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Con ciencia

Degradación de los virus

Degradación de los virus

Decía hace poco Javier Sampedro en su columna habitual del diario El País que cómo se puede hablar de ciencia en la situación actual. Salvada sea la enorme distancia que existe en todos los sentidos, venía a recordar la reflexión del filósofo Theodor Adorno preguntándose cómo se podía escribir poesía después de Auschwitz. Pero Sampedro salvaba una materia para la divulgación científica: la del propio virus. Permítaseme, pues, entrar en una cuestión esencial sobre el Covid-19: el de su propia esperanza de vida, por más que, dicho así, suene raro. Lo que nos interesa es la esperanza nuestra que tenemos puesta en que llegue a desaparecer.

Todos los virus cuentan con material genético (ácido ribonucleico, RNA en sus siglas anglosajonas, o ácido desoxirribonucleico, DNA) y una envoltura precaria de lípidos y proteínas. Los que nos interesan son los ácidos nucleicos, lo que el virus inyecta en una célula para, al aprovechar los mecanismos propios de ésta, multiplicarse. Los coronavirus pertenecen al tipo de patógeno que cuenta con RNA, con lo que éste tiene que convertirse en DNA dentro de la célula infectada (gracias a una enzima que inyecta también el virus, la transcriptasa inversa) para que comience luego la replicación de una cantidad enorme de dicho DNA, añadido al de la propia célula, que dará lugar después al RNA de los nuevos virus. Un proceso muy similar al de otro patógeno que lleva décadas amenazando a la humanidad, el VIH, virus de la inmunodeficiencia humana, de la enfermedad del Sida.

La buena noticia es que los ácidos nucleicos son unas moléculas muy frágiles. Los componentes del núcleo de nuestras células (y de las mitocondrias) se degradan con mucha facilidad, en apenas pocas horas, tras la muerte del sujeto; forman parte del material biológico que antes desaparece. Las bacterias intervienen de manera muy activa en ese proceso de destrucción.

La mala noticia consiste en la importancia que tienen las condiciones ambientales para que se degrade el DNA y el RNA. Cuanto más frío y seco sea, más van a durar al menos los fragmentos de las enormes moléculas de los ácidos nucleicos. Las técnicas de recuperación de DNA antiguo que inauguró en los años ochenta del siglo pasado, siendo aún estudiante, Svante Pääbo —director del departamento de Genética Evolutiva en el Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology (Leipzig, Alemania)-, han revolucionado la paleoantropología porque permiten comparar especies desaparecidas hace mucho tiempo. Por ejemplo, el equipo de Pääbo ha logrado recuperar DNA de la Sima de los Huesos de Atapuerca con una edad de más de 400.000 años. Dicho en el lenguaje más sencillo que se me ocurre, quítese de la cabeza la idea de que va a lograr mantener libres de los virus los alimentos que meta usted en la nevera.

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