. Un niño reacciona de forma brutal, sin matices», explicaba. En aquella entrevista, Meir insistía en su suerte: "La vida me ha hecho muchos regalos".

El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, que ha estudiado especialmente los casos de niños sometidos a traumas intensos y ha desarrollado el concepto de la resiliencia, dio al director mallorquín las claves para entender a Meir: "La memoria se transforma en función de tus necesidades de supervivencia. Siegfried es un superviviente, una persona que se está inventando a sí mismo para sobrevivir. Cómo sobrevivió a los campos de concentración es nuestra gran pregunta. Pero el respeto hacia las víctimas nos puso una barrera para no llegar más allá", prosigue Ortas. También Gorostola respetó esa línea roja y no la traspasó: ¿qué le ocurrió a aquel niño de nueve años en el campo de exterminio de Auschwitz? ¿Cómo es posible que sobreviviera?. "Detrás de Auschwitz había un gran trauma. El mismo cerebro se cortocircuita como método de supervivencia, para no quedarnos enganchados en algo negativo, lo explicó Cyrulnik. Hay personas que se quedan enganchadas en un trauma y hay quienes lo aíslan y salen adelante. Siegfried era de éstos. Todo lo que no contaba de Auschwitz debía de ser todo lo horrible que nos podamos imaginar", reflexiona Ortas. Ese sufrimiento extremo cuando era tan pequeño quizás explica la coraza que Meir "llevó hasta el final", en palabras del director; una frialdad que el propio Siegfried admitía que le había acompañado siempre. "Todo aquello que vivió de niño marcó una forma de comportamiento en su vida", añade Gorostola.

Siegfried olvidó el alemán, su lengua materna, en cuanto salió de Mauthausen. No solo no lo volvió a hablar, sino que no soportaba escucharlo. Hablaba español, que le enseñó su salvador, y francés, pues se asentaron en Toulouse.

Tras una fase de juventud como cantautor en Francia, Siegfried recaló en Ibiza, de donde ya no se movió. En la isla abrió restaurantes, una discoteca, fue diseñador de moda Adlib y encontró su sitio. Navazo le visitaba de vez en cuando. A veces, su padre adoptivo se quedaba callado, le miraba y le decía: "¿Te das cuenta? Estamos aquí". Sorprendido aún, tantos años después, de estar vivos.