Los días de confinamiento por el coronavirus son todavía peores de digerir cuando estos transcurren a miles de kilómetros de casa, con un océano de por medio y con la cuenta corriente azuzando al cuello. Perú declaró el estado de emergencia el pasado 16 de marzo, con solo 71 casos confirmados. "Todo se precipitó demasiado rápido", reconoce Pedro Aranda, mallorquín a quien la crisis sanitaria pilló en medio de un viaje por Sudamérica. Aquel día el consulado español en Cuzco cerró sus puertas. Fueron los primeros en bajarse del barco. "Un número de teléfono en el que tan siquiera pude dejar un mensaje de voz y un correo electrónico del que todavía espero respuesta fueron mis únicas armas en aquel momento", argumenta el joven de Inca.

Como él, más de un millar de turistas españoles se quedaron encerrados en un país cuya embajada española ha trabajado a trompicones y sin preocuparse en exceso por los suyos. "Incluso me ha dado la sensación de que consulados de otros países como Holanda o Alemania han mirado más por nosotros que nuestro propio país", critica Aranda, quien dentro de lo que cabe, se considera un afortunado.

"En cuanto se decretó el estado de alarma salí del hostal donde me encontraba y alquilé junto a otros dos compañeros un pequeño piso. Por el simple hecho de ser españoles muchos nos negaron el arrendamiento, era sinónimo de ser portador. Pero vivir en una residencia como en la que me encontraba sí que hubiera sido una locura, al compartir espacio con decenas de personas", explica.

Desde que la crisis sanitaria sacudiera el planeta, el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Unión Europea han trabajado para repatriar a los turistas españoles desde Lima. "El problema es que nosotros nos encontramos a más de 1.000 kilómetros de la capital y aquí está prohibido cualquier traslado por carretera. Nuestra única opción es el medio aéreo y no hay vuelos programados entre las dos ciudades, por lo que estamos atrapados", explica. "Las medidas en Perú -con más de 3.000 contagios en la actualidad- son mucho más estrictas que en España. Hay toque de queda. A las seis de la tarde no puede haber nadie por la calle. Los lunes, miércoles y viernes solo pueden salir los hombres y los martes, jueves y sábado, las mujeres. Por supuesto que la sanidad aquí no es igual que la española, pero al menos el aprovisionamiento de alimentos por ahora está garantizado", asegura.

Pedro Aranda, como la cerca de 30 españoles que en la actualidad buscan por activa y por pasiva abandonar Cuzco, se agarran a un clavo ardiendo. "Las mejores noticias han llegado hoy [por ayer], a través de un email", explica. "Desde la embajada parece que están trabajando para facilitarnos el transporte a la capital a aquellos turistas españoles que todavía nos encontramos aquí. Hablan de un posible vuelo para conectar las dos ciudades programado para el lunes 13 o el martes 14 de abril. Ojalá sea así", desea. "Ya nos tocó quedarnos fuera por falta de plazas en un traslado que se realizó el 28 de marzo. Ahora quedamos menos, casi nos conocemos todos y tienen que hacer el esfuerzo", relata.

Lo que iba a ser el viaje de su vida, y en el que llevaba invertidos ya casi cinco meses, se ha visto truncado por una pandemia inesperada que no ha sido capaz de acabar con su buen humor: "Cuzco está a más de 3.000 metros de altura y hace un frío insoportable. Esto para un mallorquín nunca es fácil. Dos chaquetas me había traído para todo el viaje, pero ojalá todos los males fueran este".

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