Convivir cada día con una persona que trabaja en contacto directo con enfermos de coronavirus no es tarea sencilla. Un simple abrazo, el gesto más banal hace solo 15 días, se ha convertido en una auténtica odisea. Pedro Guardiola (Palma, 1983) y su mujer, enfermera en la UCI de Son Llàtzer, no se lo saltan un solo día. Detrás de esa pequeña muestra de cariño, tan simple como necesaria, hay un protocolo de seguridad que aumenta más si cabe si entremedias del achuchón mete la cabecita un niño de tan solo dos años. "Es lo que nos carga las pilas para seguir luchando", reconoce el joven progenitor.

El impacto por la llegada del coronavirus sacudió a Guardiola a todos los niveles. Sumado a la inquietud de convivir con una persona que trabaja en un oficio de alto riesgo, se unió la no renovación de su contrato laboral como contable en el sector de la aeronáutica. "El golpe fue duro, pero poco podía hacer, así que busqué el lado positivo. Sin escoleta para el niño, podría invertir todas mis horas en él para hacer del confinamiento un recorrido lo más ameno posible para todos", asegura. Y se puso manos a la obra.

El pequeño Joaquín todavía no es consciente de todo lo que ocurre a su alrededor, de por qué ya no ve a sus amigos en el cole o el motivo que ha llevado a que se acaben esos divertidos paseos con sus padres cada tarde por Montuïri, pueblo en el que residen desde hace casi medio año. "Al segundo día de decretarse el estado de alarma, fue directo hacia el carrito para salir a pasear, como hacíamos siempre, pero le expliqué que durante un tiempo todo, absolutamente todo, lo haríamos en casa, y no me ha vuelto a pedir salir a la calle", reconoce.

Joaquín tampoco entiende todavía por qué no puede ir corriendo a abrazar a su madre cuando llega a casa tras una interminable jornada de trabajo. El protocolo es claro. Más allá de todas las medidas que llevan a cabo en el hospital al salir del área de contagio, la sanitaria al entrar en su hogar tiene siempre preparada una muda para cambiarse y dejar todo lo que trae del exterior en una bolsa totalmente aislada. Tras limpiarse bien las manos con alcohol y desinfectar suelas de zapatos y otros enseres, solo entonces, Joaquín achucha a su madre.

Guardiola y su hijo junto al limonero del patio de su casa que recibe una media de quince regados al día. DM

"Evidentemente tenemos miedo, porque padece un poco de bronquios y a esta edad todavía no sabemos si puede tener algún principio de asma, pero el cuidado que tenemos ahora por un posible contagio de Covid-19, ya lo teníamos antes por lo que pudiera traer del hospital. Quizás las medidas ahora se han acrecentado, pero la atención siempre la hemos tenido", reconoce Guardiola.

Son las 11 de la mañana y toca el 'Bon dia!' desde la escoleta. Pedro y el pequeño Joaquín se conectan mediante una videollamada con las profesoras de la guardería y dan la bienvenida a un nuevo día de confinamiento. "He ideado una rutina y tanto para él como para mí es la mejor forma de llevarlo", sentencia. "Por la mañana dedicamos unas cuantas horas a trabajos manuales o juegos didácticos y él ya sabe que cada día tiene una actividad principal que realizamos antes de hacer la comida", explica.

"Ayer tocó dibujos para los abuelos que les enseñamos por videollamada y hoy, por ejemplo, pintamos con las manos un mural para colgar en la ventana como el resto de niños del pueblo. Pero sin duda lo que nos está dando más vida es el patio. El limonero recibe una media de quince regados al día, pero ahí sobrevive, como un campeón", reconoce entre risas.

Pedro y su mujer no se han planteado qué hacer en caso de que algún día ella pudiera contagiarse debido al contacto reiterado que mantiene con los pacientes, pero señala que en ningún caso dejarían su casa para irse con los abuelos. "Lo que no llevaríamos sería el problema a otro lado. Vivimos en una casa de dos pisos, por lo que nos las idearíamos para que ella hiciera la cuarentena en la parte de arriba y nosotros pudiéramos vivir en el piso de abajo, llevándole la comida y todo lo que hiciera falta", argumenta.

La hora de la siesta del pequeño es el único momento que Guardiola aprovecha para hacer sus cosas, arreglar los papeles del paro, hacer algo de rodillo en la bicicleta o sacar algo de tiempo para ver una serie o leer un libro. En cuanto Joaquín se despierta, empieza un nuevo capítulo cargado de imaginación e ingenio. Cuando ya anochece, juntos se preparan para esperar a la verdadera heroína de esta historia y darle el abrazo más cariñoso del mundo, ese que cada día nunca se saltan.