Una caricia, un beso robado, la mano en el pelo, acurrucar la cabeza encima de su falda en el sofá, una mirada de complicidad, que suene el timbre y saber que ha llegado. Los detalles más pequeños son, ahora, los que más echan en falta las parejas que pasan su confinamiento separadas; que, en su mayoría, son las que no convivían juntas antes del encierro. Tiran, por suerte, de videollamadas, se las ingenian para crear nuevos espacios de intimidad y se dicen, algunas más y otras menos, cuánto se echan de menos. Tampoco hay que despojar de sentido las palabras. Las parejas que forman Catalina Capó y Pere Antoni Matías, Martí Sàez y Elisa Sayrol, y Virgínia Rebassa y Xisca Abrines, se despidieron, hace poco más de un mes, pensando que volverían a verse en pocos días. Pero ese día aún no ha llegado.

El último plan de Virgínia Rebassa, de sa Pobla, y Xisca Abrines, de Lloseta, fue una cena familiar en casa de Virgínia. Fue el viernes, 13 de marzo. A la mañana siguiente, Xisca se dirigió a su pueblo y no volvió a salir. "¡Yo me hubiera confinado con ella!", dice la llosetina, que vive sola; pero Virgínia, que vive con sus padres, no tenía muy claro qué hacer. Finalmente, se quedaron cada una en su casa. Se entienden, son comprensivas y tienen confianza la una con la otra. Así que no se derrumban. Saben que esto es temporal y que reforzará la relación.

Se conocieron durante el verano del año 2018 a través de Tinder. En ese momento, Xisca estaba pasando unos días en Mallorca de vacaciones, ya que residía en Irlanda. "Nuestra relación se forjó estando separadas. Las primeras semanas fueron muy intensas, pero a través de la pantalla", cuentan. No tenían previsto verse hasta las Navidades de ese año, pero no aguantaron y decidieron organizar un viaje a Londres para volver a verse. Esa escapada, "que fue muy romántica", fue el gran inicio su aventura juntas. Para celebrar el primer año "y pico" de relación, estaban pensando volver a la ciudad londinense esta primavera. "De momento no podrá ser, nos da mucha pena porque estábamos ilusionadas preparándolo", lamentan.

No son pesimistas. Al no haber convivido, la situación se les hace más llevadera. Virgínia señala que le tranquiliza saber que tiene a Xisca a 20 kilómetros, y que "si hubiera el mar de por medio sería otra cosa". Antes del confinamiento, pasaban casi todos los días de la semana juntas. Una de las cosas que más disfrutan es el deporte, así que lo primero que harán al salir "es una ruta en bici por la naturaleza e ir a comer sushi". Coinciden, también, que piensan mucho en cómo será cuando vuelvan a verse: "Pienso en el abrazo, en cómo me sentiré cuando nos toquemos", dice Xisca, que se describe como la más romántica de las dos. Pero Virgínia no tarda en conseguir ruborizar a su compañera: "Aunque yo siempre me queje, ahora echo de menos cuando se pone ñoña". "Ay, no sé qué decir", se corta Xisca. "Y luego la romántica eres tú...", le espeta Virgínia, provocando que su novia rompa a reír a carcajadas.

Virgínia, que teletrabaja, es la que marca un poco los ritmos de la pareja. A veces se ponen de acuerdo para tomar juntas el café de después de comer, se mandan fotos de lo que cocinan y Xisca le envía vídeos a Virgínia haciendo el payaso. Pero nunca falla la videollamada por las noches: "Es nuestro momento. Y es por las noches cuando más la echo de menos. Abrazarla y que se duerma antes que yo, su olor. A mí me hacen mucha falta los mimitos", comenta Xisca, que asegura que lo que más mira cuando hacen una videollamada son los labios de Virgínia. De repente, no tener cerca aquello más pequeño y los gestos más sutiles es lo que provoca un vacío más profundo.

El sur de Francia fue donde pasaron sus últimos días juntos Catalina Capó y Pere Antoni Matías. "Estoy algo triste. Cuando nos vimos por última vez nos despedimos pensando que nos veríamos en dos semanas. Con las primeras medidas de confinamiento aún no sabía seguro si el laboratorio cerraría, por eso me quedé", cuenta Catalina, bioquímica poblera que reside actualmente en Santander, donde realiza su Doctorado en Microambiente Tumoral. Pere Antoni, de Búger, con el que pronto celebrarán ocho años de relación, vive actualmente en Zaragoza, donde cursa un master en Sistemas de información geográfica y teledetección. El confinamiento le pilló en Mallorca, donde estaba de visita. Desde el pasado septiembre, acostumbraban a verse cada fin de semana o cada dos semanas. Aprovechando que él tiene el coche en la península, eran asiduos sus viajes por el norte de España. Aunque esa última vez se dirigieron al sur de Francia, donde se vieron por última vez sin saber que las dos semanas que tenían que pasar hasta su próximo encuentro serían muy largas. Ahora ya ha pasado casi un mes y medio.

Aunque aseguran que tienen "sus días" y sus altibajos, señalan que ya están "acostumbrados" a la distancia. En este sentido, esta situación no se les hace "tan complicada" como a otras parejas. "La situación es muy mala para todos, nadie lo está pasando bien. Te acostumbras a echar de menos", señala Pere Antoni. "Ni siquiera he deshecho la maleta", asegura bromeando. Para ellos, lo peor de todo no es estar separados; sino no saber cuánto tiempo más tendrán que estarlo. La incertidumbre corroe el ánimo, pero la firmeza de un amor adolescente (tenían 15 y 16 años cuando empezaron a salir) que sigue intacto ocho años después no se debilita fácilmente.

Elisa Sayrol y Martí Sàez, que tienen alrededor de cincuenta años, llevan unos siete años juntos. Ella, ingeniera en telecomunicaciones y profesora de la Universitat Politècnica de Catalunya, vive en Barcelona, y él, director del centro de secundaria Norai de Alcúdia, en Pollença. Residen separados, en sus respectivas localidades, pero no hay fin de semana que no pasen juntos. "En siete años quizás nos hemos saltado dos o tres, nos ponen una alfombra cuando llegamos al aeropuerto", bromea Sàez. Están juntos de viernes a lunes, apurando hasta el último minuto posible, y todas las vacaciones. Cuando están libres de obligaciones, compartir tiempo es su primera opción.

Día 13 de marzo, Martí tenía que viajar a Barcelona para pasar allí un fin de semana. No obstante, ya se había advertido del cierre de colegios a los centros escolares: "Decidí, por responsabilidad, no coger ese vuelo. Desde ese día, lo más parecido a una figura humana con lo que estoy en contacto es una guitarra", cuenta. La última vez que se vieron fue en Mallorca, entre el seis y el nueve de marzo: "Ya empezaba a notarse el nerviosismo y la inquietud por el coronavirus. Por suerte, ese fin de semana estuvimos rodeados de amigos, fuimos de excursión y el tiempo acompañó", apunta Elisa. Aunque fuera inconsciente, aquel fin de semana fue perfecto como despedida. Sin embargo, los días pesan cada vez más y no existe, aún, la posibilidad de hacer una cuenta atrás para volverse a ver. Les acecha la incertidumbre: "Cuando nos dejen salir, tampoco sabemos qué podremos hacer. Yo no puedo dejar a mi madre, que es persona de riesgo. Quizás nosotros tengamos que esperar más", lamenta la barcelonesa.

Para hacer más llevadero el encierro, y la distancia, decidieron hacer de su gran pasión su nuevo espacio de complicidad e intimidad. "Aunque tampoco es tan íntimo porque lo subimos a las redes".

Cada día, Martí le envía un vídeo tocando la guitarra, una melodía sobre la que después Elisa pone su voz. La música es, en estos momentos, un gran consuelo: "Compartimos esta afición, tocamos en un grupo con el que nos reunimos en Barcelona para interpretar algunos standarts de jazz", cuentan. Las aficiones compartidas tienen ahora una dimensión distinta, convirtiéndose en micro espacios de afecto y cariño. Aunque apuntan que la presencia física es muy importante, "a veces ni siquiera hace falta tocarse. Simplemente saber que esa persona está ahí. Acariciar el pelo, la mano... basta con mirarse, sin pantallas de por medio", señala Martí.

"Elisa me da mucha tranquilidad. Ambos somos personas empáticas, cada uno lleva su mochila con la que hemos aprendido a convivir entre nosotros. Nuestro amor es muy sano", dice Martí. "Es como, por hacer una referencia literaria, El Pi de Formentor: enraizado, fuerte y que puede con todo", apunta Elisa. Se llaman dos o tres veces durante el día, pero ambos esperan que llegue la noche para acurrucarse cada uno en su cama y hacer su rutinaria videollamada. "Es cuando nos contamos realmente cómo nos sentimos, cuando compartimos nuestros momentos más bajos anímicamente", explican. Aunque también es cuando más conectan emocionalmente, gracias al poder místico que ofrece la noche. Porque aunque parezca que el tiempo ha dejado de correr, siguen ardiendo las llamas de los amores sólidos, sanos, fuertes y genuinos.