Día 42. Siempre les he inculcado que no deben alcahuetear sobre lo que está haciendo (mal) el otro. Quien se chiva buscando la ruina del prójimo se lleva una reprimenda y un buen sermón; no me gustan los soplones. Cuesta trabajo esta pedagogía. Si me dieran un euro por cada vez que interrumpen mi trabajo para venir a delatarse el uno a la otra, la otra al uno, podría pensar en tomarme un año sabático. Pero por suerte nadie subvenciona a los acusicas, aunque este comportamiento se esté confirmando como uno de los entretenimientos favoritos del confinamiento hispano, por encima de hacer vídeos en Tik Tok o el yoga en familia. "Mi hermana le está cortando el pelo al osito". "Mi hermano no está leyendo". "Mi hermana ha sacado el dedo de la palabrota". "Y él me ha pegado con un palo que tiene escondido en el cajón de los secretos". Mi hijo me plantea un dilema respecto a la máxima de meterse solo en sus propios asuntos. "¿Qué hubiera pasado si de pequeño no te llego a avisar de lo del balcón?" Se refiere al día en que siendo todavía un bebé vino a mí y con su lengua de trapo me informó de que "tata silla ven", guiándome a esa escena que toda madre teme encontrarse: la de una niña que ha conseguido abrir dos pestillos de seguridad y se dispone a encaramarse a una barandilla. "Solo hay que alertar en casos excepcionales, y cuando haya peligro, no porque el otro haga algo mal", le concedo. Estos días en que mucha gente parece poseída por el espíritu de La vieja del visillo de José Mota, y se afana en vigilar si los demás cumplen o dejan de cumplir las normas del estado de alarma, les repito a los niños que "vive y deja vivir" es un gran lema para alcanzar la felicidad. "Se ha puesto el personal a chivarse en masa con lo de las salidas de los menores a pasear, y la mayoría de las denuncias son bulos", les comento indignada. "Pues díselo a Pedro Sánchez. O espera, ¿eso también sería chivarse?"
