Día 32. El día ha acabado con ellos exigiéndome a gritos que deje de una vez de contarle a todo el mundo lo que hacen, que tienen derecho a que nadie sepa qué se traen entre manos. "¿A ti te gustaría que todo el mundo sepa lo que dices todo el rato?", me pregunta la reina del melodrama, que lleva el santo día chillando sin razón aparente. O por el motivo conocido por todos, salvo por el Gobierno: la mella que hace en los niños más de un mes de clausura, arrancados de cuajo de su vida social. Le respondo que esto es mi diario, aunque como suele ocurrirles a todas las madres desde el minuto uno de su maternidad, y sobre todo a las teletrabajadoras, me he vuelto transparente. Lo más interesante que he hecho yo estos días es la declaración de la renta por internet, y me costó cinco minutos. Me siento la quintaesencia del aburrimiento y la monotonía, voy a acabar llorando sobre el hombro de Siri a falta de una compañía mejor. Ellos, en cambio, se han especializado en buscarse mundos alternativos. "Ven mami, lo vas a flipar", me llama él. Con dos juegos distintos de construcción ha levantado un teatro encima de la alfombra. Unos treinta playmobil están sentados mirando el escenario, a un lado el director de escena y al otro el apuntador. Cuando levanta el telón, hay dos bailarinas en escena. Tachán, tachán. Después de la función y los aplausos, los muñecos se dirigen al hotel que ella ha formado en la otra esquina, con cajas, tacos de madera y piezas de un juego de imanes. Tiene recepcionista, spa, piscina de bebés, de niños y de mayores, columpios, tienda. Un restaurante al aire libre con música, una habitación espaciosa y un todoterreno aparcado en la puerta. Jo. Me quiero quedar a vivir en esta alfombra que posee lo que yo añoro. Quién me puede criticar por hacer un vídeo y enviárselo a la familia y amigos como la clásica madre petarda encantada de presumir de hijos.
